Manual de cuatro #1 y la posibilidad de tocar al país; por Marcy Alejandra Rangel


Crónica por Marcy Rangel


Carlos tiene un cuatro en su casa desde hace dos años. Lo compró porque cree que es importante el maridaje entre ser venezolano y saber tocar el instrumento, pero jamás lo ha sacado del estuche. Es domingo en la mañana y, a su edad, bien podría estar recuperándose de una fiesta o con planes de ir a la playa, pero decidió levantarse temprano y, por primera vez, desenfundar el instrumento. Hoy Carlos tiene la posibilidad de aprender a tocar las melodías tradicionales que más se parecen al sonido del país.

Manual de Cuatro #1 es una idea de Marianne Malí, una cantante venezolana con una propuesta retro, que ideó un cancionero de 18 temas fáciles de aprender a tocar, extraídos de los manuales de cuatro de Oscar de Lepiani y García Abreu. Este concierto, en el que también participa Solo Ensamble, recrea el formato interactivo de una clase principiante de música en el ciclo Noches de Guataca que, aunque tiene seis años mostrando a los más diestros de la música venezolana, esta vez decidió asomar la posibilidad del aprendizaje. Hay casi 100 personas curiosas y al menos 30 con el instrumento. Carlos es uno de ellos.

La clase es en una sala de teatro experimental con un ensamble en vivo. Hay cuatros, maracas, percusión y bajo, como en un concierto formal de música venezolana contemporánea. Esta vez, hay una pantalla que proyecta la partitura de las canciones tradicionales más conocidas y fáciles de tocar en cuatro: “Ansiedad”, “Las Brumas del Mar”, “Fiesta en Elorza”, “Gabán”. Todas suenan con la técnica del vals, la primera que aprendió a tocar Carlos esta mañana: pasa los dedos por todas las cuerdas una vez hacia abajo, dos hacia arriba, otra vez hacia abajo. La señora que está al lado se apura a anotarle los movimientos con flechas a la vez que piden acelerar el ritmo. Ella cuenta que su abuela le enseñó a tocar cuatro y que, desde siempre, ha tenido el instrumento en casa para amenizar las reuniones familiares. “Pero no se me ocurrió traerlo, aunque tenía curiosidad por venir a ver cómo era esta actividad”, se lamenta. A Carlos le cuesta mantener el ritmo más que a los niños de siete u ocho años que andan por ahí, al otro lado de la sala. En ellos se fija cada vez que interpretan una canción, al unísono, para probar los conocimientos del día con ensamble y voz.


Uno de esos niños es Omar Pulgar, quien tiene un año en la orquesta Alma Llanera de Apure. Sabe tocar joropo, “Gabán”, “Manizales” y, por supuesto, “Alma Llanera”. Tuvo un concierto el viernes, el mismo día que viajó a Caracas para pasar la Semana Santa con su papá, quien tiene varios instrumentos en casa para que Omar pueda divertirse. “Yo quiero tocar arpa, pero en la escuela todavía no tienen una para que yo aprenda”, dice.

Como Omar está Bernarda. No llega a los seis años y tampoco estudia música. Pero apenas invitaron a alguien al escenario saltó con el instrumento a una de las sillas y se hizo sentir parte de la banda. De un ensamble de música venezolana que, aunque ella no lo sabe, toca las canciones con la que sus abuelos se enamoraron. “Ustedes no saben el efecto que tiene en los chamos que uno los pueda mantener en contacto con la música” les cuenta Malí a todos los demás espectadores.

“To-ca-me-ren-gue” repite la cantante varias veces con la voz mientras el público lo intenta con la mano. Este es el segundo género que enseña Malí en la clase. “Compadre Pancho”, “Carmen y la Pulga” y “El Piojo” fueron algunas de las canciones que el público se sorprendió tocando. Porque la dinámica es esa: una vez aprendido el ritmo, los músicos se pasean por varias canciones y velocidades que tengan los mismos acordes, en la voz de Malí y de quienes, además de tocar el cuatro, pudieran cantar sin equivocarse en la coordinación.


El cuatro, generalmente, se agarra por el diapasón con la mano izquierda y los dedos hacen acrobacias para cambiar de nota cada vez que la canción lo requiere, sin alterar el ritmo base que se hace con la derecha. Esa era la técnica que estaba practicando Danny, a la salida del concierto, con el cuatro todavía en posición de tocar. En su casa hay cuatro, guitarra y maracas, pero es la primera vez que saca alguno de los instrumentos de su casa. Sin embargo, su hija Daniela, de 11 años, hace tres que practica y hoy vino a enseñarle a su papá lo que ya sabía hacer.

“Me dio rabia tener el cuatro desafinado en la clase. Voy a seguir estudiando” dijo la señora Carmen sentada en uno de los muebles del Trasnocho Cultural, a la salida del concierto. Hace cuatro años que su instrumento estaba llevando polvo en casa, pero hoy decidió practicar mientras se grababa con el celular. Recibió clases de piano a los seis años y, aunque nunca se profesionalizó, a lo largo de su vida ha hecho varios intentos por formalizar su relación con la música en conservatorios.

Manual de Cuatro #1 sirvió para que el domingo empezara reunido en torno a la música tradicional venezolana. Había abuelos que cantaban, señoras que miraban, jóvenes que aprendían, niños que ya sabían y, sobre todo, música. Ese sonido que acerca las fronteras entre las generaciones, la lejanía entre los que ya no viven cerca y aflora el recuerdo de quienes ya no están, que se potencia si tenemos la oportunidad de crearlo nosotros mismos y no verlo tocado por otros en un video; que invita a la posibilidad de sentir que el país está cerca sin importar la latitud desde donde se toque el instrumento más cercano a la identificación de nuestras raíces.