Ya las bufandas volvieron a aparecer en el paisaje de la ciudad. Todos sabemos que la temperatura de la noche bajará a medida que ésta avance, por lo que las botas y chaquetas pierden el polvo, tras meses en el ropero. El Subrosa está listo para recibir y presenciar la conexión Caracas-Nueva York que brindará Alí Bello. En este caso, la vía de esa unión será aérea. El sonido de su violín bastará para tender, con sus cuerdas, un espacio común. En el escenario se evidencian varios juegos de percusiones, un par de amplificadores, el piano y la batería, esperando por la banda. La décima Guataca Nights NY está por empezar. Esta vez, no desde la tarima sino desde las escaleras. Cuatro músicos invocan con el quitiplá la seducción del ritmo, desde su último escalón. Bajan las luces. Resuena el bambú.
Los cuatro golpean el suelo a un ritmo sucesivo, cada uno respondiendo a un golpe distinto: la prima, el pujao, el cruzado y el propio quitiplá. Poco a poco, se van desincorporando del último grado de la escalera para sumarse al escenario y tomar sus instrumentos, Maelo Baiz la batería, Bam Bam Rodríguez el bajo, Gabriel Chakarji el piano, Alí Bello su violín y de último, Neil Ochoa, las percusiones. Desde el primer momento de Amare, pareciera que Bello silva con el movimiento de su brazo. Sonríe. No ha abierto los ojos desde que se subió al escenario y de esa misma forma, recibe los aplausos. Está de pie, muy recto, con su hombro izquierdo inclinado y apoyado en él, su poderoso violín.
El saxo de Sharel Cassity se incorpora con un murmullo grave y tímido, adecuándose a las formas de la banda. Neil Ochoa toma entre sus manos dos pequeñas varas y procura un golpe incesante en una pieza de madera pequeña. Con ese juego diminuto, compone un contrapunto al que responden percusiones y violín, muy bien coronado por los ribetes del saxofón. Poco a poco, apuran las respuestas de un instrumento frente al otro, hasta enredarse en un sonido frenético, echando chispas.
In G está dedicada a su esposa, quien se encuentra presente junto a su hijo, disfrazado de Peter Pan en una esquina. Empieza con la caída sólida de la batería junto a la percusión. El golpe de Neil Ochoa conecta con un paso silvestre, el cuero del andar. Las notas de Bello hablan de su avance en al aire: vuela. Carga el arco sobre su pecho, ofrece un solo agudo y da paso a Chakarji en las teclas. Tras un breve intermedio (en que el pequeño Peter Pan se acercó a la tarima y le hizo un “Ok” a su papá) el bajo de Bam Bam Rodríguez tomó un rol definitivo, en total sintonía con los golpes de tambor y percusiones, como si juntos, tejieran el telón de fondo. Bam Bam se pone de puntillas mientras hace su solo, también con los ojos cerrados. El conteo one, two, three marca la vuelta de Bello en el violín. Con una expresión maciza, el ritmo de la banda se balancea en un ir y venir, como si fuera un barco. Alí inclina su pierna derecha, toma aire y cierra solo el tema.
Una tonada en clave de ofrenda rige a Untraveled, que antecederá la participación del especialísimo tambor culo e puya alto, filoso y amarillo para el siguiente tema. Alí prueba brevemente el amplificador. Unos sonidos que emulan el viento, la lejanía, se dejan colar. Ochoa imita con su voz el cantar de unos pájaros e incorpora lentamente dos maracas al sonido, mientras Bello empieza a rasguear su violín. Maelo se levanta desde la batería, se acerca el micrófono y canta: …Por los caminos del llano me va arropando en silencio, el cantar de las chicharras, lucerito… lucerito… póngase. Ese “póngase” responde a la vaca, sujeto preferido de la tonada. Se le canta mientras se ordeña. El sonido de lontananza es regido por un solo virtuoso de Alí. De pronto, con Cazón los presentes descubren cómo suena el golpe de esa madera venida de tan lejos. Neil Ochoa incorpora al culo e puya. Lo sostiene apretado entre sus piernas con una inclinación que le permite tocarlo. En realidad son tres tambores. Uno que sostiene entre sus piernas y dos que tiene frente a él, amarrados con una cinta negra que los mantiene erguidos y con los que alterna el sonido. Este ritmo es propio de las fiestas de San Juan Bautista, época de lluvias en el mes de junio en Venezuela.
