El viaje musical de Erlan



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Por Adriana Herrera

Fotos: Tairy Gamboa

Es normal que los artistas estén inquietos antes de alguna presentación. Cada uno tiene sus rituales y se procura el tiempo para cumplirlos. Quizá sea cerrar los ojos y respirar profundo, tomar un café caliente con ron antes de salir, o abrazarse junto a los músicos para atraer buenas vibras. Desde afuera, del lado del público y desde la altura de la fila 3 de la Sala Plural del Trasnocho Cultural, no se adivina si Erlan Faneite es de rituales, pero se le ve salir apurado varias veces de la sala mientras los músicos se pasean por acordes y coros. El cuatro está afinado, pero Erlan está inquieto. Es posible que su ritual sea caminar rápido, entrar y salir.

Afuera, ataviado de negro y con un sombrero a tono, espera José “Pollo” Sifontes, un nombre que ha recorrido Latinoamérica gracias a su tema “Anhelante”, uno de los boleros más cantados en esta tierra y más allá de estas fronteras. Está ahí porque luego estará entre el público y Erlan, que ese día interpretará un repertorio tradicional de los años 70, no cabe en agradecimientos. También espera José Enrique Sarabia —a quien nos acostumbramos a llamar Chelique— de blanco y beige impoluto, a tono con su cabello. El compositor de “Ansiedad”, ese bolero que musita palabras de amor, aparece con la sonrisa a punto y entra a la sala cuando ya Erlan ha afinado otra vez el cuatro, cuando las luces ya están apagadas. Lo espera un asiento en primera fila justo antes de que las chicas del coro salgan a batir sus faldas, con la sonrisa a punto para cantar con fuerza “En este país”, en sol menor, para no desentonar.


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Por años, Erlan Faneite ha explorado la música tradicional venezolana. Ha entrenado, con ahínco, su voz junto a profesores líricos y mezzosopranos. Se confiesa un amante profeso de Gualberto Ibarreto y se le nota en la manera en que desgarra sus notas, cuando canta con los ojos cerrados. Por eso cuenta, entre risas, que quería tanto ser como él que rompió 14 cuatros de tanto intentar, hasta que le salieron las notas como tenían que ser. Así que lo que Erlan llevó ese domingo de Guataca fue un repertorio que se parecía a esas canciones que lo emocionan, sobre todo si algunos de sus compositores estarían ahí escuchándolo cantar. Un viaje a los años 70, a letras llenas de contenido, a un amor sin prisas. No lo hizo solo; estuvo acompañado en el escenario por Francisco Rojas y su ensamble: sonó la mandolina, otro cuatro, un bajo y la percusión, con dos voces de mujeres recias.

En el año 1976, Gualberto Ibarreto estaba comenzando su promoción de “Anhelante”, un tema que quedó grabado en el Lado B de un disco de vinilo que entregaban en las emisoras. Más de 40 años después, Erlan, que tenía uno de esos ejemplares, se lo entregó como regalo al Pollo Sifontes, quien tenía años buscando ese recuerdo. Por eso, entre la emoción que permiten las presentaciones en vivo, el compositor lo aplaude y se levanta a compartir la anécdota del obsequio y de cómo fue que ese tema de su autoría terminó en el lado B de un disco que luego le dio la vuelta a Latinoamérica. Erlan interpreta el tema con pasión y arranca los aplausos de los asistentes a este concierto que fue pequeño, íntimo, cargado de emoción. Una emoción que lo pasea por acordes y recuerdos, como ese en el que evoca a uno de los amores de su madre —quien no pudo estar presente ese domingo— cuando le dedicó a ella un tema escrito por Manuel Graterol Santander, ¡el inolvidable Graterolacho!, llamado “Romances” y por eso lo entona en sol menor para darle más sentimiento cuando dice: “Mi amor es como las cosas que nunca tienen respuesta”.

Ya para ese momento, Erlan había interpretado algún folclore de Falcón y se detuvo en “El diablo suelto”, el vals de 1887, autoría de Heraclio Fernández, que lo hizo enfrentarse con sus agudos más profundos. Un tema enérgico y difícil de interpretar. Que estas canciones aparezcan son, como cuenta Erlan, culpa de su madre que desde pequeño lo puso a escuchar esta música y forjó en él un cúmulo de emoción venezolana. Entonces así siguió, y se paseó por trabalenguas de Jesús Sevillano y por “La negra ciriaca”, de Luis Mariano Rivera. Pero luego le dedicó tiempo a la danza y fue ese el instante en el que Chelique Sarabia se levantó de su silla para contar cómo fue que a los 19 años compuso “Chinita de Maracaibo” mientras manejaba desde Bajo Hondo hasta Cantaura, en esa carretera del Oriente del país. Y ante esa improvisación, Erlan decidió contar que uno de los temas preferidos de su madre es “Cuando no sé de ti”, autoría de Chelique, y la cantó con sentimiento, no sin dejar de decir que su madre se habría emocionado de ver al propio Chelique Sarabia sentado en primera fila.


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Luego llegó un popurrí cargado de canciones que recuerdan a Gualberto y Luis Mariano Rivera que termina con las notas conocidas de “La Guácara” y “Canchunchú Florido” y una interpretación certera de “Yo vengo regando flores”, de Lilia Vera, que hizo cantar al público. Erlan revisó el mapa mental de su viaje musical y supo que ya estaba llegando al final de la ruta que cerraría con los sonidos de la costa central, con esa burra que le prestan para ir a Choroní, María dando paleta y el coro emocionado de Viva Venezuela, mi patria querida. Así se despidió, pero no hizo falta que saliera del escenario para que volviera a interpretar un tema más que lo hizo devolverse muchos años atrás, cuando concursó en la voz liceísta y entonó los versos de “El negro y el Catire”, tema de Graterolacho con música del tío Simón. Después de eso, sí, Erlan se despidió agradecido con las dos manos, pero cuando todos se fueron y él volvió a hacer repaso de sus emociones, se encontró de frente al Pollo Sifontes y entonces le puso un cuatro en la mano, le pidió que tocara los acordes de “Anhelante” y cantó me conformo con verte, aunque sea un instante; me conformo con mirarte un momento nada más y selló la canción con un apretón de manos, un abrazo y una foto que prometió enmarcar para que no se le olvidara ese momento.