Un joropo a la orilla de otro mar, por Joel Bracho Ghersi


Para viajar de Venezuela a Panamá hay que volar en dirección suroeste. Es lo primero que sorprende a muchos viajeros venezolanos: habituados a pensarnos como el norte de América del Sur, siempre hemos creído que Panamá y Centroamérica quedaban más al norte. Y resulta que no, que hay que llegar casi a la mitad de Nicaragua para estar al norte de las costas venezolanas.

La segunda sorpresa la entrega el mar: la Bahía de Panamá queda al sur de la ciudad, por lo que el atardecer ocurre por el lado derecho de la playa, y no por el izquierdo como en casi toda la costa del Caribe venezolano. Y además se retira; el Mar del Sur, como llamó Balboa al Océano Pacífico, se retira un par de veces al día hasta cerca de un kilómetro de la línea de la marea alta, dejando un espacio vacío y extraño para quienes lo miran por primera vez.

Pero Edward Ramírez y Rafa Pino tuvieron que esperar para ver ese vacío de mar. Cuando llegaron a Panamá la noche del jueves 16 de marzo la marea estaba alta; el mar a la orilla del Corredor Sur se veía casi igual que el otro, el de toda la vida en Venezuela.

Los dos jóvenes músicos llegaron al Istmo invitados por Guataca Panamá, la productora que desde hace casi medio año realiza un concierto al mes con músicos venezolanos y panameños. La iniciativa nació en Caracas como una idea de Ernesto Rangel y Aquiles Báez, para dar un espacio a los nuevos creadores e intérpretes de la música de raíz tradicional venezolana. Después de expandirse hacia el interior del país, la experiencia de Guataca se ha replicado (venturas y desventuras de la diáspora) en distintas ciudades del mundo: Nueva York, Miami, Madrid y, recientemente, Panamá.


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Edward y Rafa vinieron a presentar su proyecto “El tuyero ilustrado”, en el que exploran distintas formas del joropo de la zona central de Venezuela desde su muy particular interpretación: piezas originales, casi todas compuestas por ellos mismos para este disco, y el cuatro de Edward en lugar de la característica arpa de cuerdas de metal. Ambos músicos llevan algunos años estudiando esta música y han logrado una actualización extraordinaria; las letras de Rafa, llenas de humor inteligente y referencias contemporáneas, y el arriesgado sonido del cuatro, a veces incluso modificado electrónicamente, generan una novedosa aproximación a las formas tradicionales, pero respetando su origen popular. No hay duda de que lo que hacen es joropo bien tocado.

 El viaje fue corto, como es usual en asuntos de trabajo, pero muchas cosas pasaron en esos escasos tres días. La primera noche y buscando conocer algo de la ciudad, los dos músicos recorrieron la Vía Argentina con Adriana Nunes, la productora de Guataca en Venezuela que los acompañó durante todo el viaje. Luego de probar algunas cervezas locales terminaron, un poco a regañadientes, en un local de karaoke en el que, en lugar del canto informal y desafinado que suele darse en ese tipo de locales, encontraron un concurso de cantantes, jurado incluido. Y para mayor sorpresa, junto al jurado se encontraba uno de los más conocidos músicos de Panamá: Roberto Blades. La noche terminó con foto con el cantante y el extraño privilegio de escucharlo interpretar su canción “Lágrimas”… ¡en un karaoke!

El viernes fue día de ensayo. En la mañana Rafa y Edward se reunieron con la cantante y productora de Guataca Panamá, Mariana Rengifo, en el estudio Ricochet, ubicado muy cerca de su hotel. Allí, rodeados de guitarras eléctricas, camisetas negras y posters del metal más pesado, ensayaron el repertorio que tocarían al día siguiente. Al ensayo se unió Lydia Arosemena, la cantante panameña que los acompañaría como invitada especial en el concierto.

Y es que en los conciertos de Guataca no hay teloneros: el músico local que por ley debe participar en toda presentación de artistas internacionales se incorpora al concierto principal. De este modo, el concierto es una oportunidad para el encuentro y el intercambio, para propiciar la unión entre iguales a través de la cultura.

Así que gran parte del ensayo se dedicó a afinar los detalles de las piezas que tocarían con la extraordinaria voz de Lydia como protagonista: “Amor y control”, del maestro Rubén Blades, y “El platanal”, la pieza del compositor venezolano Ignacio Salvatierra con la que apenas unas semanas antes la cantante panameña había representado a Venezuela en el Festival de Viña del Mar.


