Por Ángel Ricardo Gómez
Fotografías: Nicola Rocco
La anestesia es un método de la medicina occidental para reducir o suprimir el dolor a través de la administración de químicos que actúan directamente en el cerebro. El arte, en cambio, puede suprimir el dolor en algunos casos, pero a través de sustancias generadas por el propio cerebro, como la dopamina y la oxitocina, entre otras.
La dopamina, por ejemplo, es un neurotransmisor que influye en el aumento de la frecuencia y presión cardíaca y es vital en la regulación del humor. Esta sustancia es considerada el centro del placer ya que regula la motivación y el deseo, y hace que repitamos conductas que nos generan una recompensa.
Por otro lado, la oxitocina se produce en la hipófisis y está presente en el enamoramiento, en el acto sexual, en los orgasmos, en la contracción del útero durante el trabajo de parto; es una hormona relacionada también con algunos centros de placer.
Médico, especialista en anestesiología, Ana Isabel Domínguez llegó el 7 de abril a Noches de Guataca para reducir el dolor y tornarlo en gozo, valiéndose del arte como principal instrumento quirúrgico. Podría decirse que esta falconiana es una cantante prestada a la medicina, y que aquel domingo contribuyó en la sanación del público que acudió al Espacio Plural.
Los apagones del mes de marzo en Venezuela no permitieron que el concierto de Ana Isabel se realizara el segundo domingo de ese mes como estaba previsto. La posibilidad de un nuevo corte en el servicio eléctrico el 7 de abril era inminente; sin embargo, Guataca, a través de su director, Aquiles Báez, había prometido que, así fuese iluminando el escenario con velas, llevarían a cabo este recital.
Un concierto que, en efecto, fungió de luz aquél día.
Pasadas las once de la mañana, inició el espectáculo. La informalidad se sintió apenas arrancó la experiencia: “Todo el mundo presenta a los músicos al final; yo lo voy a hacer de una vez”, dijo Ana Isabel y sus ojos achinados sobre pómulos bien definidos fueron el telón de la amplia sonrisa que acompañó todo el concierto.
Carmen Borregales en el clarinete, Carlos Rodríguez en el bajo, Jorge Villarroel en la percusión y Aquiles Báez en la guitarra y la dirección musical, fueron recibidos por los aplausos del público congregado en la pequeña sala de Trasnocho Cultural.
Ana Isabel quiso regalar al público un repertorio con música del occidente del país desde el Zulia, hasta Lara y su Falcón natal. Crepúsculo coriano de Rafael Sánchez López abrió el concierto. Desde las primeras notas se sintió el toque en los arreglos de Aquiles Báez, quien tomó el clásico y lo rearmonizó para una versión que produjo las primeras dosis de dopamina.
“Bajo el cielo azul pliega un bostezo el sol / cuya tenue luz pincela un arrebol; / las brisas salobres rizan al pasar / el vientre sonoro, desnudo del mar”. Quedó en al aire la poesía de Sánchez López, también conocido como Rafuche, autor de ese otro clásico de la música venezolana que es Sombra en los Médanos.
Le tocaba el turno a Rafael Sánchez Sánchez, autor del tema Urupagua, un merengue para el que la artista se atrevió a acompañarse con la mandolina. La urupagua es una fruta sumamente amarga que se da en el occidente del país, por el mes de agosto, según explicó. “Se necesita un tobo de agua para pasar un tobo de urupagua, por lo amarga que es”, comentó entre risas, y luego Aquiles Báez, también falconiano, agregó: “Dicen que el más valiente de todos fue el que probó la urupagua por primera vez”.
De Falcón a Zulia, con una gaita compuesta por José Chinco Rodríguez, titulada Así es Maracaibo, donde Ana Isabel logró una afinada y sentida interpretación de ese retrato de la capital zuliana de todos los tiempos. Interesante en esta interpretación la ausencia del coro multitudinario, tan característico de la gaita de furro, que le dio un toque más íntimo y sentido a la canción. En una muestra de su versatilidad, Ana Isabel tomó de nuevo la mandolina en esta pieza así como en la siguiente.
Algunos se lo han querido apropiar, pero es venezolano. “Primero fue falconiano, porque nació allá”. Era necesaria la introducción para un autor que tiende a ser secuestrado por una línea de pensamiento cuando en realidad es un artista universal. Y se corrobora cuando escribe: “Vuelve a tu canto de turpial / llena de gritos el cardonal / que hay semerucos allá en el cerro / y un canto hermoso para cantar / que hay semerucos allá en el cerro / y ya la gente empezó a sembrar”.
