Cuando Aldemaro Romero tenía nueve años tocaba la guitarra en un programa de radio para público infantil que se transmitía por La Voz de Carabobo. Era 1937. Ya había aprendido los rudimentos de la música con su viejo, director de la banda del estado Yaracuy, en una casa donde su familia recibía a discípulos y amigos.
Sus biógrafos se contradicen sobre la edad que tenía cuando le regalaron la pianola que fue capaz de distraerlo de los estudios. Digamos que tendría entre doce y catorce años. El hecho es que las teclas fueron suficientes como para darse de baja de los pupitres al aprobar el sexto grado de la educación básica.
Su papá, el mismo hombre que lo inició en la música, intentó persuadir al adolescente de formarse en alguna carrera técnica. No pudo.
Aldemaro vivió 29.041 días. Vivió sonando. Compuso con una versatilidad que ningún otro ha podido exhibir en el mismo patio. Murió en 2007, con 79 años y medio. Han pasado 8 años, 10 meses y 15 días. Hoy es sábado 30 de julio y en el Teatro Chacao van a interpretar dieciocho de las canciones de Aldemaro Romero, sin contar algún bis. Los arreglos son de Gustavo Carucí y él mismo dirigirá al maestro Alberto Lazo al piano, a Miguel Siso en el cuatro, a Eric Chacón en flauta y el saxo soprano y tenor, más Abelardo Bolaño en la batería. También son de Carucí los arreglos que oiremos a Vera Linares, Biella Da Costa, Eddy Marcano (el único que no pretende cantar), Constanza Liz, el maestro Cheo Hurtado, Mariaca Semprún, Williams Mora, Kiara y Rafael “El Pollo” Brito. Cantarán, en ese orden, dos temas cada uno.
Carucí ha decidido arrancar el concierto con “Carretera”. Esa canción fue la última del Lado A enDinner in Caracas Vol. II, la quinta del Lado A de La Onda Máxima (1971), la primera del Lado A en el disco instrumental de 1973. Está en cuanta compilación haya de los éxitos de Aldemaro Romero. Es dos platos: “Carretera” es un palo y la gente se la sabe, algo que se traduce en una gran responsabilidad para la encargada de abrir este concierto, Vera Linares.
Es la primera vez que Vera participa en Caracas En Contratiempo y le toca abrir uno de los eventos más importantes. Además de ser la front-woman del proyecto Majarete Sound Machine, es una actriz formada en el mítico TET caraqueño y conoce este escenario muy bien, pues formó parte del elenco de la segunda temporada del montaje de Casi normal dirigido por Marcel Rasquin. Y es verdad: eso provee un montón de herramientas, pero en segundos le toca abrir con una de las canciones que todo el público está esperando y eso pondría tenso a cualquiera.
Quizás por eso se aparta del camerino que comparte con el resto de las cantantes, sube a la pata del escenario y se acomoda en una silla para concentrarse. Respira. Vocaliza. Repasa. Son las cinco de la tarde. Vera hoy es el rock y el rock es un asunto de la noche, como el cabaret y buena parte de la música del maestro Aldemaro.
