Por Lizandro Samuel
Fotografías: Nicola Rocco


“¿Nadie tiene champagne?”, pregunta Gonzalo Micô. Cabello blanco, algunas arrugas, lentes oscuros, andar pausado: luce como todo un veterano del jazz. “¿¡Champagne!? ¡Pero si son las diez de la mañana!”, responde, sonrisa de por medio, la hija del bajista Manaure Trujillo, quien permanece sentada, al lado de su madre y sosteniendo su violín, mientras su papá y el resto de Km2Blues hace la prueba de sonido.

“Ah, el champagne es como el agua: uno la puede tomar a cualquier hora”, remata Gonzalo, director de la agrupación. El par de mujeres ríen y Gonzalo vuelve a concentrarse en su guitarra. Willy Díaz prueba la betería, la vocalista, Yareli Trujillo hace lo propio con su micrófono, Manaure sigue concentrado en el bajo. El Espacio Plural del Trasnocho, que recibirá una nueva sesión de Noches de Guataca, es tomado por veteranos que ya dejaron la juventud de cuerpo atrás, pero cuya jovialidad artística se mantiene momificada.

Un par de niños pequeños revolotean entre las sillas. Uno es el hijo del maestro Aquiles Báez, el crack musical que está frente a Guataca, echa una mano en la prueba. Su presencia termina de darle un aire señorial al ambiente. La buena música estará garantizada.


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Llega la hora de inicio: son las 11:00am del domingo 30 de septiembre. La gente comienza a sentarse. Las luces bajas combinan con el negro que predomina en la banda. El show se llama El Enigmático Dr. K. y otros relatos Fantásticos. Gira en torno a criaturas mágicas pero, ante todo, a la historia del famoso médico cirujano alemán Gottfried August Knoche.

Knoche fue importante para la población venezolana a mediados del siglo XIX, cuando se estableció en Galipán y ejerció su profesión de forma caritativa, sin cobrarle a los pobres; además, luchó cual superhéroe contra la epidemia de cólera que azotó la región durante esos años. Pero el grueso de su leyenda tiene que ver con que elaboró un suero mediante el cual momificaba a los cadáveres: al inyectarlo en la yugular, el cuerpo se mantenía impecable al paso del tiempo. Así, momificó a toda su familia inmediata y mandó a que hicieran lo propio con él. Todos los cuerpos, llegado el momento, descansaron incólumes en el mausoleo familiar.

Km2Blues comienza a tocar. Se me ocurre que a más de un miembro de la banda le gustaría, llegado el insoslayable futuro, imponerse al deterioro que producen los gusanos. Salvo la vocalista, Yareli, los movimientos de los músicos se limitan casi exclusivamente a los necesarios para comunicarse con sus instrumentos, como si quisieran dedicar toda su energía a la interpretación de la pieza. Y lo logran: cuando se robustece el sonido de la guitarra de Gonzalo, los presentes nos sentimos hipnotizados.


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Suena Bodie Ghost Town: letra en inglés, como la de todas las canciones que se tocarán. Sonidos elocuentes. Sentimos que estamos en un pueblo fantasma. Le siguen Ferolo y The Enchanted. Hablamos de seres mágicos y de encuentros sobrenaturales. Se mueven poco pero su música basta para transmitir las sensaciones metafísicas que recrean.

El concierto avanza y la hija del bajista entra en escena para cumplir el sueño de muchos padres: compartir tarima con su prole. El violín de la chica le da un sonido de literatura fantástica a los relatos que se tejen entre canciones.

Para llevar las cosas a otro nivel, Yareli anuncia que la siguiente canción es sobre un poema de John Keats. Las letras de las canciones fueron compuestas por Micô, quien también pensó el concepto del concierto. Con sus lentes oscuros, sus movimientos pausados y esa sonrisa momificada, el músico va muy de la mano con su creación: por si había alguna duda, con Keats certifica su gusto por lo lúgubre, lo metafísico y por el siglo XIX. Yareli recita el poema y, acto seguido, suena Strange as in a Dream.

Micô, finalizada la interpretación, se acerca al micrófono y con una voz acorde a su aspecto y gestos procede a hablar del doctor Knoche: el que le da sentido al concierto.

Venezuela es un país cuyas historias se han extraviado en la narrativa oficial planteada por los gobiernos de turno. De niño nos enseñan todo (¿todo?) sobre Bolívar, pero no nos dicen que una de los músicos más importantes de la historia, como lo es Teresa Carreño, nació acá. Un país que se vanagloria de sus héroes de guerra y desprecia a sus civiles está condenado al atraso. No en balde, uno de los mayores orgullos de Inglaterra es The Beatles.


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El arte tiene entre sus funciones reivindicar a los despreciados por el poder. Knoche es un personaje de la narrativa venezolana que ha caído en el olvido, pero cuyo relato da cuenta de una época importante del país. Décadas luego de su muerte, aún no se ha podido emular el suero que usaba para momificar. Si la música, para ser arte, debe transmitir un mensaje, el concierto de hoy cobra una importancia notable en una época en la que nos quieren vender a los venezolanos que el personaje más importante de la historia del país es el único “inmortal” que se murió.

Km2Blues abandona la escena mientras en la pantalla comienza a reproducirse un cortometraje de Jorge Zuleta, sobre el enigmático Dr. K. De bajo presupuesto y con actuaciones que podrían ser mejores, la producción narra una de las leyendas más famosas alusivas a Knoche: la que dice que en 1985 embalsamó, por petición de este en vida, el cadáver del político y periodista Tomas Lander, quien fundara el diario El Venezolano. Se cuenta que, una vez momificado, el cuerpo de Lander fue colocado a la mesa de su casa, sentado y en posición de estar escribiendo. Así habría estado por casi 40 años, hasta que el Gobierno ordenó su inhumación. No hay registros fotográficos de nada de esto.

Termina el corto y comienza la suite The Enigmatic Dr. K., dividida en cuatro partes: The Enignatic Dr. K., Ave María y The Jose’s Request.

Voz, sonidos, ambiente.


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Todo se acompasa al personaje, a la leyenda, a un enigma lúgubre y tenebroso –porque lo alusivo a la ultratumba suele ser así–. Km2Blues toca con tanta vida sobre la muerte, que la única conclusión posible es que la segunda está inmersa en la primera.

Los músicos apenas se mueven, sus dedos se comunican con el instrumento. Solo Yareli gesticula y baila poco, como si ella –más joven, más vital– fuese el portal que atraviesan bajista, baterista y guitarrista para convertirse en las momias más vivas que se verá en concierto alguno. Como si el grupo entero persiguiera un único anhelo: momificarse para siempre en la mente de los espectadores, eternizarse tal como están ahora –con la misma potencia, con la misma energía, transmitiendo esa música–, alcanzar la anhelada inmortalidad.

El concierto finaliza. La gente aplaude, se pone de pie. Km2Blues camina hacia los camerinos. El par de niños que revolotearan en la prueba de sonido se deja ver nuevamente: brincan, saltan. Todo, mientras el público abandona el espacio. La imagen es la de ellos: dos seres que comienzan la vida y que, desde ya, tienen la fortuna de oír de lo que realmente se trata la misma.


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