LUZ: La rehabilitación emocional de Arturo Marc 


FOTOGRAFÍA: Enrique Palacios

LUZ es un debut honesto porque refleja la indecisión del aprendiz, al que le cuesta un mundo discriminar entre cosas que le gustan mucho. Arturo Marc, venezolano establecido en Canadá, grabó un álbum apoyado en el percusionista y productor Luis “El Pana” Tovar y la participación de dos miembros del C4 Trío, en el que presenta canciones que no sólo ponen en evidencia su eclecticismo, sino que muestran objetos muy personales, fases de una terapia, caminos para alejarse de la oscuridad. 

El 2009 fue nefasto en la vida de Arturo. En enero de ese año, el joven de 17 sufrió un desgarre muscular que acabó con su prometedora carrera como futbolista. Y en marzo, su padre, Emerson Rondón, hombre de teatro, rostro habitual en la televisión venezolana de principios de siglo y miembro del elenco de telenovelas de RCTV como Viva La PepaTrapos Íntimos y Qué buena se puso Lola, murió en un accidente de tránsito cuando se trasladaba de Ciudad Bolívar a Maturín. 

Un par de años antes de aquella tragedia, Arturo se había ido con su madre a Calgary, Canadá. Hijo de orientales, todos de Sucre, Monagas o Guayana, se había criado entre Ciudad Bolívar y Caracas. Allí había estado expuesto, por una parte, al calipso que cultivaba su madre, Norka Marcano, en una agrupación llamada Bacanal; y por el otro, a la actividad del Coro de Intevep (filial de PDVSA), al que ella perteneció después. Esa agrupación era dirigida por el maestro Raúl Delgado Estévez, miembro de El Cuarteto, personaje fundamental de la cultura nacional que tomó la batuta del Orfeón Universitario de la UCV tras el accidente ocurrido en Las Azores, Portugal.

Ver a su madre en acción lo estimuló a sumarse al coro de su escuela, a dedicarle horas diarias a la música. Y a pesar de que todo ese acervo se guardó en una mochila durante sus primeros años en tierra canadiense, en los que andaba más concentrado en su rol dentro de la cancha de fútbol, la lesión y la pérdida su padre lo hicieron volver a esa fuente.

Cuando atravesaba la depresión, su abuela le regaló una guitarra. También, en 2010, su madre co-fundó el Cantares Venezuelan Choir, que devino en la Cantares Venezuelan Cultural Foundation en 2011, organización de la cual se desprendieron dos proyectos: Una agrupación, La Parranda, y un evento anual llamado Venezuelan Culture Days, que desde entonces ha llevado a Calgary algunas de las propuestas más representativas del país. Hablamos, por ejemplo, de los ensambles El Cuarteto y C4 Trío, el violinista Eddy Marcano, el percusionista Willy Mayo, la agrupación Joropojam y a los cuatristas Miguel Siso, Jorge Glem y Héctor Molina. 

La participación de Arturo en el coro Cantares lo llevó a estudiar teoría y solfeo, a aprender ritmos venezolanos, a reflexionar sobre su identidad. De esas visitas a Canadá de grandes exponentes de la venezolanidad, también se empapó. En paralelo, comenzó a tocar con sus amigos en una banda que se llamó Sin Reservas y, eventualmente, integró una agrupación más estable de reggae llamada UnoBand. Además, decidió a cursar una licenciatura en música en la Universidad de Lethbridge, la tercera ciudad de la provincia de Alberta, ubicada a unas tres horas de su casa. Allí perteneció al coro de ópera, profundizó sus conocimientos teóricos, aprendió de canto lírico y desarrolló su gusto por la música clásica. 

De toda la experiencia, Arturo Rondón Marcano (Caracas, 1991) compuso varias canciones que acabaron en LUZ, el EP diverso que editó a finales de 2023. En la primera pista, “Buscadores del sol”, Arturo recita un poema que escribió su padre tras un viaje existencial que hizo de mochilero por toda Suramérica poco antes de su accidente fatal. Debajo de los versos, suena una fusión de tambores de San Millán que hace el percusionista Luis “El Pana” Tovar mezclada con beats electrónicos y el cuatro de Héctor Molina (C4 Trío). 

Le sigue “Luz”, una delicada gaita de tambora, aliñada por las diferentes sonoridades que es capaz de obtener de su cuatro Jorge Glem (otro C4). Cantando una letra romántica, sale a relucir la voz relajada de Arturo, que resulta cercana, armoniosa. Sus melodías, aunque van sobre una base de raíz tradicional, contienen un ingrediente pop. 

Lo mismo podría decirse de “Nuestro universo”, una gaita zuliana pero de la otra, de la más conocida (la de furro), en la que vuelve Molina. Destacan los relieves que aporta el bajo de Daniel Nava. De nuevo, lo más acústico y artesanal se combina con lo sintético y tecnológico.

“Radiante” manifiesta dos gustos de Arturo: el calipso de su infancia, representado por la percusión de Tovar, y el ska de su juventud temprana, acentuado por los cuchillazos entre bombo y caja de la guitarra del canadiense Barry Mason. A eso se suman los ambientes de los sintetizadores de Cam Buie, otro artista local.  

LUZ, que fue grabado en el icónico Calgary Studio Bell y que contó con Jean Sánchez, ingeniero de mezclas y masterización ganador de Latin Grammys, culmina con un fragmento final del poema que inicia la obra en la primera pieza, “Buscadores del sol”. Es un cierre circular a una etapa oscura que tuvo, gracias a un álbum, un final luminoso. 


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