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[“A mí me han dicho de todo, incluyendo ‘maestro’, pero eso está fuera de todo contexto. Me han dicho ‘cabaretero’. Me han dicho ‘detritus de cabaret’. Así me puso un crítico musical porque, cuando se acabó la Filarmónica, un señor publicó en el periódico una carta diciendo que yo era un cabaretero y no tenía derecho a haber ganado cincuenta mil bolívares mensuales, que era lo que ganaba yo con la Filarmónica por ser director del conservatorio, director de la orquesta, administrador… yo hacía de todo. Bueno y él firmaba: ‘Fulano de tal, trombón de vara’ e insistía ‘Yo que soy uno que toca trombón de vara’ o ‘No sé qué más, trombón de vara’ y toda la carta estaba basada en la fuerza del trombón de vara. Entonces yo, que leí la carta, le contesté al día siguiente que simpatizaba mucho con su causa, pero que siendo yo un maestro de música estaba acostumbrado a instruir a los músicos sobre qué hacer con su instrumento… y que, si él tenía tiempo, yo con mucho gusto le podía aconsejar lo que podía hacer con la vara de su trombón”]
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(En 29.041 días de una vida como la de Aldemaro Romero caben muchas canciones, muchos alumnos, muchos finales y muchos principios. Hablemos de algunas canciones, hablemos de algunos principios. Estuve persiguiendo una canción de Aldemaro Romero durante siete años. Mi abuelo y él fueron buenos amigos, pero yo nunca lo conocí. Murió cuatro días después de que yo cumpliera 27 años. Fue en ese cumpleaños que alguien comentó la letra de una canción que era una defensa del artista de la noche, ése raro animal de la cultura que prefiere trabajar antes que vivir de las subvenciones del Estado. No recordaban el nombre de la canción ni en cuál disco estaba. Fue muy difícil dar con ella. En 2014 pude escucharla por primera vez en casa de Garcilaso Pumar, también festejando mi cumpleaños. No creo que forme parte del programa, pero llego al teatro con la ilusión de que alguien me hable de ella. Debe ser una canción muy rara: no fue sino hasta hace dos meses que alguien la subió a YouTube con el título que aparece en el archivo de la Fundación Aldemaro Romero: “Declaración de principios”)
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Desde el backstage la única sorpresa posible reside en la reacción del público. Todo cuanto va a suceder está confesado en el set-list que está pegado en las paredes, estratégicamente colocado a los pies de los músicos y como talismán en los teléfonos de los productores. Ahí dice que “Carretera” y “Quién” son los dos temas interpretados por Vera Linares. Una combinación perfecta: empezar cantando con los espectadores una pieza referencial para luego seducirlos con el imaginario del piano bar, con los sonidos de esa medianoche bailable y secreta que toda Caracas echa de menos.
Y la versatilidad de Vera y los arreglos de Carucí consiguen el avance. Caracas En Contratiempo permite la maravilla de los públicos cruzados, eso que hará que más de una pareja de mediana edad, al salir de acá, googlee el nombre de una mujer que tiene rato en el iPod de alguno de sus muchachos. Siempre conviene tener un poquito más de música.
Al salir Vera de la escena, una orden de Carucí hace que Abelardo Bolaño arranque en su batería la inconfudible secuencia de un culo ‘e puya. La voz de Biella Da Costa se monta en los versos de “El Catire” y resuena un arreglo que ya tiene un par de décadas y que desplaza la Onda Nueva originaria, evolucionada a partir del jazzeo del joropo, hasta los tambores de la costa. No pasa desapercibido el humor musical del arreglo de Carucí: “El Catire” sonando en uno de los más populares de los ritmos afrovenezolanos. Y Biella puede cantar lo que le dé la gana. No tiene un color de voz: su aparato fonador es una carpeta de pantones capaz de entintar cualquier reto que le pongan por delante. Lo demuestra completando su presentación con la complejidad de “Sueño de una niña grande”.
Las primeras cuatro canciones ya representan todo el espectro de este homenaje y lo hacen en dos voces femeninas de dos generaciones separadas lo suficiente como para tener a Aldemaro Romero entre los referentes inevitables y entre los amigos memorables. Se trata de un homenaje a su música y a su biografía. Sólo en muy pocos artistas ambos registros se parecen tanto. Se requiere demasiada honestidad para que tal asunto se conjure.
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[“Damas y caballeros que me escuchan,/ con gusto yo les doy la bienvenida./ Pretendo aquí, después de tantas luchas,/ declarar los principios de mi vida.// Artículo primero: soy honesto/ y tengo bien escrito en mi cuaderno/ que, como disciplina, no me presto/ a exprimirle las ubres al gobierno“]
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(¿Dónde fue publicada esa carta remitida por aquel anónimo ejecutante del trombón de vara a quien Aldemaro respondió con tamaño albur, según cuenta en la introducción a “Declaración de principios”? Todavía no lo sé. Ninguno de los consultados lo sabe. Tampoco conocen el nombre del trombonista. Empiezo a dudar. No de Aldemaro. De todo. De todos. Hasta de mí. Me pregunto si estoy ante uno de esos protagonistas de leyendas que contribuyen con ella aumentándola. Los proyectos biográficos toleran un poco de ficción bien intencionada, ¿no? Toda buena canción también es literatura)
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En un escenario no sirven las referencias naturales de derecha e izquierda, pues siempre es complicado definir si se refieren a la lateralidad de quien actúa o la de quien observa. Así es como cada teatro consigue sus maneras de definir los lados de la escena. En el Teatro Chacao llamanLado Café al costado que colinda con el cafetín y la sala experimental y Lado Carga al que da hacia la zona de los depósitos y la entrada de los servicios.
