A Henry Martínez le gusta observar a los demás como si lo hiciera a través de un microscopio. Le gusta indagar en detalles ajenos: relaciones amorosas, situación económica, salud física y mental, creencias religiosas, virtudes, carencias. Le gusta, porque en ese ejercicio encuentra siempre materia prima para sus canciones.
El maestro confiesa el acto de aprehensión sin tapujos: “Mis composiciones están basadas en las pequeñas historias de otros, las que cada persona me comparte”. Y ese ojo clínico, que desarrolló mientras estudiaba medicina en la Universidad Central de Venezuela y que luego pulió al especializarse en medicina familiar, le ha ayudado a escribir temas emblemáticos del repertorio venezolano como “Oriente es otro color”, “Sentida canción”, “A tu regreso”, “Venme a buscar” o “El nacimiento”. También le puso letra a “La Negra Atilia” que Pablo Camacaro creó musicalmente, una canción que ya era importante pero que cobró mayor popularidad en años recientes gracias a la interpretación a capella de la margariteña ganadora de Latin Grammy Nella Rojas.
Henry Martínez (Maracay, 1950) cuenta que a los siete años dio sus primeros pasos en la música, guiado por Ramón, su hermano mayor, quien lo enseñó a tocar cuatro. También dice que descubrió la guitarra, su instrumento principal, a la edad de doce años, y que a los 16 conoció a Luis Laguna, uno de sus principales maestros, con quien comparte además la autoría de “Criollísima”, ese merengue venezolano que ha sido interpretado por Jesús Sevillano, Ilan Chester y el Orfeón Universitario de la UCV junto a El Cuarteto, entre otros artistas.
Su arsenal de más de 200 canciones, que han sonado en las voces de Marc Anthony, Jerry Rivera, María Teresa Chacín, Cecilia Todd y Gualberto Ibarreto, lo convierten en uno de los compositores más importantes de la contemporaneidad venezolana.
—Luego de tantos años de “Criollísima”, hay quienes todavía se preguntan quién hizo qué en esta canción.
—Esa es la gran discusión. Por eso, siempre que puedo, cuento la historia: después de hacer varias composiciones que nunca salieron a la luz, logré escribir un tema instrumental que, a mi juicio, estaba bastante redondo, y se lo mostré al grupo donde yo tocaba, Venezuela 4, dirigido por Luis Laguna. A ellos les gustó, así que montamos la pieza, y comenzó a sonar por mucho tiempo sin tener ni siquiera un nombre. Un día, por petición de Jesús Sevillano, Laguna le puso letra a la obra. Él tenía unas ideas sobre la belleza de la mujer venezolana y decidió plasmarlas en esta canción, que tituló «Criollísima». Hay quienes insisten en que yo fui quien escribió la letra y que Luis Laguna hizo la música, pero no es así.
—¿Recuerda alguna de esas canciones que escribió antes de “Criollísima”?
—Realmente, no. Eran temas que surgían del azar, como si intentara pegar retazos de tela que no tienen congruencia entre sí. La congruencia es necesaria para que un tema tenga sentido. Por eso digo que mi obra musical empezó en 1968, cuando escribí “Criollísima”. Antes de eso no había escrito nada de gran valor.
—Muchos cantantes venezolanos han iniciado sus carreras solistas en los festivales de canto universitarios, donde suelen cantarse sus canciones. Es como si siempre estuviera ligado a la universidad.
—Es así. Yo canté mucho en el campus en mi época de universitario, y me siento muy honrado al saber que, de alguna manera, quedé como un recurso para los cantantes que compiten en los festivales universitarios y también para los de la escuela secundaria. Siempre recibo noticias de alguien que compitió o que ganó con una canción mía. Me alegra saber que los estudiantes, tanto de mi época como de esta, sigan encontrando referencias mías, a pesar de que yo siempre diga que acá se conoce a los compositores por mera casualidad.
—¿En qué sentido?
—Te pongo un ejemplo: desde hace un par de años está rodando una lista con las 200 mejores canciones venezolanas de todos los tiempos. Ahí aparecen temas míos, como “A tu regreso” y “Pregón de Navidad”, pero se los adjudican a otro, no a mí. “Criollísima”, por ejemplo, aparece como si fuera de Ilan Chester. Él tiene una versión muy bella de ese merengue, pero no es el compositor. A un intérprete le puede quedar muy bien una canción, y eso hay que reconocerlo, pero se le debe dar el crédito al creador. Muchas veces ni los mismos cantantes lo hacen. Nada cuesta. Yo creo que va a pasar mucho tiempo antes de que los compositores aparezcamos rápidamente en los créditos de un tema.
—Varias de sus canciones suelen tocar el tema de la nostalgia por alguien que está lejos. ¿A quién extraña?
