El altavoz comienza a transmitir la calidez y la alegría de un hogar larense como si se tratara de un acto de magia, de una teletransportación instantánea. Darle play al puñado de canciones que grabaron el cuatrista Henry Linárez y su padre, Genrry, para su nuevo álbum, presentado en Miami a comienzos de mayo de 2024, es atravesar un umbral atemporal hacia esa región de suelos fértiles, hermosos crepúsculos y mucha, pero mucha, música.
La fiesta comienza con los ánimos arriba, un tema folclórico titulado “El Cocuy de mi región”. El corazón del disco late desde El Eneal, el pueblo del norte de Lara donde nació en 1951 y donde comenzó a tocar el cuatro punteado el Sr. Genrry, a quien su madre quiso ponerle así por el empresario estadounidense Henry Ford (pero quien se encargó de su registro tipeó el nombre como le sonó).
El Eneal es parte del municipio Crespo, cuya capital es Duaca, localidad que está representada en el álbum por una canción de José Gregorio Mujica, “Duaca preciosa”, que cantan padre e hijo haciendo armonías. El álbum es todo así, de pura música cantada que invita a la audiencia, a su vez, a sumar su voz, a participar de la celebración.
No todo el disco es jolgorio y baile, como “La patilla”, golpe tocuyano de Alfredo Pérez. Los Linárez también incluyeron algunas de esas canciones de amor que se cantan entrecerrando los ojos, como los valses larenses “Si te llegara a amar” (Pablo Rodríguez), “Soñé” (Feliciano Montes) y “Caso extraño” (Juan Ramón Barrios).
«Es un disco que empezó cuando yo nací», me dice Henry Linárez (Barquisimeto, 1980), gran cuatrista, parte de la cosecha del Festival La Siembra del Cuatro, en la que han destacado tantos ejecutantes del instrumento nacional, como los integrantes del C4 Trío, Carlos Capacho, Miguel Siso, Leo Rondón y Luis Pino, entre otros. Se refiere al hecho de que es precisamente gracias a su padre, buscando copiar sus trucos y mañas, que él se enamoró de la música de su tierra y del cuatro, compañero fundamental en su vida.
Linárez ha editado varios álbumes, comenzando por Entre Querubines (2004). Ha pasado por ensambles como Manoroz, donde compartió con el flautista Manuel Rojas. Ha tocado con exponentes llaneros como Rummy Olivo, El Carrao de Palmarito, Luis Silva y Miguelito Díaz, pero también con Huáscar Barradas, Rafael “Pollo” Brito y hasta Franco de Vita, Desorden Público y Nacho. Llegó a trabajar con Simón Díaz, e incluso participó, siendo un niño, en el Festichamo 88’, concurso que promovía el maestro en el marco de su programa de TV Contesta por Tío Simón.
Desde que se estableció en Miami en junio de 2015, amplió su hoja de vida al incorporarse a proyectos como los de la violinista Daniela Padrón, a quien le produjo su álbum Bach to Venezuela (2016), que estableció líneas directas entre la música del genio de Barroco y géneros preponderantes de raíz tradicional venezolana. Allí, desde el sur de Florida, también puso en marcha, inspirado en el dúo caroreño de Los Hermanos Gómez, célebre en la Venezuela de los años 60, una dupla con su papá, a quien cede el lugar protagónico, para honrarlo a él y a la querida tierra de ambos.
El álbum del Dúo Los Linárez, grabado en los F/X Light Studios de Miami por el ingeniero Javier Casas —uno de los responsables del refrescamiento del sonido de la música venezolana de este siglo—, contó con tres colaboradores no larenses: El contrabajista Elvis Martínez y el percusionista José Gregorio Hernández, del Zulia; y el virtuoso maraquero, carabobeño, Juan Ernesto Laya.
Henry cuenta que la riqueza de ritmos de Lara es tal que de un pueblo al siguiente varía el movimiento de la mano derecha a la hora de tocar el cuatro. Pequeñas variantes en el rasgueo y los chasquillos distinguen a un golpe de otro. Por ejemplo, “El cardenalito”, otra de Pablo Rodríguez, compositor del grupo Los Golperos de El Tocuyo al que apodaban “La ñema”, es, en esencia un golpe tocuyano, pero tiene un aire a golpe curarigüeño, como sí es al 100% “El cari cari”, una pieza de Pío Alvarado.
“El cardenalito”, en un sentido abstracto, evocaría al cerro El Pionío, que separa a El Tocuyo de Curarigua —pueblo del municipio Torres, cuya capital es Carora, la cuna de los maestros de la guitarra clásica Alirio Díaz y Rodrigo Riera—, de donde proviene otra variante llamada seis figureao. Pero más allá de los matices y reglas del folclor guaro, lo que predomina es el sentimiento.
El álbum fue grabado en directo porque no hay otra manera de recoger fielmente, para la posteridad, el espíritu diáfano de canciones tan conectadas con esas coordenadas geográficas del Centro-Occidente venezolano. Además, la energía de su música es producto del encuentro, la sinergia y el afecto entre quienes la interpretan.