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La tarde fue libre. Algo de paseo y algunas compras. Cuando los músicos se preparaban para adentrarse en la vida nocturna de la ciudad, fueron sorprendidos por la oscuridad casi absoluta: un apagón. No hubo luz en la ciudad por gran parte de la noche, así que el descanso fue forzoso.

El sábado, día del concierto, comenzó con una visita fuera de programa. Los músicos, acompañados por el equipo de Guataca, fueron a conocer Articruz, el taller del maestro Carlos Cruz-Diez en Panamá. Luego de una visita por las instalaciones del taller y por el trabajo de los diferentes artistas que desarrollan su obra allí junto al maestro, Edward y Rafa conversaron un buen rato con él, le regalaron un ejemplar del disco y, cuatro y maracas en manos, hasta le mostraron algo de su repertorio.

En la tarde fue la prueba de sonido y a las 7:30 de la noche se abrían las puertas del Teatro La Plaza para presentar a sala llena el sexto concierto de Guataca nights Panamá: “El tuyero ilustrado”.

Con luces apagadas y sonidos atmosféricos, comenzó la primera pieza de la noche y una de las pocas no compuestas por la llave Edward-Rafa: “Amanecer tuyero”. Los sonidos venían de un singular instrumento mandado especialmente a construir por Edward para estudiar la sonoridad de la música Tuyera; un cuatro eléctrico, con tres cuerdas de metal y una de nylon, con el que logra emular el sonido del arpa tuyera y también distorsionarlo con la ayuda de pedales cuando así lo amerita el arreglo. La voz y las maracas de Rafa completaron el conjunto y comenzó la fiesta.

Al “Amanecer tuyero” siguió una de las canciones más icónicas y populares del disco: la divertida aunque muy seria alegoría del dictador latinoamericano en la que “El aguacate” logra instaurar su autocracia en un camión de verduras, hasta ser derrocado por una conspiración de frutas y vegetales.


 

 Luego vino “Carta en rima a Carolina”, verdadera carta de amor en forma de décimas, según lo dispone la estructura estrófica del joropo central. Edward aprovechó para agradecer “a las mujeres”, gracias a las cuales Rafa escribió varias de las letras que fueron apareciendo en el concierto: la muy bien lograda “Malvada mía”, en la que el despecho es el protagonista; la divertida “Mi mejor amiga”, en la que al pobre pana José, a pesar de ser “el hombre soñado”, lo condenan a la amistad perpetua con sentencia repetida en el coro (“si tú caes allí ‒chirulí‒ no sales más ‒camara’‒. Créalo compa no se vista que no va”); y la bellísima “Claro de luna”, la pieza más sutil y conmovedora del conjunto.

Edward y Rafa estaban contentos, y así se dejaba ver en el entusiasmo con que tocaban, los comentarios jocosos entre canción y canción y la constante interacción con el público, que les respondió muy bien durante todo el concierto. Especialmente ante las letras de contenido humorístico, como la que intenta explicar unos muy extraños lazos de parentesco en “El enredo”, o la descripción hilarantemente apocalíptica del “Viernes de quincena”, aunque también ante temas más oscuros como “Tristemente célebre”, en el que se cuenta la historia de un arpisto tuyero que fue cabo de presos en la cárcel de La Rotunda durante la dictadura de Juan Vicente Gómez en Venezuela.

Hacia el final del concierto llamaron a la invitada especial, que presentó con soltura las dos piezas ensayadas el día anterior. La voz de Lydia Arosemena apareció como el complemento perfecto para el dúo de venezolanos y su potencia sedujo rápidamente al público, encantado por su participación.


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Tras casi dos horas de concierto, la novedosa llave cerró con la pieza que dio inicio a su colaboración en el mundo del joropo tuyero: “El comegente”, la sagaz composición de Pablo Estacio en la que se narra la historia de Dorangel Vargas, un famoso caníbal que estremeció la vida pública venezolana en los años 90. Una pieza de alta factura musical y una dosis de humor negro que Edward y Rafa escogieron para terminar la noche en el punto en que todo había comenzado.

Con un vuelo que salía a las 7:00 de la mañana del día siguiente, casi no les quedó tiempo para nada más, pero se fueron satisfechos por su travesía panameña, prometiendo visitarnos de nuevo.

En la madrugada y camino al aeropuerto, Edward y Rafa vieron por fin a ese otro mar, misterioso, allá lejos de la costa. Una tierra negra y pantanosa se extendía metros y metros, descubierto por gracia de la marea baja. Un espectáculo extraño y bello que invitaba al regreso, a seguir tejiendo lazos con los otros a través de la música.


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