El tenor Aquiles Machado acaba de presentarse en el Teatro Bolshói, donde interpretó a Don José en la ópera Carmen. Regresó al país para ofrecer hoy un concierto en el festival La Venezuela de Sadel. Quiere aprender dirección de orquesta e iniciar un programa de sanación a través de la música.
Por Humberto Sánchez Amaya
Texto publicado en El Nacional
Apenas había llegado a los 20 años de edad cuando la prensa empezó a tenerlo en la mira. En la década de los noventa era considerado una de las voces más prometedoras de la ópera. No solo para los medios de comunicación. También alababan su talento cantantes con más trayectoria que él, como Dolora Zajick. En una visita al país, en el año 2000, recordó: “La última vez que vine me quedé sorprendida con la voz de un tenor llamado Aquiles Machado y me dije que ese muchacho tenía mucho potencial para triunfar”.
El martes Machado regresó al país. Apenas estuvo tres días en su residencia en Madrid antes de venir a Venezuela. Se había presentado en el Teatro Bolshói de Rusia, donde fue Don José en la ópera Carmen de Georges Bizet. “Encantado y honrado de haber puesto pie una vez más en este maravilloso teatro”, escribió en Twitter el 26 de junio.
Debutó en Caracas en 1996 con Elisir d’Amore de Gaetano Donizetti y ese mismo año, en Europa, con Macbeth, en el Teatro Pérez Galdós, en Las Palmas de Gran Canaria.
Está en Venezuela para presentarse en el Centro Cultural BOD en un homenaje a Alfredo Sadel, como parte del festival La Venezuela de Sadel, organizado por Guataca Producciones para conmemorar los 30 años de la muerte del artista. En esa cita, que será a las 5:00 pm, lo acompañarán el guitarrista Aquiles Báez, el percusionista Carlos “Nené” Quintero, el bajista Carlitos Rodríguez, el violinista Aquiles Hernández y la cantante Soledad Bravo como invitada. Y regresará en septiembre para ofrecer una gala de ópera, también en el Centro Cultural BOD.
“Haremos un recorrido por el repertorio de Sadel. De esa forma le rendiremos un homenaje, desde la Venezuela de hoy, para resaltar una época tan importante, la que vivió, así como para que entendamos que esa música está viva en nuestra contemporaneidad”, indica el tenor, nacido en Barquisimeto el 3 de julio de 1973.
Machado, quien se mudó a Caracas en 1988, fue fagotista, pero abandonó el instrumento. Estudió en el Conservatorio Vicente Emilio Sojo. También formó parte del Conservatorio Superior de Música Simón Bolívar. En la capital se enteró de las clases que daba la soprano Raquel Adonaylo, quien se convirtió en una de las influencias más importantes en aquellos años. Fue ella quien le hizo entender que debía ser cantante.
En 1994 fue becado por la Fundación Mozarteum Venezuela y el Banco de España para estudiar en la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Desde 1993 vive en España.
Durante su trayectoria también se ha presentado en escenarios como el Teatro alla Scala de Milán y el Teatro Real de Madrid. Estudió en la Escuela de Artes de la UCV, pero no culminó la carrera. Incluso, formó parte de una agrupación de música cañonera llamada Cañón Contigo que se presentaba en La Guacharaca: “Cayito Aponte nos contrató. Hacíamos un show cómico y tocamos allí durante muchos años. Con eso me compré varios libros”.
—¿Qué tan importante ha sido Sadel para su carrera?
—Es uno de mis ídolos, evidentemente. Cuando vivía en Barquisimeto era una tradición escucharlo. En mi familia siempre hemos sido fanáticos del bolero, de la música venezolana… No había reunión en la que no se colocara el disco que grabó con la Rondalla Venezolana. Después, cuando tocaban los guitarreros en la casa, se interpretaban boleros que él había hecho famosos. Es un recuerdo de las primeras grandes voces que tengo en mi memoria. Ahora, cuando pienso como artista, hay que hablar de lo que hacía en su época. En la provincia uno sentía ese deseo de alcanzar todo lo que él había logrado. Era un adelantado a su tiempo. Hizo cosas que ahora muchos artistas líricos empiezan a realizar; eso de convertirse en un intérprete universal más que netamente de un género en específico.
—¿Desde cuándo no se presentaba en el país?