—Pienso en ese éxodo de jóvenes que dejan el campo y se van a la ciudad, y dejan en casa a aquella madre esperando que vuelvan. Es un tema que toco en canciones como “A tu regreso” y “Venme a buscar”, que no están dirigidas a una pareja en sí, sino a alguien que está lejos. Siento que esos temas son un reflejo de mí al ver a la gente irse, morirse y verme solo, aunque siempre tuve a mis padres y a mis hermanos conmigo. Ver cuánto ha sufrido la familia venezolana con esta diaspora es muy doloroso para mí.
—¿Qué aprendió en los años que trabajó en Sonográfica?
—Esos años me sirvieron para ver la barriga y las tripas del monstruo. Vi y viví muchas cosas desagradables, pero también me topé con experiencias realmente hermosas, como ver a una persona en completo anonimato alcanzar el reconocimiento de la gente en menos de seis meses.
—¿Con quién pasó?
—Con Cecilia Todd, por ejemplo. A ella la conocía un grupo muy reducido de personas, seguidoras del folclor, gracias a su disco Pajarillo verde. Pero cuando firmó con Sonográfica, yo le escribí “A tu regreso”, que fue el título del primer album que hizo en la disquera. Luis Guillermo González, que era quien escogía los temas que sonarían en las telenovelas, eligió la canción para la introducción de Primavera (RCTV, 1987) protagonizada por Fernando Carrillo y Gigi Zanchetta. La canción fue un éxito, y la carrera de Cecilia despegó. También participé en procesos como el del disco Al pie de la letra, de Ilan Chester. Recuerdo que, por sugerencia mía, el artista gráfico de la portada diseñó una pieza con el perfil de la cara del cantante sobre un fondo blanco y tres rallitas de colores en la esquina inferior derecha. Hasta el sol de hoy, es un arte referencial en la carrera de Ilan.
—Para usted, ¿quién es el mayor compositor de Latinoamérica?
—De todos los países de habla hispana, el mejor, sin duda alguna, es Juan Luis Guerra. Es un compositor completo, con una intuición musical excelente, con eso a lo que uno llama “buen gusto”, que es tan difícil de definir pero que se sabe que él lo tiene. En el caso de Brasil, hay muchos buenos, pero si tengo que escoger a uno, elijo a Chico Buarque. Y de habla hispana en general, a Joan Manuel Serrat.
—¿Y si se trata de compositores venezolanos?
—Como letrista, e incluso como creador de muchas melodías, elijo a Otilio Galíndez. Pero musicalmente no hay quien supere a Aldemaro Romero. Mis primeras clases de armonización a distancia fueron con su disco Dinner in Caracas (1955). Para mí ese álbum fue una enciclopedia. La sonoridad que él le dio a sus temas, el tempo que usaba en las canciones, fueron muy acertados. Además, es admirable que haya logrado que existiera música venezolana de lujo, que pudiera ser escuchada en cualquier parte del mundo sin ningún prejuicio.
—¿Influye la medicina en su forma de concebir la música?
—Al contrario: yo siento que la música influye en mi forma de abordar la medicina, porque yo fui músico antes de ser médico. Luis Laguna, quien no sólo fue mi maestro, sino también un segundo padre, un hermano y un amigo, me transmitió su sensibilidad por las personas. Los músicos, en general, son personas con un alto grado de solidaridad, que se preocupan por los problemas de otros. Por eso creo que la música me ayudó mucho en mi profesión. De hecho, yo nunca pude ejercer la medicina privada. Siempre trabajé en el seguro social, con un salario de quince y último, y además me fui por la rama de la medicina familiar, que me hizo conocer la historia de cada persona.
—Usted escucha a los demás y hace una canción sobre eso. ¿Hay alguna canción que cuente su historia personal?
—Hay un solo tema que puedo decir que es autobiográfico: “Horas tras las horas”. Lo grabé en el disco Vino Tinto (2004) de Ofelia del Rosal. Esa canción muestra retazos de lo que siento. Quienes me conocen saben que yo no soy un tipo eufórico ni optimista. A mí más bien me ven como alguien triste, deprimido y melancólico, y eso es verdad.
—Hay muchos artistas que lo admiran y lo ven como un referente importante. ¿Qué le dice a las nuevas generaciones de músicos?
—Creo que lo importante es tener un objetivo claro y no ver mucho para los lados, porque al desviar tu mirada, aparecen esos policías acostados de la carretera que retrasan tu travesía. El secreto está en enfocarse y trabajar mucho para lograr ser una autoridad en tu área. Esa es la vía que yo conozco. No le veo sentido a esas personas que se sientan debajo de un árbol esperando a que llegue la musa. Si no te sientas a trabajar, no va a pasar.