Es en el Lado Carga donde se ocultan los técnicos de la microfonía, mientras que en el Lado Café (por su cercanía con los camerinos) es donde se aglomeran los artistas que intentan ver la presentación de sus compañeros. Los maestros Eddy Marcano y Cheo Hurtado conversan segundos antes de que al primero le corresponda entrar con “De Conde a Principal” y la gaiteada “Tonta, gafa y boba”. Y es justamente quien no iba a cantar el hombre que convence al público de acompañar su ejecución con un coral y onomatopéyico cuchá-cuchuchá cuchuchá-cuchuchá que pone a percutir a la audiencia antes de la promesa de “…y te voy a enamorar, y te voy a conquistar”.
Mientras Eddy toca, le pregunto al maestro Cheo Hurtado sobre una canción de Aldemaro llamada “Declaración de principios”. Repasa el sabor de la bebida ya avanzada en el vaso y reconoce los versos. Completa una de las estrofas y de pronto nos resulta imposible seguir hablando. Algo pasa. Algo nuevo. Constanza Liz, la más joven del cartel de este homenaje, salió con su violín a interpretar “Tema de amor”. Ella es ese algo. Constanza está cantando.
El silencio en las butacas es tan parejo que emociona. Desde las patas del Lado Café se asoman Williams Mora, Eddy Marcano, Cheo Hurtado y Vera Linares, quien no se ha perdido ningún performance desde que salió de escena. Mariaca Semprún la oye desde el Lado Carga, junto a los técnicos. Algunos exceden la prudencia y se asoman demasiado, tanto como para merecer un regaño desde los radios del equipo de producción. “Tema de amor” no es una de las letras más conocidas de Aldemaro, así que además del talento de Constanza los espectadores escuchan la canción, la atienden, le hacen un lugar hasta el último verso.
Ha sido un momento hipnótico que culminó en un aplauso enorme, tremendo. Tanto que obligó al maestro Carucí a anunciar en voz alta a la dueña de la voz: “¡Constanza Liz!”, dice y muchos se llevan puesto ese nombre. Ella da las gracias y arranca con “Así eres tú”. Baila. Sonríe. Canta. La estrategia de Carucí sigue funcionando y muchos se irán a casa sorprendidos por la experiencia de una voz nueva. Al menos no tan difundida como otras.
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[“Artículo segundo: soy artista,/ caballero de lanza y armadura,/ bailo en la cuerda floja, equilibrista,/ pues me niego a vivir de la cultura./ ¿Por qué vendría un gusano mentiroso,/ megalómano, ruin y pantallero,/ a ofenderme con su aire culturoso/ y a decirme ‘¡Usted es un cabaretero!’?“]
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(“¿Y qué fue de tus sueños y de tu emoción? / ¿Y qué fue de tu amor y mi amor?”. Susan Sontag escribió, en una novela llamada In America donde narra la emigración de una familia de artistas polacos, que “el pasado es el mayor de todos los países”. Lo dice en un intento ficcional de conseguir las razones por las cuales nos empeñamos en que casi todas las cosas buenas quedan en esa región: el pasado: “Siento nostalgia por todas y cada una de las épocas anteriores a mi nacimiento […] y a veces me siento absolutamente avergonzada del tiempo en que vivo”. Ya la obsesión por “Declaración de principios” no es tan fuerte como las ganas de saber qué acaba de suceder en este teatro. ¿Es nostalgia o sorpresa? ¿Estamos echando de menos las superproducciones capaces de darle una hora de televisión abierta a Aldemaro Romero para tocar su música? ¿O acaba de entusiasmarnos saber que alguien como ella sigue cantando sus canciones así, descubriendo matices en palabras que se nos han ido olvidando?)
