Por Gerardo Guarache Ocque
Eric Chacón se obligó a cambiar drásticamente. El gran flautista engavetó su amor irrevocable por la tradición folclórica venezolana y su gusto irremediable por los estándares de jazz, y se aventuró a componer procesando el aire que respira en un Miami siempre caliente, estridente y multicolor. Cosmic 305, su sexto álbum, es el resultado de la búsqueda de un sonido. Es un intento de ordenar sus ideas sobre lo que ha estado absorbiendo desde que emigró y se estableció al sur de Florida.
Olvídense de Mestizo (2020), la obra que presentó hace menos de un año junto al laureado percusionista peruano Tony Succar, en la que juntaron esencias de Venezuela y Perú con intención orgánica y gracia latinoamericana. También de Wachafita (2017), aquel trabajo que se movió entre lo jazzístico y lo folclórico. Ni hablar de Choroní (2008), su lindo primer álbum, en el que revisó, con respeto y candor, algunos de sus números favoritos del cancionero nacional, verbigracia Un heladero con clase (Luis Laguna) y Oriente es otro color (Henry Martínez). Dejen todo eso a un lado, porque Cosmic 305 representa un verdadero golpe de timón.
Por primera vez surge el Eric Chacón compositor, una vieja deuda que hasta reclamaba su padre, el productor y gran músico Gerardo Chacón. Cinco de las seis piezas que contiene el álbum son de su autoría. En lugar de partir de un motivo silbado, como tanto ocurre, Eric escribió música como quien construye un edificio. Comenzó por las bases, el ritmo, procurando beats potentes, determinantes. Luego trabajó las armonías: el cuerpo de su escultura. Y una vez que fijó eso, le dibujó el rostro a la criatura: la melodía.
Fue el caso de piezas como Hubert, la que inicia el recorrido. Un ritmo, generado por el baterista cubano-estadounidense Hilario Bell, pareciera ralentizarse sin hacerlo, y se junta con los teclados del prodigio larense, establecido en Boston, Santiago Bosch. Lo mismo pasa con Cosmic 305, la que bautiza el álbum con ese código telefónico mayamero, donde vuelve a intervenir Bosch, esta vez sobre una batería tocada por alguien de carne y hueso; nada menos que Orestes Gómez y su groove hiphopero entre bombo, hit-hat y caja. La mezcla tiene algo de jazz, pero también R&B y un corte de hip hop.
Beto Montenegro y algunos de sus compañeros de Rawayana participaron en una pieza que Eric compuso exclusivamente para ellos. Es una bossa nova adulterada llamada Rawabozza, en la que destaca la armónica del maestro español Antonio Serrano, cuya presencia en las sesiones fue motivo de orgullo para el artista venezolano. Beto aportó una voz que no transporta letras, sino una textura y alguito de improvisación, como unos coros de Sergio Mendes o hasta de la onda nueva de Aldemaro. Con su bajo, colabora también Valeria Falcón, joven promesa que seguramente dará de qué hablar en los próximos años.
La otra de ascendencia brasileña es Na Gaioloa, la única que no escribió Eric sino Jhosir Córdova, que también aportó los teclados, junto a la trompeta que tocó Joel Martínez y el vifráfono de Juan Diego Villalobos.
En la obra, Eric, músico formado en el Sistema de Orquestas de Venezuela, toca la flauta, el saxo y el piccolo, todo procesado, nada en bruto. En la búsqueda de esa transformación del sonido natural, cargado de sintetizadores, fue fundamental el productor Diego Paredes, quien colaboró como bajista en una pieza cargada de improvisación, muy jazzística, titulada simplemente 2021.
A la lista se suma el Diáspora Blues, que, a pesar de que musicalmente no sugiere nostalgia, lleva consigo una carga emocional porque en ella Eric dialoga con su hermano, el trompetista nominado a Latin Grammy Gerald “Chipi” Chacón. Con ellos, tocan el contrabajista Freddy Adrián y el guitarrista Carlos Peña, quien aprovecha algunos minutos para hacer un dibujo libre.
El Eric 2.0, sumergido en música de artistas como Hubert Laws, George Benson, Robert Clasper y Kamasi Washington, salió a buscar un sonido nocturno, a adoptar sus colores como camaleón, y pintó una realidad alterada, valiéndose de trucos que la hacen digerible a un público más amplio e internacional. Es música que se aprecia al primer bocado, pero que lleva debajo una complejidad para quien quiera escarbarla con los oídos.