A Andrea Paola Márquez siempre le gustaron los niños, pero le huía a la idea de ser educadora. Gracias a su madre y a su abuela, maestras las dos, creció muy cerca del oficio del educador, y entendió desde joven que era un trabajo bello, pero ingrato: El pago monetario no corresponde a tanto esfuerzo. Pero la vocación suele imponerse, y Andrea, cantautora venezolana formada como historiadora en la Universidad Central de Venezuela, no supo en qué momento abrazó la Educación como uno de sus pilares de vida.
“Ser maestra es una de las mejores cosas que me han pasado”, afirma al pensar en Mi Juguete es Canción, programa formativo del cual es fundadora y directora, y en el que tiene a su cargo a casi 50 estudiantes, entre niños y adolescentes. Se trata de un espacio en el que, más allá de dar clases de música, teatro y danza, se trabaja en el desarrollo integral del niño. “Yo sé que no todos ellos van a ser cantantes o actores, pero están creciendo más seguros de sí mismos. Serán ciudadanos que, eventualmente, crearán en sus ideas, las defenderán y construirán”.
A sus 32 años de edad, Andrea Paola (La Guaira, 1990), comparte su rol de maestra con su carrera de cantante, así como su trabajo como productora de eventos. Forma parte de Kumaco Producciones, plataforma con la que desarrolla experiencias culturales que resaltan la venezolanidad. Ha grabado un álbum como solista, titulado Cantos de miel y romero (2020), y está trabajando en la producción del segundo, ya titulado Los caminos de la sal. Junto a su esposo, el mandolinista Jorge Torres, conforma el dúo La Torre de Grillos, nominado a los Premios Pepsi Music por su álbum Cuentos cantados (2021), y ha participado en proyectos discográficos como el Homenaje a Gualberto (Guataca, 2016) y Venezuela: música y trabajo (2021).
—Para muchos, quizá, una carrera como Historia no tiene nada que ver con lo que haces en la actualidad. Sin embargo, veo que tu manera de abordar la música, y el arte en general, está bastante influenciada por tu formación como historiadora.
—Totalmente. Todo mi trabajo tiene que ver con mi formación histórica. Yo veo el proceso de investigación que se hace antes de llevar a un chamo al escenario como lo hace un historiador. Es curioso, porque, más que un acto de vocación, yo decidí entrar a la Escuela de Historia como un acto de rebeldía: Mi familia no quería que estudiara Artes, que era mi verdadero sueño. Al final, la Historia me formó en todos los sentidos.
—En tus años como ucevista estuviste en el Orfeón Universitario. ¿Qué te motivó a entrar al coro?
—Para hablar de mi relación con el Orfeón debo remontarme, obligatoriamente, a mi infancia y adolescencia. Miguel Delgado Estévez, miembro de El Cuarteto, es el padre de mi amiga Claudia Isabella. Cuando éramos unas jojotas, Miguel nos cargaba para arriba y para abajo, y nos llevaba a cuanto concierto había. Recuerdo que a mis 13 años, asistimos a un encuentro coral dedicado a Raúl Delgado Estévez, en el que cantó el Orfeón Universitario. Cuando vi a ese coro montado en el escenario, eso representó un antes y un después para mí. Supe que quería cantar ahí. Miguel me vio tan emocionada que me regaló el disco del Orfeón con El Cuarteto. Lo dañé de tanto escucharlo. Cuando entré a la universidad, tenía miedo de audicionar, porque no me sentía con el nivel para ser orfeonista. Sin embargo, mi profesor de teoría y solfeo de ese momento, Pastor Jiménez, fue quien me motivó a hacerlo. Audicioné, logré superar los filtros y entré. Fueron siete bellos años.
—¿Qué aprendiste en tu tiempo de orfeonista?
—Aprendí de todo. El Orfeón es una escuela. Por un lado está el trabajo en equipo, algo que trato de preservar en Mi Juguete es Canción. Creo que el canto coral concibe el arte desde una visión de construcción colectiva, y ese es un ejercicio potente de ciudadanía. Ahí cada pieza importa, y si la desarticulas, no funciona tan bien como cuando está en equipo. Debes construir incluso con aquel que no te cae muy bien, porque si no te unes a esa persona, se daña el resultado. Esa es una parte del aprendizaje. Por otro lado está el acercamiento a un lenguaje poético de la música que me enamoró. Conocer el madrigal venezolano me desbordó la mente. En mis años como coralista, quien estuvo en la dirección fue César Alejandro Carrillo, y su manera de pedirnos la interpretación musical era desde el análisis poético. Eso, a mí como músico, me impactó. También me resultaba fascinante ver cómo el mismo instrumento vocal podía ser tan maleable a partir de la visión de un director. Lo veía cuando nos dirigía Raúl López Moreno, en aquel entonces director asistente del coro y quien está actualmente a la batuta, o cuando invitaban a maestros como Inocente Carreño y Raúl Delgado Estévez. Ahí descubrí mi fascinación por la construcción humana, el poder creativo y transformador del hombre.
