Los referentes de Isla de Focas van de Simón Díaz a Radiohead. La agrupación que lideran la cantautora Maga Urdaneta y el guitarrista Andy Ortiz Urbina recoge sin pruritos elementos de la tradición musical venezolana para construir moldes sobre los que se erige un rock sofisticado que es vehículo de historias y reflexiones, de existencialismo y poesía.
El EP Pequeñas Obras vol. 2 (2024) es el muestrario del sonido que Urdaneta, Ortiz y compañía han desarrollado durante más de 10 años de recorrido, si se cuenta MAAN, el dueto de Maga y Andy que comenzó a mutar hasta requerir una alineación más completa. Eventualmente, cobraría forma de cuarteto gracias a la llegada de dos músicos formados dentro del ambiente del jazz y bajo el paraguas del Sistema de Orquestas: el baterista César Villarroel y el bajista Jorge Ramoncini.
Como ejemplo del espíritu mestizo de la banda, que encuentra en el subsuelo de su patio su toque diferenciador, el single “Tierra y corazón” hace un viaje antropológico a través de la combinación de guitarras procesadas y una base de tambores afrovenezolanos culo e’ puya secuenciados, un híbrido que le valió nominaciones a los Premios Pepsi Music. La pieza, que abre el LP, comienza con un prólogo evocador de los ambientes del Division Bell de Pink Floyd, sobre el cual Arturo Uslar Pietri discurre sobre la identidad hispanoamericana y las tantas maneras de nombrar la región (¿Hispanoamérica? ¿Iberoamérica? ¿Latinoamérica?).
El intelectual analiza la vaguedad en la autodefinición de una vasta porción de terreno, ocupada por países americanos de habla castellana, en una emisión de su programa televisivo Valores Humanos: «Los hombres (la humanidad) no somos lo que somos por la raza. Lo somos por la cultura». A esto responde Isla de Focas con un rock afrocaribeño orgulloso de su mestizaje. World music como soundtrack de la cotidianidad caraqueña.
“Ocarina”, una composición de la vocalista y guitarrista Maga Urdaneta, habla del amor sobre un tumbao en 5×8 de merengue venezolano. Alrededor de ese núcleo narrativo y melodioso, cuya idea disparó el videojuego Zelda, Andy crea una atmósfera desde su guitarra Telecaster, que funciona como pincel tecnológico creando capas y texturas.
El rock de Isla de Focas no va de riffs directos ni velocidad, sino de ambientes como los que atraviesa “Él no es un hombre del sur”, otra composición de Urdaneta (cuyo bajo grabó Raymond Linares) que cuenta la historia de millones de venezolanos marcados por la diáspora. La juventud perdida, el peregrinaje, el precio de unos ideales; la letra va contando la historia a retazos, como un rompecabezas al que le faltan fragmentos. Pero basta con atar las palabras clave para percibir en ella las cicatrices de la migración venezolana, no sólo vista desde la óptica del que se marchó de su casa, sino también desde el que permaneció en un país que muchas veces encuentra irreconocible.
Pequeñas Obras vol. 2 (2024), producido casi en su totalidad por Francisco “Coco” Díaz, representa la primera oportunidad de ver la fotografía completa de Isla de Focas, que hasta ahora había editado singles sueltos. En el EP, unos interludios sirven de hilo conductor entre relatos que parecían inconexos. El primero de ellos es una suerte de tonada instrumental, que apunta hacia un folclor sureño. Esa suerte de poema sonoro, cuyo relato se produce dentro de la caja de resonancia del instrumento, sirve de antesala a “Tiempo”, una canción construida sobre una base de 6×8, el patrón del joropo, en la que participan dos invitados especiales: El baterista Miguel De Vicenzo y, en el bajo, Roldán Peña, quien además se encargó de esa producción.
La otra creación de Andy, “Lejos de ti”, es una carta de amor a su esposa, Taimir, escrita sobre la cartulina de una balada rock. Tras ella, llega el segundo interludio, un collage de sonidos de la capital, que junta guacamayas con transeúntes y autobuses, como guiño al Plomo Revienta de Desorden Público. El cierre del álbum es otra lectura, menos adulterada, de la que abre: “Tierra y corazón”.
Isla de Focas, banda que ha pasado por el ciclo Noches de Guataca, nació con un nombre francés —Île des Phoques— que pronto se reveló inviable y contradictorio para un proyecto que precisamente reivindica la fusión de materia prima local y tiene en la lengua española uno de sus ingredientes fundamentales. La curiosidad de Maga y Andy, dos artistas que traen bagajes distintos (Maga es más jazz y raíz venezolana, Andy es más rock), los ha llevado por talleres dirigidos por maestros como Aquiles Báez, Henry Martínez y Jorge Torres, con quienes han estudiado, respectivamente, ritmos venezolanos y latinoamericanos, el formato canción y el arte de la composición. Todo eso ha ido condicionando a una criatura que al fin tiene su primera carta de presentación.