—No recuerdo cuándo fue la última vez que me presenté acá. Pero la última ocasión en la que viajé a Venezuela fue para dar clases junto con Aquiles Báez en un concierto benéfico en Carora, en febrero de este año. Tengo tiempo sin dar una presentación formal de ópera.
—El año pasado se cumplieron dos décadas de su debut en el Teatro Real de Madrid. Fue un antes y un después.
—Recuerdo con mucha alegría y agradecimiento todo lo ocurrido aquella vez. Lo que ha pasado después es largo de contar. Pero es importante entender que me abrió el camino a los teatros europeos, a pesar de que anteriormente había cantado en ese continente. Pero hubo sitios que no se habían mostrado interesados hasta que hice esa presentación de La bohème. Es lo que me ha permitido rodar por todos los teatros, no solo europeos, sino del planeta. Salvando algunos que todavía no he pisado y en los que espero estar antes de que la espalda se me tuerza definitivamente. Es muy importante agradecer ese hecho artístico.
—¿Qué lugares faltarían?
—Por ejemplo, la Ópera de Sydney. Me encantaría ir porque es un edificio icónico, un teatro fantástico en un continente extraordinario que me gustaría conocer. Tampoco he ido a la Ópera de Shanghai ni a Dubai, el nuevo paradigma teatral. En Europa me falta el Covent Garden. De resto, he pisado todas las casas importantes europeas y americanas. Afortunadamente, me siento inmensamente feliz con el cariño de la gente. En Suramérica hay un lugar que espero poder pisar antes de morir: el Teatro Colón de Buenos Aires.
—A pesar de estar muy cerca parece que se ha hecho difícil…
—Sí, hay cosas que son más complejas que otras. Dependen no solamente del momento del artista, que tienen su propio desarrollo artístico, sino del momento de los teatros, que tienen sus políticas de programación. Por ejemplo, en el momento en el que un teatro decide programar los 10 años de Rossini, resulta que el cantante que lo interpretaba extraordinariamente, ya no lo hace, sino que ahora canta Verdi. Entonces se pierde esa oportunidad.
—En 1993 hablaba de lo difícil que sería hacer una carrera en Venezuela, porque ni siquiera había una temporada larga de ópera. ¿Cómo evalúa el estado de la ópera en el país en este momento?
—Evaluar el estado de la ópera tomando en cuenta las programaciones es sencillo. Uno ve que son limitadas. Son muy pocos los sitios. Podría decir que solo Caracas tiene posibilidad de hacer temporada de óperas, y no muy largas. Evalúo con entusiasmo la calidad y el valor de los cantantes que siguen en el país. Para mí son próceres culturales. Gracias a ellos las futuras generaciones podrán seguir disfrutando de la ópera. Son ellos quienes se han empeñado en mantenerla viva. Siempre he tenido como idea la integración de todos los teatros de provincia en una temporada única. He hecho el planteamiento varias veces a distintas administraciones culturales. No sé por qué se ha hecho tan cuesta arriba, pero no me voy a cansar.
—¿Y a cuáles entes le ha hecho este planteamiento?
—Gobernaciones, ministros de cultura e instituciones vinculadas con el teatro. Algunos muestran interés, otros se quedan esperando a ver qué pasa. La idea es insistir, no descansaré hasta que se pueda consolidar. Hay que lograr que las principales cabezas culturales puedan trabajar unidas. Que nadie le quite el pan a otro. Que se ayuden para que el resultado sea beneficioso para todos.
—¿Incluido el sistema de orquestas?
—Sí, evidentemente. Crecí en el sistema y tengo una relación estrecha. El sistema tiene una capacidad para desarrollar muchas cosas, pero no tiene toda la capacidad para hacerlo. Por eso no lo puede hacer solo. Es absolutamente solidario con la idea que he tenido, pero necesitamos el apoyo de otras instituciones. Eso será algo por lo que no descansaré. Lo prometo.
—A un joven de 20 años, la edad que usted tenía en la entrevista que comenté hace un momento, ¿qué le aconseja para desarrollar y ampliar sus horizontes?
