Belkys Figuera en Noches de Guataca. Foto: Archivo Guataca
Por Adriana Herrera
Tres semanas antes, Belkys comenzó a ensayar la guataca. No estaba en sus planes, pero un día Aquiles (Báez) le sugirió que se atreviera como solista y fue por eso que ella reunió a su familia, armó un repertorio y comenzó a ensayar tres veces por semana antes de ese domingo por la mañana en el que la Sala Plural del Trasnocho Cultural se llenó de amigos, de más familiares, de un público que la sigue desde hace más de 10 años. Era tanta la novedad, aunque el escenario no le era ajeno, que a Belkys Figuera se le quebró la voz cuando quiso saludar. Entonces, los aplausos la arroparon.
La voz de Belkys se dejó escuchar, a capella, detrás de la cortina negra, cuando los músicos ya estaban en escena. Eran diez sin contar a Belkys, quien salió vestida entre amarillo y negro. Justo después, dijo: “Tengo ganas de llorar”. Y lloró. Estaba en casa, entre familia. Su hermana Milagros se encargó del cuatro, la bandola y de poner su voz; su hija Ivanna Lira estaba en los coros y saltó a frente del escenario en algún momento para encantar con sus matices; su prima Gerónima se lució haciendo coros. Su esposo Iván Lira, en la percusión, y los amigos también. Sí, Belkys Figuera estaba entre familia. Era como lo quería.
Su repertorio era un cúmulo de recuerdos. Un paseo por los rincones de su casa, de las noches en la bahía de Cata, de los sonidos del tambor, de los afectos. Si iba a cantar sola por primera vez, Belkys quería asegurarse de traer al escenario la música que la formó. “El canto me hacía más fácil comunicarme con las personas”, dijo cuando le pusieron un furruco al frente, ese instrumento tan grave, tan profundo que acompaña su voz al ritmo de sus manos y que es parte de ella. Y el furruco estaba allí porque quiso comenzar con La Caraqueña, un aguinaldo para recordar que fue Miguelángel Pastrán quien le enseñó a cantarlos.
Por momentos, Belkys no se cree que la sala está llena. Que hay gente allí aplaudiendo y compartiendo su emoción. Cuando reconoce algún rostro entre el público, se sorprende, saluda, agradece. Le dedicó Nostalgia Andina a su profesora de canto y Criollísima a su madre, Petra Tovar, porque ese merengue venezolano de Luis Laguna se le parece a ella. La evoca y se le quiebra la voz.
Muchas cosas pasaron en el escenario. Como ese instante en que Belkys dejó a los músicos solos y se fue detrás de la cortina negra para después asomarse con curiosidad y risa a ver cómo habían armado un bochinche con Mi Caracas, un merengue de Milagros Figuera, su hermana, que puso a todos a bailar y que trajo ante el público a bailarines vestidos de ciudad de antaño que invitaban a unirse al coro de Caracas, Caracas, yo te quiero, mi Caracas. Pasó también que cuando Ivanna, su hija, interpretó Recuerdos en Jota e inundó la sala con su voz, Belkys contó que ella no la enseñó cantar, que aprendió sola y de algún lado del público se escuchó eso de que hijo de gato caza ratón. Y también ocurrió que cuando los bailarines volvieron a escena para un joropo, Belkys bailó también ese Entreverao, aunque luego de los nervios y la emoción se le olvidó que lo había hecho y lo quería cantar y bailar otra vez.
A ese ritmo, Belkys llegó a Ojos color de los pozos, poema de Alberto Arvelo Torrealba convertido en pasaje. Lo hizo con honestidad, al confesar que es un tema difícil, que se le puede olvidar la letra y por eso prefiere leer y dejar que la voz haga lo suyo. Porque eso fue lo que hizo Belkys en su concierto: ser honesta con sus emociones, con sus recuerdos; como cuando quiso contar que en el pueblo de Cata, al que está tan arraigada, sólo se escuchaba en la radio las emisoras de Puerto Rico tan llenas de plenas, sones y boleros. Esos sonidos educaron su oído, más el tambor, y es por eso le salieron arreglos de parranda y bolero como Tu voz, que interpretó con entusiasmo para hacer más que un susurro de palmeras, como dice la canción. Canción que, por cierto, le dedicó a su tío Pedro, que le insistía en ponerla a escuchar temas del Gran Combo de Puerto Rico.
Cosas así pasan cuando te sientes como en casa, en familia. Belkys rinde honores a San Juan, el escenario se llena de tambores, de calipso, se vuelve colores y gente que baila de un lado a otro. El público se entusiasma, aplauden con ritmo, los tambores cubren el lugar, un niño le entrega flores, todos mueven los hombros, le cantan a San Juan, no se acuerda si cantó el Entreverao, no se quiere despedir, no sabe cómo asimilar lo que está cantando y sintiendo porque la emoción le gana; canta La mujer del campo y recuerda que es uno de los temas que más le piden; vuelven los bailarines y de repente ya no se van más. La casa está llena: de familia, de amigos, justo como ella quería para recordar su música y enaltecerla.