Trébol Sonoro, del salón a los escenarios


Por Humberto Sánchez Amaya
Fotografías: Nicola Rocco

Ver a Trébol Sonoro no solo es hacer un recorrido por géneros en medio de una celebración, sino también es presenciar el afán de detallar la obra desde su origen, precisar el estilo, su autor y las respectivas anécdotas. La historia de sus integrantes comienza en la universidad, por eso se entiende cómo las formas de la academia han permeado hasta sus presentaciones.

El domingo 23 de junio es  la cita. Caracas amanece gris, con la amenaza de más agua. El piso mojado en los alrededores del hotel Paseo Las Mercedes da cuenta de la onda tropical, y su paso del centro al occidente del país: llovió, y puede seguir lloviendo, pero la música no cederá. La gente está llegando al Espacio Plural del Trasnocho Cultural, donde verán a dos jóvenes y un maestro. La cantante Grecia Valentina Guerrero, la violinista María Virginia García y el cuatrista y guitarrista Pedro Colombet.

Ellas, jóvenes que inician un recorrido en el que cada vez se atreven a más. Él, un instrumentista con varios años de experiencia y que forma parte del cuerpo docente de Uneartes, donde conoció a las dos alumnas. 

“De qué callada manera/ se me adentra usted sonriendo/ como si fuera la primavera/ yo muriendo/ y de qué modo sutil/ me derramó en la camisa/ todas las flores de abril”, son las líneas que canta Grecia Valentina para comenzar. Es un tema conocido del cancionero latinoamericano. Nada más y nada menos se trata de Pablo Milanés. Al terminar, Colombet ilustra que si bien la obra es conocida como De qué callada manera, por su primera frase, en realidad se titula Canción, simplemente. Primera lección del día. 


Los tres alternan la presentación de cada tema. Dinamismo, como en las buenas clases, para que el gozo entre público en intérpretes sea también una fuente de información; como cuando precisan que el vals peruano Que nadie sepa mi sufrir del argentino Ángel Cabral, fue popularizado por Edith Piaf bajo el nombre La foule. María Virginia es quien informa esos datos. Cuando está a punto de culminar Pedro la interrumpe para decir, en broma: “Que nadie sepa mi suflé”. Y después ríen.

Colombet deja ahora la guitarra y toma el cuatro. Son los dos instrumentos que usa durante la presentación. El cuatro, claramente, para los ritmos tradicionales venezolanos. El pasaje -aires de cunavichero- que tocan es Sabanas de Cunaviche, un homenaje a su familia, que le hizo cultivar ese vínculo por la música llanera, aquellos años en los que conoció, por ejemplo, al Carrao de Palmarito, quien con su voz popularizó esa pieza.

Luego es el momento de las composiciones propias. Porque hacia allá va Trébol Sonoro, hacia la interpretación de lo inédito del sentir de cada uno de sus integrantes como obra, y no solo las versiones del extenso cancionero latinoamericano, que ellos revisten atinadamente con experticia y pasión.

Hacen, mejor dicho, interpretan, Desencuentro. Porque en palabras del profesor, esas canciones ya están hechas, solo hay que manifestarlas. Es una composición de Colombet alusiva a la reencarnación. “Para los que creen en la búsqueda de esa alma, que estamos seguros está en el planeta, pero que todavía no hemos encontrado”, dice.


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Es un tema exigente para quien se adentra en él. Grecia Valentina lo admite al finalizar. “Aparte de ser sumamente hermosa, es muy difícil, muy muy difícil”, asegura. Y el profesor remata: “Cecilia Todd siempre habla de esos compositores que no piensan en los cantantes”.

No hay tema que no tenga un comentario, una anécdota, un chiste. Eso ocurre cuando el músico hace suya las canciones, sean o no de su autoría. Se crea una alianza que se manifiesta en el escenario y puede perdurar toda la vida.

Y la clase continúa. Ojala todas fueran así, amenas. Y con la promesa de una danza zuliana, como ocurre cuando Grecia Valentina Guerrero recuerda a Armando Molero, compositor que tenía hace muchos años un programa de radio en el que siempre estaba cantando. Pero ella tiene un lapsus, hay un dato que no recuerda. Se le olvidó que lo llamaban El cantor de todos los tiempos. Pero el profesor la rescata. Asegura que Molero no solo interpretaba canciones propias, sino también de otros colegas, pero como la gente no sabía, le atribuían la autoría de todas. Eso sí, Destellos de amor, que están a punto de tocar, sí es del maracucho, o del marabino, para los puristas. 