—Hay varios consejos. Uno de los principales es que no desista. Que se amarre a lo que hace como los perros lo hacen a las piernas de la presa. También le diría que no se cierre a otros horizontes musicales. Uno de los grandes problemas al estudiar canto lírico es que este se convierte a veces en una suerte de secta. Creo que en este momento lo más interesante no está ocurriendo en la música académica, sino en la música popular, en la que hay elementos que sobrepasan el entendimiento de la mayoría de los músicos académicos. Está destinado a cambiar todo lo que conocemos como el mundo de los conciertos y teatros. No sé si en 10 o 15 años existan los conciertos como los vemos actualmente. Habrá un cambio radical en la forma de aproximarse a la música. Hay que pensar, además, en lo que nosotros como generación vamos a dejar culturalmente. Somos la primera generación que dejará una casa digital de lo que hace. Es muy interesante entender que somos el germen primario de lo que la gente entiende como big data, la madre de todas las informaciones. Toda esa tecnología está permeando cada vez más en todas las actividades humanas. No sé hasta qué punto eso que conocemos como temporada de conciertos seguirá así.
—¿Qué está ocurriendo en la música popular y cómo visualiza ese acercamiento a la música?
—Hay una cosa que estoy entendiendo ante lo que va a ocurrir. Bueno, ya está ocurriendo. Por ejemplo, la mera sensación de ir a oír música no es un elemento vendible por sí solo. Ahora la gente va a vivir una experiencia completa. No es solo escuchar una sinfonía, sino que la gente quiere ver una integración. Me siento como Nostradamus. Uno lo ve, por ejemplo, en los conciertos del violinista André Rieu, quien no vende música, sino un paquete completo de sensaciones y experiencias: una cena, un espectáculo, un viaje, una sensación visual. También están las nuevas formas de relacionarse. Puedes vivir e interactuar a distancia de una forma en la que no se podía hacer antes. El elemento más interesante es que eso se traduce en una enorme multiculturalidad que se refleja en la música popular. No es lo mismo hacer una sinfonía de Beethoven en la que los integrantes de la orquesta tienen procedencias culturales distintas, que permean en la forma de hacer la música. La música se vuelve más compleja. En la música popular, como es un hecho más pequeño, se ve ese efecto directamente sobre el hecho concreto musical.
—Cumplió esta semana 46 años de edad. ¿Cuáles son los desafíos en este momento de su vida?
—¡Uy qué chisme! Di que son 42 (risas). Bueno, muchísimos. Como mi intención es vivir hasta los 208, estoy estudiando dirección de orquesta, voy a empezar a hacer dirección de escena en Europa, quiero hacer una escuela virtual de campo, deseo constituir un centro de asesoría para jóvenes artistas, una agencia artística y un programa de terapia con la música, a través del bolero, de la música popular. La experiencia en clase me ha demostrado que la música tiene un poder de sanación increíble. El hecho de que la gente pueda hacer música genera posibilidades terapéuticas fantásticas. Quiero hacer talleres de sanación. Evidentemente, voy a continuar con mi carrera de cantante hasta que llegue a su final. Hago todo simultáneamente porque la única oportunidad que tengo es esta vida.
—¿Y eso no implicaría sacrificar parte de su vida como cantante?
—No. Intento en la medida de lo posible llevar todo a cabo simultáneamente. No tengo ninguna prisa en convertirme en un grandísimo director de escena. Es una cosa que quiero realizar poco a poco. En este momento mi prioridad es terminar mi carrera de cantante, hacer lo que me falta, los repertorios que todavía no he hecho y seguir curando mi instrumento, porque quiero entender finalmente cómo se canta. Uno no llega a entenderlo del todo. Ese es mi primer objetivo, lo demás son complementarios e integrales a este principal.
—¿Se sentía muy presionado cuando lo llamaban una de las voces más prometedoras?
—No, vale. Una promesa hasta que no se cumple no es real. Me decían que era una voz muy prometedora y yo pensaba: “Muchas gracias”. Esperaba no fallarles. Es lo que me provocaba decir. Una de las peores cosas que te puede pasar en la vida es pensar que como eres prometedor significa que eres una realidad. Eso es un engaño en el que nunca caí. Nunca he creído que lo que puede pasar en el futuro es un hecho. Siempre he pensado que me tengo que ganar las cosas paso a paso. No sé si ha sido una desdicha o una suerte. Alguna vez cité a Woody Allen, que decía que había sido bendecido con un gran complejo de inferioridad. Creo que yo también. Y eso ha hecho que piense que deba estudiar más que los demás. Me ha hecho tener una relación con la realidad mucho más discreta que aquellos que son más eufóricos y positivos con lo que hacen. Con el tiempo me he vuelto más entusiasta. He podido entender que he ganado en capacidades, y no solo en el hecho vocal, sino en la experiencia, por haber tenido muchos fracasos, haber cometido errores y haber aprendido de ellos.