Con unas puntadas en el bajo, con su bufanda azul y el resto de la indumentaria en blanco, Bam Bam Rodríguez dio paso a Kiss. Su destreza y velocidad, hicieron confundir las cuerdas del bajo con las de una guitarra. Poco a poco, movimiento a movimiento, rondó libres, los acordes de Caballo Viejo. En ese momento de plenitud, Alí dedicó una carcajada a la banda. La misma luz que alumbraba su brazo, conseguía resaltar su nariz y su gesto alegre. A contraluz, noté que el violín desprendía un polvillo. En todas las ocasiones que lo percibí, ascendía. Mofongo contó con un intro a cargo de la magnífica Sharel Cassity desde Oklahoma, en el saxo tenor. La vibración grave, resuelta a seducir, acompañó su presencia. El saxo suena como suenan las canciones de alguien que va caminando por la ciudad y en ese tránsito, entre soplido y soplido, le ocurre la vida. Alí despidió el primer set agregando el sonido de su violín, alterado por una pedalera de efectos que distorsionados, recuerdan a los arreglos de Stevie Wonder. Con un par de acordes de Guantanamera y un redoble de Maelo, se despidió esta primera parte.
JB representó el tema más movido del repertorio hasta el momento, con percusiones y congas a todo dar y un destello en las teclas, a través de todas las escalas, de Chakarji, quien solo calentaba motores para Caracas, el próximo tema. En una de las intervenciones previas, Alí comentó que había dejado todas las copias de su disco en el carro. Para este momento, ya estaban en una esquina del escenario. Fueron varios quienes entre el sonar de una canción y otra, se acercaron a comprarlos. El tema que sigue, está vinculado a las nuevas búsquedas musicales de Bello, que echan mano de una tradición de maestría. Caracas es un homenaje a Aldemaro Romero y a su Onda Nueva, la cual, como explicó con su violín en brazos, empezó con un arreglo de la popular Aragüita como jingle publicitario.
A continuación, el piano y las maracas darán muestra de la fusión que este ritmo implica. Hace rato que la rigidez de Bello desapareció, ahora baila. Se apoya de nuevo en la pedalera y se luce en su elemento. Maracas, violín, teclado, bajo y batería conforman un sonido tropical, que no deja de ser innovador. Luego de una seña, la banda se queda en silencio. Ochoa comienza a dibujar un solo de maracas que va ascendiendo, como un coro de chicharras.
Abogando por el rescate de la canción romántica, la cual “no ha muerto”, llegó Song to Marina, seguida de Heart Beat, surgida de la impresión que causó en Bello, el sonido del corazón de su hijo en un ecosonograma. La esperanza resumida en un acorde, cautivado con la gracia de la concepción. El saxofón sostiene esa sensación, estableciendo un susurro ante el público, una imaginaria línea frontal. La base de bajo que se ha estado repitiendo desde el principio avanza firme en compañía del violín. Lentamente se van desincorporando los otros instrumentos hasta que la constante de Bam Bam resume el tema.
“Voy a tocar una canción que compuse para mí mismo”, dijo Alí entre risas. Se trata de Bello’s Blues, tema que cerrará y resumirá su búsqueda de fusión afro latina con jazz. No en balde, sus 22 años en Nueva York lo han llevado a una exploración de puntos de encuentro entre ambas tradiciones. El tema ofrece otra particularidad: está escrito con ritmos de San Millán. Comenta que algunos de estos tipos de golpes rítmicos, han sido recuperados, pues, propios de la esclavitud, muchos fueron escondidos, ocultados, durante la conquista. Dos redobles bastaron para que llegaran, a galope, furiosos, los tambores. El protagonista sonoro fue el golpe profundo del cuero, resonando.
En breve, el propio Bello se acercó a uno de los culo e puya y empezó a tocarlo con su mano derecha, acompañando un pasaje de batería. Es asombrosa la sensación que produce el retumbar entre percusiones, que remiten a la vibración de un montón de baúles vacíos. La incorporación final en maracas, de Jeremy Smith, un invitado que ha hecho historia en las Guatacas, ofreció un remate que comparte la exploración del sonido natural y las incorporaciones de la innovación, la insaciable búsqueda. La banda, la orquesta toda, hace pensar en que eso que percibimos como un único hilo de música, no es sino el encuentro (paralelo) de distintas identidades, distintos vuelos. El vuelo que el arco de Alí Bello resume en su conexión.
Juan Luis Landaeta
Article published at ViceVersa Magazine