—Las herramientas que se requieren para cantar en el coro son distintas a las que necesitas para hacerlo en solitario. Si en el primero aprendes a trabajar en equipo, en el segundo debes tener temple para pararte y desnudarte ante el público. ¿Cómo fueron esos primeros pasos de tu carrera en solitario?
—Aterradores (risas). La presencia de Jorge es muy importante en ese proceso. También la del maestro Aquiles Báez. Una de las cosas que este país le tiene que agradecer a Aquiles es la manera en que ha puesto su nombre por muchos de nosotros. A pesar del miedo que da lanzarse al canto solista en una nación de cantantes, contar con el respaldo de ellos dos fue y ha sido muy importante. Es una combinación de ese abrir de puertas que me hicieron ambos, sumado a mi insistencia personal. Una vez Aquiles me lo dijo: “Esta es una carrera de resistencia”. Tienes que trabajar sin parar y entender que es complicado. No es fácil, no todo el mundo te va a recibir con los brazos abiertos. No es como recolectar likes en las redes sociales. Creo que estamos en una época en la que la inmediatez hace que la gente tenga frustraciones tempranas.
—Hace poco entrevisté a tu esposo y le pregunté en qué sientía él que tú lo complementabas. Te reboto la pregunta: ¿De qué manera te complementa Jorge a ti?
—La verdad es que en todo. La posibilidad de soñar con vivir del arte se la debo a Jorge. Recuerdo que tenía un trabajo de oficina en un ministerio donde no era feliz, y fue él quien un día me dijo que renunciara y me lanzara a esta aventura. Esa fe ciega que Jorge ha depositado en mí, incluso por encima de la mía misma, ha sido un motor. No creo que yo haya podido lograr muchas cosas, y las que faltan, si no tuviera su apoyo. Es él quien materializa esas cosas que yo sueño a veces, y que las ve posibles; es él quien me sostiene en las crisis y me empuja desde un amor profundo. Me siento tan afortunada, porque Jorge es en sí mismo un maestro, y que él, desde su humildad y desde el amor, me acompañe en este proceso, ha sido fundamental.
—¿Cómo llegó la composición?
—Ahí también entra Jorge. Yo llevaba tiempo coqueteando con la composición. Tenía un cuaderno con cosas escritas desde hacía años, pero no me atrevía a mostrarlas. Un día me hospitalizaron por un dolor muy fuerte que resultó ser una endometriosis. Mientras estaba bajo los efectos del calmante, le canté una de esas canciones. Para mi sorpresa, a los pocos meses se apareció con el tema grabado en la voz de Fabby Olano. Me di cuenta de que funcionaba, y comencé a atreverme. Al principio era todo muy intuitivo, sin ningún tipo de comprensión. Años después, estando en Buenos Aires, me encontré con la cantautora colombiana Marta Gómez, a quien ya conocía, y me comentó que quería probar conmigo un método de enseñanza de escritura de canciones. Acepté. A partir de ese momento, esa intuición que ya tenía rato expresándose comenzó a tener una estructura. Sigo aprendiendo, porque es un proceso constante. Todavía me da pánico mostrar mi música, pero cada día menos. Si pararte en un escenario es como desnudarte, mostrar tus canciones es más rudo aún. Pero hay que hacerlo, porque esa es la verdad de uno.
—¿Mi Juguete es Canción fue concebido como lo que es hoy en día?
—Para nada. Yo jamás me imaginé esto. El cuento es así: En 2014, siendo todavía novia de Jorge, estábamos un día ensayando en su casa con Daniel Pacheco, quien vio unos muñecos de tela de nosotros dos, y nos dijo: “¿Se imaginan que se hiciera un concierto con muñecos de músicos venezolanos?” Empezamos entonces a soñar con hacerlo. Daniel se hizo a un lado y quedamos Jorge y yo solos con la idea. Hicimos ese primer concierto con los hijos de nuestros amigos en el Centro de Arte Los Galpones, y se llamó justo así: Mi Juguete es Canción. Ese día estuvieron Aquiles Báez, Cecilia Todd, Nené Quintero y otros. Nos pidieron repetirlo, escribí al Centro Cultural BOD y me dijeron que sí. La cosa se desbordó porque nos llamaron de Guataca para hacer una presentación en el Festival Caracas en Contratiempo, la Fundación Bigott nos invitó a presentarnos en la Hacienda La Trinidad, salimos en la primera plana de El Nacional… Fue abrumador. Nos dimos cuenta que eso iba a crecer. En 2015 arrancamos con el programa de formación, y desde ese momento comenzó a crecer exponencialmente. Grabamos un disco, porque los chamos estaban creciendo, y queríamos aprovechar sus voces de niños. Nos llamó la Sinfónica Ayacucho, con la que tenemos una amistad bien linda, y una cosa fue llevando a la otra, hasta convertirse en lo que es hoy.