—Hace más de 20 años su maestro Alfredo Kraus temía que desapareciera la técnica del bel canto. ¿Sobrevive en estos tiempos?
—Sí, claro que sí. La técnica del maestro Kraus está viva. ¿Cuál es el problema? Lo que dije hace un rato. Estéticamente, lo que se pide hoy día está permeado por muchas cosas. Hay muchos sonidos del musical y del bolero que se hacen en escenarios de la lírica y nadie se sonroja; se han hecho habituales al oído. En cambio, hay muchos sonidos que son del canto que nadie los quiere, pero la técnica existe. Lo importante es saber cómo usarla en el momento necesario. Si uno piensa en la técnica del bel canto como un hecho único y verdad absoluta, uno se pierde de muchas otras realidades de la música. También hay que comprender que hay otros elementos que te pueden ayudar a hacer del canto una experiencia más bella. No hay que ver una técnica como una secta. Conozco a muchos alumnos que aprenden una técnica de un profesor y no se abren a otros horizontes para no “traicionar” lo enseñado por el maestro. Y no se dan cuenta de que, a lo mejor, traicionan la voz, el canto, la belleza, que son más importantes que la técnica.
—En alguna oportunidad dijo que no quería vivir bajo la sombra de su maestro Kraus. ¿Lo logró?
—Creo que sí (risas). Hay incluso seguidores de Kraus que me odian. Creo que he logrado vivir más allá de su sombra, que es muy pesada por la importancia que tuvo como cantante. Me siento muy contento por desarrollar una identidad. La gente que me conoce ha llegado a mí por lo que he hecho, y muchos ni saben que fui alumno del maestro Kraus.
—¿Y por qué lo odian?
—Creo que una de las razones es la que te comento. El maestro tenía como gran objetivo preservar la belleza del bel canto. Él se concentró en ello. Era irreductible en la cuestión de la técnica vocal belcantista. La técnica belcantista es la que aprendí, y es la que más me gusta, pero creo que lo que más te enseña en este momento de la vida es entender cómo funcionan todas las otras y no pensar en una como la única. Eso te permite comprender además qué hacen otros artistas, reflexionar sobre las razones por las que otros tienen éxitos en determinados aspectos y tú no. Al final, el canto es mucho más amplio de lo que uno piensa, una materia de estudio eterna. Eso me llena de satisfacción. Una de las cosas que me diferencia del maestro es que hay que hacer música, y toda la música del mundo. Cantar toda la vida exactamente lo mismo es aburrido y triste.
—¿Y en el caso de Sadel, sigue siendo una figura importante en el ideario venezolano?
—Creo que sí. Y hay que evitar que deje de serlo. Tenemos que hacer que la memoria de Sadel se convierta en un referente. Si algo necesitamos nosotros para entender qué función tenemos como ciudadanos en nuestro tiempo es ver qué hicieron los ciudadanos significativos en su momento. Sadel fue un ejemplo de ello. Cuando desaparecen los nortes, los ejemplos, caemos fácilmente en el engaño de la inmediatez, que no te deja ver más allá de tu día a día.
—¿Qué puede hacer la cultura en estos momentos tan precarios del país?
