Cheo creó un mundo aparte. Es una casa grande y colorida, en la que convive todo lo que le apasiona. Fuera de allí, sacadas de ese contexto mestizo y libertino, puestas al sol por separado, las piezas del rompecabezas no tienen sentido. Pero juntas, pegadas por la amalgama de José Luis Pardo, cobran forma como una de esas imágenes engañosas que al ojo desnudo le cuesta descifrar. Música para verse bien (Nacional Records, 2023) es la nueva habitación de esa edificación en la que pareciera reinar una sola ley; la Ley Cheo: Prohibido aburrir y aburrirse. Si no nos divertimos, apaga y vámonos.
Pero la diversión de Cheo tiene su ethos. La música es muy importante. La delicadeza de los arreglos, las transiciones, la escogencia de los colores, las sutilezas, lo que se agrega y lo que se evita, todo hace de su obra un objeto atemporal y una píldora de efecto prolongado. Su música enamoraba hace 25 años, cuando era guitarrista y una de las bujías de Los Amigos Invisibles. Cautivaba por allá en 2010 cuando creó Los Crema Paraíso junto al baterista (y actual colaborador y percusionista del álbum, Neil Ochoa) y compañía. Convencía cuando grabó Dónde (2018), el álbum a dúo con Ulises Hadjis. Sigue gustando hoy, y nada me dice que dejará de enamorar, cautivar, convencer y gustar en el futuro.
Él ha contado que a diferencia de Sorpresa (2020), el primer álbum de esta etapa firmando como Cheo, el contenido de Música para verse bien se ensayó bastante antes de pasar al estudio de grabación. El dominio absoluto de las piezas permitió descansar la mente para dejar fluir el feeling de forma “Libre”, como se titula la canción de Jorge Spiteri que agregó cuando ya el disco estaba prácticamente terminado.
Spiteri nunca la grabó. Cheo lo vio alguna vez tocándola en directo y la creación de quien fuera una suerte de tío amoroso de Los Amigos Invisibles se le quedó en la cabeza. Ocasionalmente, cuando hablaban, Cheo le preguntaba cuándo la iba a grabar. Jorge murió en plena pandemia y, un poco más tarde, Cheo se tropezó en su computadora con el demo en mp3 que Jorge le envió para que él mismo la grabara. De modo que decidió honrarlo y llamó a Nella Rojas, una de sus cantantes favoritas. Lo que resultó es un masaje para el alma, que conservó ese aire de “Groovin” (The Rascals), una de las canciones predilectas de Jorge.
Las voces de Nella y Cheo en octavas describiendo esa melodía tienen un efecto relajante de baile terapéutico. Dejan una sensación que sólo despierta la gente buena onda, como lo era Jorge. Ese recurso de dueto unisex ha probado efectividad. Por eso insistió con él en piezas como “Maybe Baby”, la única en inglés, en la cual participó, con su voz jadeante y seductora, Maye Osorio (por cierto, hija del compositor Fernando Osorio), a quien conviene prestar atención. En 2021 salió en Tiny Desk.
“Corazón usado” es un hit pop de letra tierna y jocosa que escribió forzándose a trabajar únicamente sobre acordes sencillos, dejando de lado sus disminuidos, aumentados y suspendidos. Tiene un aire de temazo de los años 70 que sigue en la radio 50 años después, como si lo hubiera escrito Burt Bacharach. Es su carta de amor –él lo dijo– a Raphael, Juan Gabriel, Rocío Durcal, Camilo Sesto, Julio Iglesias y ese salón VIP de baladistas hispanoamericanos. Ésa la cantó con Isabel Aladro, una voz que gusta a la primera como una cucharada de dulce de leche argentino.
“Agujas en el pecho” es la que inicia la fiesta del álbum cuyo arte fue obra de Carlos Crinigan (DJ Metra). La guitarra de Cheo es también un instrumento de percusión. Una especie de rumba funky, un plato exótico y raro pero prometedor, de pronto se revela como una salsita sanadora del despecho con momentos aflamencaos. La invitada es Catalina García, la encantadora vocalista de la banda colombiana Monsieur Periné, amiga de algunos años con la que ha colaborado musicalmente en el pasado.
Así como lo hizo con “Libre”, Cheo fue lanzando retazos del álbum antes de dejarlo completo en plataformas y editarlo en vinilo. Además, fue contándole a su fiel comunidad de seguidores el trasfondo de cada uno. Es fascinante conocer sus disparadores. Otros artistas, orgullosos o acaso tímidos, disimulan sus influencias. Prefieren no ahondar en el germen de sus canciones. Cheo lo cuenta en su IG, desglosa de dónde se inspiró para un intro, un riff, un coro. Y con todo eso hace playlists que van de Wilfrido Vargas a McCartney, o de Camarón de la Isla a Prince. Las pone desde su casa en los lives que hace.
“Esta canción” la hizo pensando en la instancia final de la fiesta, cuando el bar se dispone a cerrar y cada quien está intentando exprimirle un último sorbito de zumo a la noche. Musicalmente, tiene mucho de disco, mucho de “Last dance” de Donna Summer, con una altivez elegante que contrasta con el mal estado del borracho trasnochador. Y “Macumba”, hecha como agradecimiento a los amigos que lo han acompañado en sus bajones emocionales, es una salsa malandrísima con arreglos delicados y de postre, un solo de guitarra con wah wah catártico y arrabalero.
Antes del funk, el acid jazz, el bossa y todo lo demás, estuvo The Cure. Una de las primeras canciones que el Cheo adolescente se aprendió en la guitarra, de la que se sintió orgulloso porque lo que tocaba se parecía a lo que la banda británica le lanzaba desde el estéreo, fue “In Between Days”. Como celebración de esa fase iniciática de flangers y ambientes de sintetizadores, y con cariño para Robert Smith, escribió “Luciérnagas” con Ulises Hadjis y Dan Martínez, el bajista del disco. En la grabación participaron Hadjis y Gamboa (Rodrigo Gamboa).
“Flotando”, grabada junto a Ilhan Ersahin, músico de origen suizo y turco criado en Estocolmo y establecido en Nueva York, la escribió con Baden Goyo, quien tocó teclados y pianos en el álbum. “Cha cha cha” la hizo cantando al unísono con El Arcas. Una oda a los viejos buenos tiempos, al sabor caribeño que no envejece nunca. Allí toca el vibráfono Juan Diego Villalobos, quien también deposita su swing en “Boogaloo wasapp”, tema instrumental con solos de percusión ideal como intro para los shows, que surge como cambió de humor tras “Dancing Days”. Esta última es más disco, más acid jazz, con teclados distorsionados setentosos y unos metales de lujo arreglados por Jorge Aguilar.
Como la Ley Cheo prohíbe el aburrimiento, conviene dejar esta reseña hasta aquí. Play.