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Es el turno de Cheo Hurtado. Entra a escena sin su cuatro y va a cantar “Esta casa”, uno de los boleros de Aldemaro. Fueron tantos y tan exitosos que en una entrevista que Napoleón Bravo le hizo a Aldemaro Romero y Alfredo Sadel (a la vez y sentados ante el mismo piano) para su programa Dimensión humana se puede ver cómo el tenor, uno de sus grandes amigos, se entera de que hay un bolero que conoce y no sabía que había sido compuesto él: “No necesito de ti”.
Cheo va a cantar dos: “Esta casa” y “Una mujer como usted”. Aprovechando la nueva temperatura, se sirve de una anécdota que con el tiempo ha ido mutando a chiste para advertir el cambio de tercio y llevarse el concierto hacia el Caribe: van en un carro Susana Duijm, Alfredo Sadel, Alfonso “Chico” Carrasquel y Aldemaro Romero y cometen una infracción, yendo a tomarse unos tragos. Un fiscal de tránsito los detiene y pretende multarlos, algo que despierta la agudeza de Aldemaro para exortar al fiscal: “¿Cómo nos va a multar, maestro? ¿No ve que aquí va la mujer más bella del mundo, el mejor pelotero del mundo y el mejor tenor del mundo?” Entraron al local y al salir tenían en el parabrisas una multa: iba firmada por “el mejor fiscal del mundo”.
Ambos boleros son interpretados con una soltura que sólo permite creer en ellos. “Esta casa” suelta un puñado de soledad en la sala. También hacen falta las canciones tristes. “Una mujer como usted”, en cambio, es el pórtico hacia el universo de lo femenino como uno de los objetos constantes en la obra de Aldemaro, así que Cheo ha dejado esa puerta abierta para que entre a cantar Mariaca Semprún.
Carucí ha pensado en todo.
Segundos antes, Miguel Siso y Mariaca han establecido una de esas bonitas complicidades previas a una interpretación tan íntima como la que viene: una versión del vals “Poco a poco” acompañada por el cuatro de Siso y nada más. La sencillez de un sonido que es capaz de resumirnos de una manera tan eficaz como el del cuatro sostiene una interpretación que por íntima no deja de ser rotunda. Mientras eso sucede, Alberto Lazo no quita las manos de las teclas: si bien Carucí, Eric y Abelardo aprovechan el breve descanso para escuchar a Mariaca, Alberto es seducido por la idea de mover los dedos sin pulsar las notas pero atajándolas. Mariaca está cantando sin saber que un piano no ha resisitido las ganas de acompañarla. El aplauso es lo único que saca del piano las manos del maestro. Le ha gustado la interpretación. Mucho.
Tener ganado a Lazo es un asunto conveniente. La canción que sigue es “Como lo haces tú” y el pacto con el piano será fundamental, pues Carucí le ha sacudido eso de blues que en los noventa tuvo la versión de María Rivas y ha decidido aprovechar la energía de Mariaca y así volver el teatro una fiesta. La ocasión permite las descargas de cada músico, superado el reposo. Mariaca puede bailar a sus anchas. Hasta aquí nos trajeron todas las canciones. No nos hemos movido del Caribe ni de la noche.
En un gesto elegante y distinguido, después de haber despertado los pies de tantos, Mariaca presenta al artista que viene: Williams Mora. La voz de Williams, su timbre, sus registros. La voz de Williams reconcilia con la tierra. Tiene esos matices de la radio que acompaña los oficios. Es una voz que acompaña y se ha paseado por varios géneros e idiomas en el calendario de Guataca.
Ahora empieza por “Hablaré catalán” y deja para después el chascarrillo varonil de una letra como la de “Esa mujer” para relajar el ánimo y empezar a acostumbrarnos a que empezamos a cantar las últimas del concierto. Williams tiene la gracia para que escuchen las rimas como quien oye un relato: “Me la volví a encontrar/ la otra noche en casa de un amigo./ Tremendo escote profundo hasta el ombligo/ y minifalda de ésas que dan que hablar./ Apenas llegué yo/ me lanzó un dardo de fuego envenenado/ como diciendo ‘Ven, siéntate aquí a mi lado,/ quiero que hoy mismo volvamos al amor’/ Una voz interior me dijo:/ ‘¡Mosca, muchacho, mucho guillo!/ Esa mujer te vuelve papelillo/ y no hay vacuna que cure ese dolor’/ Y la voz insitió:/ ‘Mucho cuidado, no vuelvas a ese infierno/ que ésa es la misma que te llenó de cuernos/ y barrió el suelo contigo y con tu amor’”.