—Puede hacerlo todo por Venezuela. Es ahí donde está la clave de muchas cosas que nos pasan. Cultura, educación, conciencia de quiénes somos y quiénes queremos ser. Todo eso nos lo da la cultura, el pensamiento crítico, los referentes culturales. Para mí es muy importante no solo el hecho de poder estudiar de manera formal, sino poder hacer, por ejemplo, esa actividad que se hacía antes o se sigue haciendo en las casas, en la que las familias se reunían a cantar. Eso te da una idea muy clara de que tú sin el otro eres menos importante, que necesitas de la presencia de todas aquellas personas que componen la unidad familiar para hacer un trabajo mucho mejor y más bonito. Entender que las calles tienen que estar limpias o los edificios hermosos, porque cuando uno camina por un lugar así, que te invade visualmente, comprendes la necesidad de preservarlo. Esa es la base fundamental de la reconstrucción de una sociedad. Si nos sumergimos en esa sensación de la miseria y destrucción, de que todos lo que nos rodea es basura, nuestras mentes y corazones se transformarán en ello. La civilización es fundamental para desarrollar una mente que funcione y trabaje en construir bienestar para todos. Eso lo consigues a través de las bellas artes, de la música, de la belleza de la palabra, de expresarte bien. Lo entiendes cuando lees poesía. Comprender que la palabra tiene un significado mucho más allá del hecho expresivo. Es cultura.
—¿Extraña cantar en el Teresa Carreño?
—Claro que sí. Un sitio icónico de la historia de Venezuela. Ojalá se pueda recuperar y restaurar. He leído y me han enviado fotos que muestran que está muy deteriorado. Iré a verlo. Espero que la gente que lo gestiona entienda la importancia de ese lugar, no solo para los caraqueños, sino para todos los venezolanos.
—¿A cuáles cantantes de la nueva generación en Venezuela hay que seguirle la pista?
—¡Hay muchos! Por ejemplo, Gustavo Castillo es un cantante que dará muchas buenas cosas de qué hablar. Hay una chica llamada María de los Ángeles Gómez que estudia en el Reina Sofía. Es una voz muy importante. Hace un tiempo vine a dar clases y vi a muchachos con un talento bestial, con muchas ganas de aprender. Necesitan ese estímulo, esa posibilidad de futuro que es lo que da el hambre de seguir adelante. Las personas que manejan cultura acá deberían preocuparse por estas generaciones que son tan valiosas.
—Acaba de presentarse en Rusia. ¿Cómo fue esa experiencia?
—Es la cuarta vez que voy al Bolshói. Muy bien. La primera vez que cantaba Carmen. He ido por Don Carlos, La traviata. Volví a hacer Don Carlos y esta vez Carmen. Me gustó el éxito de Don José en estas funciones. Es un escenario espectacular. Siempre es muy emocionante pisar un teatro que tiene más años que Venezuela.
—¿Habrá más proyectos relacionados con la música popular como lo que realizó hace unos años con Aquiles Báez?
—Evidentemente este homenaje a Alfredo Sadel. Quiero llevar el proyecto de música popular a Europa. El 19 de julio haré un concierto con un ensamble en el que estarán Omar Acosta y Alexis Cárdenas con música venezolana fusión en Madrid, como parte del ciclo Guataca Nights. En noviembre tengo la intención de hacer otro concierto para una recopilación de música de serenata. Tengo otro proyecto de música latinoamericana formal, llamado Estampas de Latinoamérica, una recopilación solo de autores latinoamericanos formales con música en castellano.
—¿Y discos?
—Acabo de publicar un disco lírico, La vida breve con la Orquesta Filarmónica de la BBC. Vamos a ver si podemos hacer para este año un tercer volumen de La canción de Venezuela, que sería el último. Luego trabajaremos en otras cosas.
—¿Cada vez son más los músicos venezolanos que se encuentra en otros países?
—Cada vez son más y cada vez son mejores. Algo bueno estaremos haciendo a nivel educativo. Lo bueno de todo esto es que permite que se produzca la colaboración, que nunca entendí las razones por las que no ocurría en Venezuela. Acá siempre existía la cuestión de consagrarse como el rey. Entonces estaban todos como en Juego de tronos, matándose unos a otros. Este éxodo ha permitido que la gente piense en otros. La única pena es que los venezolanos que están en Venezuela no lo estén disfrutando cercanamente. Yo he visto cosas extraordinarias entre los venezolanos en el exterior.
—Hablaba hace unos minutos de dejar para el futuro. ¿Qué dejará Aquiles Machado?
—Fuerza. Uno siempre tiene que dejar para el futuro fuerza. Si algo tiene de maravillosa la profesión de músico, así como la del cantante, de las artes, es que no tiene fin. El único límite está en tu cabeza. Si tienes fuerza y siguen apareciendo ideas, siempre tendrás nuevas cosas que hacer y eso es maravilloso. Por eso guardo ganas para seguir adelante.