Cuando Oh Project suena


Por Adriana Herrera
Fotografías Nicola Rocco

El cajón se escucha muy alto. Aquiles Báez, el maestro, lo dijo dos veces y, al parecer, la voz de ella se está comiendo a todos los instrumentos. “No te emociones tanto, bájale al cajón”. Ensayan Pajarillo y dos veces tuvieron que parar la música. El sonido, algo pasa con el sonido: hay que ajustarlo para que los instrumentos no queden perdidos. Faltan cinco minutos para dar sala y hay una voz que no ha ensayado todavía. “Estamos sobre la hora”, insiste Aquiles. “Solo una estrofa”, maestro. “Recojan los bolsos, revisen los parales, ¿tienen agua?”. El tablao no necesita micrófono, la fuerza del taconeo sobre él alcanza a todos. Se sabe porque mientras se van, ella baila. Entonces, dan sala y se desaparece por una esquina. Nada de esto es improvisado, o sí. No era falta de tiempo, pero las once de la mañana les llegó pronto y antes de que todos se refugiaran tras el telón negro, al músico le dio tiempo de tomar una foto a su contrabajo que se quedaba solo sobre el escenario. “Esta es la noche que comienza más temprano en mi vida”, se escuchó por ahí.


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El ambiente se llena de silencio, uno tan importante como el sonido previo. De a poco, el murmullo del público se acerca caminando; gente que llega en conversaciones dispersas, gente que va a esa sala por primera vez y se confunde comprando los asientos. Pero no importa, le dicen, se ve bien igual. Se escucha bien. Por unos instantes, solo se habla de filas y el número de las sillas. En la sala hace frío y detrás del telón negro alguien pide café. Lo pidió hace rato, pero no había.  Hay frío y no hay café.

Son las 11:14am y se apagan las luces. Silencio. No hay guataca sin esa noche pintada.


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Cuando los tres músicos de Oh Project aparecen en el escenario, lo hacen de jean y chaqueta: Luis González en el tres cubano, Luis Freites en el contrabajo y Julio Alcocer en la percusión. El aplauso es sonoro y se contiene de inmediato cuando comienzan a interpretar Adiós Juan Segundo. El cajón hace de las suyas o, mejor, las manos de quien lo toca. Es lo que pasa con el sonido cuando se transforma en emoción. Nadie la ve, pero ella en su asiento C3 improvisa un baile con Aleja. Va marcando el compás con las manos y las piernas, mueve los hombros y eso pasa también dos filas más adelante. Cuando el aplauso se extiende por la sala, Luis —abrazado a su tres cubano— dice que no sabe si dar las buenas noches o los buenos días. Es lo que pasa en esos encuentros de guataca casi rozando el mediodía.


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Entonces, llaman a Nathaly Acedo y ella entra, con un liqui liqui a punto para decir bajito “tan temprano y no amanece, dónde estás luz de día”, con esa tonada melancólica que deja la sala en silencio y que solo se rompe con el sonido de su voz y el contrabajo que va guiando las notas hasta el Pajarillo y hasta ese grito de “¡arriba Venezuela!” que hace que el público aplauda, siguiendo la música. Ella baila, las caderas de Nathaly bailan y nadie sabe si su voz se está comiendo los instrumentos como en el ensayo porque todos cantan también. Justo antes de que todo eso empezara a ocurrir, entró en escena un cuatrista y se sentó a ejecutar su música. Era Xavier Perri y nadie lo presentó porque se les olvidó, pero él sabía que tenía que salir al escenario para que todos se rieran luego del despiste.

Pero a Aquiles sí lo presentaron. Pasó cuando Julio —sentado sobre su cajón— contó que tocó por primera vez con él en Hong Kong, tan lejos de casa. Y así fue como comenzaron a interpretar El cruzao, de Ricardo Sandoval. Aquiles cerró los ojos y los dedos volaron sobre las cuerdas, también en un solo de cuatro, la contundencia del contrabajo y el son del tres. Aquiles se queda también para Viajando, un tema de Luis González, porque lo que pasa es que en Oh Project no solo van agregando sonidos del mundo, sino que también mantienen el cancionero popular con composiciones propias. Terminan con la risa como nota principal, todos se van y solo se queda Julio, con su cajón.


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Y fue en ese instante cuando ella apareció y saludó con la mano al público. Era Stefany Vivas, bailaora de flamenco y Julio la vio entrar y se rió porque la iba a presentar, pero se adelantó y está bien, porque el tablao la esperaba con su vestido morado y Julio también y la recibe con palma y zapateo, a ojos cerrados. Olé, dice Stefany. Olé, dice el público mientras el baile se vuelve profundo, rápido y conquista a todos en la sala por un buen rato. Pero se va y les dio tiempo de presentar a Gonzalo Díaz antes que saliera solo detrás del telón. Y el cantante aparece con su voz potente para interpretar “Cómo quieres que te diga”, también de Luis González que sigue abrazado a su tres, disfrutando todas las notas.

Nadie sabía que ese era el último tema y no advirtieron cómo, o quizá sí, pero el público estaba de pie y aplaudía y pedía otra, otra, otra, porque el tiempo había pasado rápido. Por eso todos volvieron al escenario: Xavier, Nathaly, Stefany, Aquiles y Oh Project completo para que Gonzalo cantara Al son de ella y así todos pudieran corear y bailar “eso me pasó con ella, cuando bailaba con ella”. Aquiles improvisa unos pasos de salsa, el público aplaude y baila. Están de fiesta a pleno mediodía y aunque al final, justo al final, el sonido quiso hacer de las suyas, se vuelven quietud para despedirse con Receta do Samba y así cerrar la guataca con el aplauso emocionado. Ese sonido que siempre queda retumbando cuando ya sala está vacía.


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