La violinista está orgullosa. En la sala está su alumna Anabella Chen, de 4 años de edad. Una niña que ve clases con ellas en la Academia Waldstein. La saluda desde el escenario en dos ocasiones. 


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Suena un tango, ese género que encanta, mientras remueve tristeza y melancolía.  Es Garganta con arena de Cacho Castaña. María Virginia se ve conmovida mientras acompaña con su violín. En pocos minutos pasa del orgullo a la expresión de quien recuerda. Se siente en el ambiente y los presentes corresponden con aplausos. Piensa en su padre, Enrique Oswaldo García.  

Hay evocaciones del ser querido que no está. Lágrimas. “Este tema para mí es muy importante porque a mí papá le encantaba”, cuenta antes de que suene A dormir mi niña, una canción de cuna que sucede al tango.  

Ahora es el turno de otras ausencias, pero aquellas relacionadas con los corazones rotos. “Es sobre uno de esos momentos por los que uno pasa por… digamos una tristeza”, comenta Grecia Valentina sin querer precisar la palabra que la puede delatar. Pero inmediatamente desde el público le dicen que a eso lo llaman despecho, y su compañera en el violín le dice que también guayabo. Ella lo admite, no hay otras palabras, no son válidos los eufemismos, pero el profesor nuevamente encuentra un chiste: “Una falta de pecho”. 

Esa tristeza fue  el origen para otro tema propio, esta vez compuesto por la cantante, quien así presenta Luceros, una muestra más de lo bien que el violín, guitarra y voz se compaginan para convencer de la buena idea de juntarse los tres, hace año y medio. La cantante así demuestra que hay más por mostrar. Más adelante, lo confirma, cuando cuenta que trabajan en nuevos temas temas. 


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Colombet luego se pone crítico. Rememora los años en los que aprendió a tocar guitarra gracias a las canciones de Silvio Rodríguez, una referencia de sus años de juventud “Es una canción de las que más ha marcado nuestra forma de ver el espectáculo, que no lo es tal,  sino el contacto de almas con almas. Esta es una canción crítica de cómo se ha banalizado de alguna manera el arte a través de la industria del espectáculo. Debemos masificar, pero siempre desde el alma”. 

El público aplaude, está satisfecho y contento por música que va directo a las emociones: la nostalgia, el amor, el reencuentro, la algarabía. La violinista hace gala de su simpatía para pedirle a los presentes que canten, además, la tendrá fácil con la siguiente canción: el chachachá Frenesí, del mexicano Alberto Domínguez Borrás, un clásico de varias generaciones. “Seguramente la mayoría lo conoce. Si veo que no lo están cantando, dejo de tocar. Porque a mí no me parece que estén ahí sentados nada más viendo, cuando estoy segura de que se lo saben”. No hizo falta que deje el arco y su violín. Cantan. 

Se acerca el final. La cantante lo advierte, el público exclama: ¡Ah!, como lamento. Intentan cerrar el concierto con Hasta la raíz, como se llama también el exitoso álbum de Natalia Lafourcade, autora de la obra. “Tiene un significado muy importante para nosotros, especialmente para nosotras dos. La cantamos 20.000 veces. Mañana, tarde, noche en el autobús, en todos lados”. Claro, durante un año vivieron juntas. Grecia es de Maracay y María Virginia de Valencia. Al coincidir en la universidad, y volverse amigas, decidieron compartir residencia. “Una vez nos sentamos con el piano y empezamos a hacer unas cositas. Le dijimos a Pedro para montarla, y acá esta”, agrega. 


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Aplausos.

Hay una conexión inmediata con el tema que es reciente, de 2015, además de haber sido ganador de varios premios Grammy. El público pide otra. No se quiere ir, pero no hay otras preparadas. Los músicos de Trébol Sonoro no se amilanan. Explican que apenas están preparando nuevos temas, así que preguntan cuál canción quieren volver a escuchar. Desde la oscuridad alguien pide el tango. Y así se despiden con Garganta con arena. Antes, la violinista quiere excusarse. “Me puse así de sensible porque mi papi falleció hace casi cuatro años. A él le encantaba el tango. Cada vez que lo toco, es la gloria No sé cómo llamarlo. Por eso me pongo así de sensible y les pido disculpas”. Nada que disculpar, aplausos y aplausos, antes de que empiece a sonar ese violín que hace de bandoneón, una guitarra que es cómplice y Grecia que canta sobre esa música eterna que es el tango, que, como dice la letra, parece estar guiada desde el cielo para que no se marchite, así duela.   


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