—¿Qué te han enseñado los niños de Mi Juguete es Canción?
—Todos los días me enseñan algo nuevo. Históricamente, la voz del niño ha sido callada. Muchacho no es gente grande es una premisa que todos tienen, de manera consciente o no. He aprendido a sacarme ese chip colectivo. La voz del niño es muy fuerte. Él tiene en sus ojos el asombro que en la vida adulta perdemos. Por lo tanto, tiene la capacidad de ver cosas que nosotros olvidamos. Es un ejercicio constante de no subestimación de la infancia, no solo de su opinión, sino de sus capacidades. Incluso desde el punto de vista artístico, se trata de entender que, aunque son niños, y están en un punto de su vida muy particular y que todo lo que hagan va a responder a su edad, eso no los hace incapaces. El niño no es un tonto, no es un adorno. Y en la medida en que tú crees en ellos, ellos creen en sí mismos también. Fíjate que nosotros en Mi Juguete es Canción hacemos audiciones, pero no evaluamos condiciones artísticas; evaluamos adaptación y disfrute. Ahí nosotros vemos, exponiéndolos permanentemente a todas las áreas, dónde se sienten ellos mejor.
—Ahora tienes un elenco juvenil que nació, tengo entendido, por la misma insistencia de ellos de permanecer en el programa. ¿Qué piensas hacer cuando dejen de ser adolescentes?
—Ciertamente, llegaron a la adolescencia y me dijeron: “De aquí no me voy”. Esto es una montaña rusa para mí. Trabajar con adolescentes es complicado, pero bellísimo a la vez. Sobre el futuro de ellos, tenemos varias perspectivas: por un lado, queremos que empiecen a asumir liderazgos docentes dentro del programa; por otro lado, quisiéramos formar un grupo de proyección, al estilo Vasallos de Venezuela o Convenezuela. Están creciendo, así que creo que los acompañaremos hasta donde ellos nos lo permitan.
—¿Cómo proyectas a Mi Juguete es Canción en cinco años?
—La verdad es que no lo sé porque con Mi Juguete todo se ha dado progresivamente. Una de las cosas que estamos resolviendo actualmente es la de tener una sede permanente para poder dar respuesta a la cantidad de personas que acude a nosotros. Requerimos de una sede que nos permita dar respuesta, no solo al programa formativo, sino a otro tipo de talleres.
—¿Y qué hay de La Torre de Grillos?
—Este dúo nació de lo que Jorge y yo llamamos “El formato internacional”. Cuando viajamos, solo estamos nosotros dos. Una vez nos invitaron a un ciclo de dúos en el Centro Cultural BOD, y fue la primera vez que nos presentamos como La Torre de Grillos. Ese debut no fue con música infantil. El repertorio para niños vino un día que programamos un concierto en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural. La línea infantil ha sido súper exitosa. Grabamos el disco Cuentos cantados, que no solo nos gusta a nosotros, sino a muchos otros. Hace poco me mandaron un video del cuentacuentos Édgar Ojeda poniendo la canción “El gato juguetón” en una comunidad yukpa, en Colombia, y se ve a los chamos gozando. Ha sido muy satisfactorio lo recogido.
—¿Cómo ves a la Andrea Paola que está grabando Los caminos de la sal en comparación con la que hizo Cantos de miel y romero?
—Son dos personas muy distintas. En Cantos de miel y romero yo estaba menos segura de mí misma. Sí estaba ávida de ofrecer una visión personal, pero la música de Los caminos de la sal es mucho más madura, más consciente, más clara de lo que quiero comunicar. En ese primer momento estaba más en una onda de hacer algo chévere, en un formato chévere, con música que me gustara. Ahora es más mi propia voz la que está hablando.
—Cantas, compones, produces, enseñas… ¿Qué te falta por hacer?
—Yo últimamente me defino como una creadora. No me gusta encasillarme, porque he descubierto que puedo vivir de pensar y jugar. Es muy loco, porque si eso me lo hubiesen dicho cuando era niña, me hubiese ahorrado momentos incómodos. Cuando te autodefines como creadora, ahí cabe de todo. Me encantaría hacer doblaje para Disney. El área de los sonidos me apasiona mucho. Sueño con ser la princesa Disney venezolana, jugar un poco más con lo teatral. Es algo que me divierte, me encanta y quiero seguir creciendo en ese sentido.