Versos bien acentuados y cargados de humor, pero a la vez confesionales y puestos sobre una melodía irrebatible. Deben haberse ido al pasado, a ese país mayor, Sontag dixit.
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[“Permítanme seguir enumerando las reglas de este juego irreverente. Artículo tercero: no me ablando, soy de una integridad intransigente. Porque personalmente yo no creo que deba, por haber nacido artista, meterme a contertulio de ateneo y menos a izquierdoso o comunista. ¿Por qué voy a vivir como un bandido, profesional de pillo y petardista? ¡Para eso me inscribo en el partido o me meto a vulgar sindicalista!”]
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Sigue Kiara. Viene a cantar el primero de todos los boleros que escribió Aldemaro Romero. Tenía apenas 17 años. No es “otro bolero”. Es más bien una plegaria. El despecho también comulga por primera vez. El piano de Lazo convertido en altar y piedra de sacrificio.
“Señor, yo vengo a pedirte que no me castigues por haber querido con toda mi alma. Piedad hoy quiero que tengas hasta del ingrato que por un pecado mi alma destrozó. Sufrir será mi castigo, ahora que comprendo que hasta en sus caricias me estaba mintiendo. Señor, me queda el consuelo de saber que nunca lo querrán lo mucho que lo quise yo”.
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(¿Qué podría hacer alguien de 17 años esta noche con su despecho? ¿Quién nos robó todos los pianobares? ¿Dónde va a poder ir a bailar aquella pareja? ¿Cómo es que al salir de acá será tan difícil conseguir una mesa donde unos enamorados tengan su Dinner in Caracas? ¿Cómo fueron secuestrados por una noche tan distinta, sin brillo? ¿Cómo es que la extravagancia del tuxedo se nos transformó en el miedo como único traje formal?)
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Giselle Brito canta, tiene 23 años y está en el backstage. Desde la segunda canción de Cheo Hurtado mira el concierto desde la primera pata del Lado Carga. Antes que mirar, escucha. Sólo presta la especial atención de la vista a las interpretaciones de Mariaca y de Kiara. Se emociona con ambas. Apunta los elementos del histrión, la puesta en escena, las ventajas que se mudan a la voz desde aquella máxima de “un actor se presenta”. Mira. Atiende. Aprende.
El amor y el placer anhelados. La canción como plegaria y como conjuro. La noche y sus acomodos. Eso han sido las canciones de hoy. Cuando Rafael Brito se queda solo en la escena, Cheo Hurtado se acomoda en la segunda pata del Lado Café. Es lo más cerca que ha estado del proscenio como espectador de sus compañeros de esta noche. Es natural: vienen dos boleros que también forman parte de su repertorio Cheo cuenta boleros. Miguel Siso ha salido de escena, también por el Lado Café, y desde el lugar que antes ocupaba Cheo intenta adivinar lo que viene y acierta. “El Pollo” llama a Cheo Hurtado a escena y cantan al alimón una versión de “Amiga mía” que el público agradece. A Brito le toca cerrar con “Esta noche me voy a emborrachar con mi mujer”. Que la esposa de “El Pollo”, la actriz y locutora Ana María Simón, esté en el público lo ayuda a singularizar la canción poniéndole destinataria precisa. Y se pone en evidencia lo que quizás sea más valioso de esta letra: que el sujeto lírico logra adivinar a la mujer que se ama gracias a cuánto la conoce y no al poder que tiene sobre sus afectos.
