Héctor Molina decidió servir el cuatro solo, sin hielo ni soda ni nada. En contraposición con el concepto de su primer álbum, el merideño presenta a un cuatro autosuficiente, que canta y se acompaña; un monólogo en el que el instrumento venezolano predilecto habla y se responde a sí mismo durante una Travesía de 11 canciones que reflejan fragmentos de la vida del artista.
Giros (2018) incluyó ensambles de varios formatos. Involucró secciones de metales, percusión, mandolinas, un acordeón, flautas y hasta una rareza: un oboe de amor. En una pieza, “Yari”, Héctor incluso invitó a la Camerata Solista del Sistema de Orquestas (ocho violines, dos chelos, una viola y un contrabajo), que dirigió Christian Vásquez. Todo un despliegue de arreglos y armonías.
A cuatro años de aquella obra, el integrante del C4 Trío dejó sus ambiciones de lado y apuntó a lo elemental. “Travesía”, el pasaje que bautiza el disco —del que existen copias en formato físico—, describe el sentimiento del artista, ahora establecido en Estados Unidos, cuando piensa en su propio periplo y en el de tantos venezolanos que se mueven por el mundo en busca de oportunidades. Otra con carga nostálgica es “Código +58”, un merengue taciturno en zepia, que describe las emociones que experimenta Molina cuando piensa en su país.
Las dos piezas corresponden a una reciente etapa creativa del cuatrista. También, “Quihubo chareto”, un simpático merengue que abre el álbum; titulado así por Molina, con esa manera andina de saludar, en un guiño a su padre. Otra de las inéditas es “S.E.R”, una entrañable pieza que Héctor ve como una suerte de mantra o hasta de oración, que le vino a la mente dos días tras la noticia de una muerte que lo devastó, a él, a sus compañeros de C4 y a toda esa familia artística extendida. S.E.R. son las iniciales de Soraya Enriqueta Rojas, quien fuera mánager del grupo y que falleció de manera repentina en septiembre de 2017.
Gracias al trabajo del ingeniero Vladimir Quintero, Travesía suena como si uno estuviera sentado dentro de la caja de resonancia del cuatro. Es un macro-zoom del instrumento. Resalta cada roce de uñas y yemas, cada chasquido y charrasqueo, de lo más sutil a lo más agresivo, como lo que muestra el “Entreverao llanero”, en el que Héctor se pavonea con destreza cabalgando joropos en varias formas: Zumba que zumba, seis por derecho, seis numerao y más.
Molina, como es su costumbre, homenajeó a sus ídolos, empezando por El Cuarteto, del que escogió el joropo “El Preñaíto”, obra del fallecido maestro Raúl Delgado Estévez. De Raíces de Venezuela, tocó “Río Caipe”, composición del contrabajista del longevo ensamble, Héctor Valero. A ésas agregó un cover merengoso de “Blackbird” (Lennon/McCartney), basada en el arreglo que hizo el mandolinista Jorge Torres para el proyecto Pepperland, que venezolaniza canciones de los Beatles.
Héctor releyó algunas creaciones propias, entre ellas “Amalgamados”, una pieza que es piedra fundacional de su relato como compositor porque la escribió en 2004 y la presentó en La Siembra del Cuatro, el festival tras el cual se afianzó su carrera y las de sus colegas de C4. También la grabó en el álbum debut del laureado ensamble.
Héctor insistió con dos canciones que ya forman parte de Giros: “Cenen”, que dedicó enteramente a su madre; y “La casita amarilla de El Entable”, inspirada en la casa que ella conserva en Mérida, la tierra donde nació y se crió el cuatrista. La nueva es radicalmente distinta a la de 2018.
El álbum, en su gran mayoría grabado en el Recital Hall de la Florida International University de Miami, contiene un bonus track llamado “Simbiosis”. Se trata de un experimento de sus tiempos de estudiante del antiguo Instituto de Estudios Musicales de Caracas. Entonces, aquel joven, que ni siquiera soñaba con todo lo que pasaría en su carrera, con ovaciones, Latin Grammys ni giras por Europa, no encontraba cómo aprobar la materia de Música Electroacústica. Lo logró, finalmente, grabando un montón de sonidos de su cuatro, golpeando su estructura con diferentes intenciones, pellizcando las cuerdas por encima de la cejilla, rozándolas, rasgándolas.
A partir de esa data, se sentó a armar un collage sonoro, con el que contribuiría en el futuro el ingeniero Darío Peñaloza. El resultado representa el epílogo avant-garde de su flamante álbum. Un epílogo que que va de la mano con el arte, diseñado por Alejandro Calzadilla con guiños a la obras de Guego y Alexander Calder.