Por Gerardo Guarache Ocque
Difícil medir los alcances de aquel proyecto quijotesco que nació en 1975 en un sótano del centro de Caracas. Difícil calcular lo que representa cada uno de los 400 y tantos núcleos de enseñanza musical en sus respectivas localidades, no sólo dentro de Venezuela sino en sus réplicas en el extranjero. Difícil, muy difícil, evaluar cómo ha sido de drástico el cambio del panorama de la música venezolana desde el momento en que José Antonio Abreu comenzó a construir eso que hoy se conoce como El Sistema.
Cuando elaborábamos el libro 10 años de pura Guataca para revisar la primera década de funcionamiento de esta plataforma de talento criollo, procuramos hacer una radiografía del contexto en que fue creada. Concluimos que Guataca respondía (y responde, en presente) a una escena vibrante necesitada de una vitrina. Una escena definida por un cariño especial hacia los ritmos tradicionales y sus cultores, además de su admiración por ciertas vertientes foráneas como el jazz, la música brasileña o el flamenco. Además, encontramos otra característica fundamental: la componen artistas que no sóloansían ese sabor de la música autóctona, del sonido de la plaza, el callejón y la bodega. También buscan —y en la mayoría de los casos, encuentran— la sofisticación de las interpretaciones, la experimentación en los arreglos y el virtuosismo en la ejecución de sus instrumentos.
El profesor Juan Francisco Sans, musicólogo de la UCV, decía que esto último, esta “evolución brutal en sólo dos décadas de la técnica del cuatro o las maracas”, por ejemplo, se debía a una gran causa: la formación y el crecimiento del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, la megaestructura que soñó y cristalizó ese personaje, a quien todos conocen como“El maestro”, al que hoy agradecemos desde la nota musical más sentida.
“Esto ha generado —explicaba el académico— una cantidad increíble de músicos. Recientemente estuve como jurado en un Concurso Nacional de Flautistas Venezolanos —contaba Sans hace más de un lustro— y uno de los organizadores me dijo que en Venezuela había 5.000 flautistas. Las orquestas sinfónicas tienen de 2 a 5. Entonces están los que entran en la orquesta, pero quizá si son muy buenos y no les interesa el trabajo de orquesta, forman un grupo y tocan jazz o música venezolana. Así surgen los Luis Julio Toro y los Huáscar Barradas”.
Como Toro y Barradas, o Rafael “Pollo” Brito, todos artistas conocidos de la escena popular, son centenares los músicos que deben su formación a lainstitución. De manera que el alcance del Sistema trasciende el universo de lo académico, lo clásico, lo sinfónico, lo europeista; y también apunta a la Guataca. Sólo a partir de los cruces entre un mundo y otro son posibles discos como La trompeta venezolana, editado por Guataca en 2009 en el cual el trompetista Francisco “Pacho” Flores, formado en el Sistema y ganador del premio Maurice André para solistas de su instrumento, navega las aguas de la tradición.
Muchos párrafos, quizá libros, se necesitarían para abarcar el peso del legado del laureado gestor cultural cuyo rostro destaca esta tarde en los titulares de prensa del mundo entero.
Debió suponer una persistencia a prueba de balas y un verbo encantador llevar adelante la idea que surgió de una conversación entre María Teresa Castillo, fundadora del Ateneo de Caracas, y él, un joven economista, político y músicotrujillano con la sagacidad necesaria para mantener a flote y en crecimiento unproyecto que conjugaba el arte con la sensibilidad social hasta llevarlo, entre otros tantos galardones, al Premio Príncipe de Asturias de las Artes.