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[“Cabaretero, cabaretero, viva la gloria sin el dinero. Cabaretero, cabaretero, viva mi mundo, lo que más quiero”]
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(Durante esta edición del festival Caracas en Contratiempo se ha mencionado mucho a Renny Ottolina. Más de lo que acostumbra nuestra nostalgia. ¿Saben cuál fue la frase que pronunció Renny Ottolinna para despedirse de la televisión venezolana en 1973? Quizás convenga antes recordar un fragmento de aquel monumental speech sobre la industria de la televisión:
“Todos en la vida necesitamos un estímulo para todo. Hasta para ser venezolanos. ¿Por qué no, si es así? Necesitamos un estímulo, caramba… si yo puedo hacer estas cosas en pocos minutos, durante hora y media cada día, ¿qué no puede hacer una estación de televisión en 18 horas al día? ¿Qué no podría hacer? De ahí mi llamado a esta industria para que, por favor, hagan algo. Y para hacer algo tienen que cambiar el concepto depara qué sirve esto por donde yo estoy hablando. En esto se puede ganar mucho dinero. Yo lo he hecho. Y yo lo he hecho mientras estaciones han perdido dinero. Luego, quien tiene razón soy yo… si es que vamos a medirlo por la mera, digamos, cara del dinero. Pero se puede ganar dinero cuando se comprende que esto es un servicio público, primero que nada, que si se hace bien hecho, caramba, yo diría que casi irremisiblemente trae su recompensa y se gana dinero. Pero cuando se interpreta como un mero negocio están equivocados. ¡Porque no es un mero negocio y no lo entienden! No es un mero negocio. Yo me angustio porque es una cuestión conceptual, una cuestión intelectual, pues. No es un negocio. El que quiera meterse en televisión por negocio está listo, está equivocado. Puede que hasta gane plata, pero no creo que jamás esté orgulloso de ella”
Eran los setenta. Mucha gente estaba intentando poner la televisión y su renovación de la idea masiva del espectáculo al servicio de la cultura. Sin embargo, ganaron aquellos que se propusieron la tarea de convertirla en un negocio. Luego vino aquella mítica interpretación de “Cuando un amigo se va”, cantada por María de Lourdes Devonish. Renny la oye fumando un largo cigarrillo. Disimular en televisión siempre ha sido muy difícil. Así que Renny se muestra visiblemente conmovido. Un pequeño corte y, al volver, sólo puede hacer que sacude el escritorio y decir, casi sin aire: “¿Qué puedo decir sino gracias? Así.. eh… de repente”.
Ésa fue la frase que pronunció Renny para despedirse de la televisión: “De repente”)
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Rafael “El Pollo” Brito y C4 Trío grabaron juntos un disco cuyos pasos finales junto a Guataca se decidieron en una arepera de Las Mercedes: El Solar del Este. Héctor Molina fue a buscar a Ernesto Rangel en su carro, mientras quienes estuvimos en el ensayo de ese día esperábamos entre batidos y reinas pepiadas. Fui testigo de esa conversación y la atesoro porque aquel álbum,De repente, se convirtió en una referencia de cuánto puede hacerse con nuestra música. No ha pasado tanto tiempo, pero las cifras del país que nos tocó han cambiado mucho. Si alguien quería tener el disco, debía tener el cupón que salía en el diario El Nacional y , además, pagar 80 bolívares. Sólo 80 bolívares. Aquello fue en 2013, el año del primer Festival Caracas en Contratiempo: el festival fue en julio y el disco salió en noviembre. Ninguno de los dos proyectos se hizo para hacer dinero, pero ambos tienen la convicción de que haciendo buena música, “irremisiblemente”, vienen las recompensas.
Hoy, con las tres cifras de inflación que nos definen, Rafael “El Pollo” Brito lidera la canción final: “De repente”, de Aldemaro Romero. Cantan todos. Cantan los músico. Canta el público. Se cierra el telón.
Es el penúltimo día de la cuarta edición de Caracas en Contratiempo. ¿Pero cómo se puede calcular la edad de los festivales? El Festival Onda Nueva, otra de esas ideas de Aldemaro para exponer la vanguardia y lo popular, tuvo apenas tres ediciones. Ya este festival tiene una más. ¿Y si nos preguntamos qué es la vanguardia ahora? ¿Y lo popular? Pretendo dar con alguien que pueda responderme y diga que la vanguardia ha empezado a ser simplemente hacer música y entender que no es un mero negocio. Hacernos entender eso. Entendernos y afinar nuestra declaración de principios. Así. De repente.