“El color está ocurriendo, haciéndose y deshaciéndose ante nuestros ojos y por nuestros propios medios. No genera historia, no hay pasado, no hay futuro, solo presente. Lo percibido fue un instante del que no queda memoria”, dijo alguna vez el maestro Carlos Cruz- Diez (Caracas 1923- París 2019).
Quizá es por esa interpretación suya del color como algo efímero que su obra ha acompañado tanto al sonido, tan fugaz también. Sus colores son un afluente caudaloso que nos conduce al ritmo. Son acaso una armonía, robusta y vigorosa, que sostiene melodías.
Allí está, instalado en el Centro de Acción Social por la música, sede del Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, su río cromático. Es verde, ocre, azul y negro, y desemboca en la sala Simón Bolívar, llenándola de color. Desde sus 800 butacas hasta el telón que da paso a la música.
Además de los asientos, el foyer del complejo cultural cuenta con unas fisicromías en rojo, amarillo, verde y blanco del maestro, que se unen con la esfera aérea en blanco y amarillo, titulada Lloviznas y Penetrables, del otro grande del cinetismo, Jesús Soto.