Canción mansa para un pueblo bravo de Alí Primera es definitivamente un tesoro de la música venezolana que en un acto de justicia debería comenzar a deslastrarse de dogmatismos y demagogia de cualquier color.
Coro también tiene su polo: los presentes descubrieron el encanto del Polo coriano en la voz de Ana Isabel, que tiene algunas variaciones con respecto al más conocido polo oriental.
Era necesario volver a Rafuche para contar su tormentosa historia de amor, casualmente, con la prima de la madre de Aquiles Báez. “Él era maestro, estaba muy enamorado de ella, y ella de él, pero la familia de ella no lo quería”, contó Ana Isabel. Explicó aquella tragedia que acabó literalmente con la vida del autor, cuando este apenas tenía 32 años. A ese amor imposible compuso Tejiendo, tema para el que la intérprete se aventuró con el violín.
“Yo alimenté un recuerdo y con hilos de luna / tejí una red plateada en la que aprisioné / al ideal sublime que en mi vivir bullía / y que plasmé en silencio en la plateada red”, inicia esta carta a aquel trágico amor.
Tras Maracaibo florido de Rafael Rincón González y Estampa matinal, también de Rafuche, Ana Isabel invitó a Aquiles Báez —quien es su esposo— a interpretar un golpe de la sierra de Falcón titulado El gallo enano. Su hijo Aquiles Gabriel, de 5 años, quien desde el principio ya andaba merodeando tras bastidores, hizo gala de sus habilidades para la percusión.
Otra falconiana fue invitada al escenario: Carmen Julia Delgado. Intensivista y neumonóloga, También conoce de las bondades del arte en el tratamiento de las dolencias del alma y cantó a dúo con Ana Isabel el merengue de Adeliz Freitez, titulado Los dos gavilanes.
Ana Isabel bromeó con la idea de que casi todos en el escenario eran falconianos, ya que la próxima invitada también es de esa región: Ana Cecilia Loyo entró a escena como cantautora para interpretar Sol en contradanza, tema que estrenara en el mismo escenario en el marco de un taller de composición con Henry Martínez.
Para la gaita de tambora El sol del lago de Aquiles Báez, Ana Isabel invitó nuevamente a Aquiles Gabriel para que ofreciera una muestra de cómo se toca este ritmo en el tambor. Más tarde, el pequeño daría también una lección de cómo se baila este género de la costa sur del Lago de Maracaibo, junto a la bailadora Nahití Ortega, de Vasallos de Venezuela.
“La luz se oculta en Gibraltar / el sol está en el poniente / San Benito tiene rezos / que esperanzan a mi gente”, dice el coro que hizo Carmen Julia Delgado y Ana Cecilia Loyo, y que antecedió al tema compuesto por Ana Isabel: un tambor coriano llamado A Olga Camacho y La Camachera. “No sabía qué coro ponerle y se me ocurrió hacer algunos de los más conocidos de Olga Camacho”, contó la artista.
La Arigua, un golpe tradicional de la región occidental de Venezuela, presagiaba el final de la experiencia sanadora de aquel domingo 7 de abril.
Médico, cantante, mandolinista, violinista, compositora y mamá, Ana Isabel también hizo una travesura como bailadora. Durante el solo de percusión de Jorge Villarroel, salió del escenario y volvió vestida de flores junto a Nahití Ortega, con quien compartió parte del sabor de los tambores de Olga Camacho.
Hasta ese momento todo indicaba que los altos niveles de dopamina y oxitocina colmaban el ambiente: sonrisas, aplausos, cuerpos moviéndose al compás de los tambores. El cierre provocó la petición de una canción más y a Ana Isabel se le ocurrió que podía finalizar su concierto con el que se ha convertido en el segundo himno de los falconianos: Sombra en los médanos. Y fue cantado en coro por adultos y niños, quienes por unos minutos olvidaron las penas producto de apagones y caos en los servicios públicos, para cambiarlo por salud espiritual.
En una respuesta reciente a un email, Carlos Sánchez Torrealba, actor y director teatral venezolano, decía algo que vale la pena rescatar como cierre: “Estoy contigo al decir que ‘el arte es un servicio para el alma de las personas y es vital hacer de la cultura el eje fundamental para la reconstrucción del país, a través de ciudadanos conscientes y activos’. Pero no sólo la cultura entendida y expresada a través del teatro y las otras disciplinas artísticas, sino en su sentido antropológico más amplio hasta que podamos desatar una corriente humana mucho más fuerte que nos lleve al ejercicio permanente de una cultura constructiva y alcancemos plenamente una cultura inteligente en estos tiempos globales de la sociedad del conocimiento”.