Por Adriana Herrera
Fotografías: Nicola Rocco
Si se va a buen ritmo, la distancia entre Barquisimeto y Caracas en carro, se puede cubrir en 4 horas. En avión son apenas 30 minutos, pero hay que sumar la espera previa en el aeropuerto y la que sigue después para buscar el equipaje y subir desde el mar a la ciudad. Entonces, quizá tome el mismo tiempo llegar, y es un viaje lento y curioso cuando ocurre por primera vez y más, si tienes instrumentos en la maleta. Llevar la música de viaje es entender que no tiene fronteras.
Sí, era la primera vez que Daniel, Freddy, Luis y Luis Alberto viajaban a Caracas a tocar, desde su Barquisimeto natal. Como sea, la capital deslumbra, va a otro ritmo y es fácil dejarse caer en su letargo de ciudad agitada. Por eso, cuando llegaron una hora tarde a la prueba de sonido, lo hicieron con premura, pero con la confianza de que todo saldría bien y a tiempo. Ese domingo, Na’guará de Ensamble haría su primera presentación ante el público capitalino y los nervios estaban dispuestos sobre el escenario.
Flauta, cuatro, bajo y maracas aparecieron con timidez bajo la luz de la guataca. Las 34 personas que había en la sala aplaudieron cuando Aquiles Báez dijo que traer artistas emergentes desde otros estados era una forma de resistencia cultural, para construir la Venezuela posible desde la esperanza.
Entonces, comenzaron a sonar.
“Son demasiado guaros”, dijo alguien desde el público y todos estallaron en risas: Daniel Barragán en la flauta, Freddy Rangel en el cuatro, Luis Alberto Ulloa en el bajo y Luis Moreno en las maracas, el mayor del grupo y quien se volvió la voz del grupo para agradecer entre tema y tema, echar algún cuento y bromear con la audiencia: “Tenemos el corazón lleno de buena música. Estamos aquí y el ambiente nos hace ser cariñosos, pero no crean que vamos a estar todo el tiempo así”, dijo justo después de que interpretaron Creo que te quiero, de Luis Laguna.
En Barquisimeto el que no toca, canta y el que no canta, baila. Por eso, los nervios del ensamble iban fluyendo a medida que iban paseándose por su repertorio: Humildad, un popurrí al que llamaron Na’guará porque no sabían qué nombre ponerle, Los doce, y para cuando llegaron a una danza zuliana con estribillo atravesao’, ya estaban más cómodos en ese escenario citadino. “Salimos de nuestra zona de confort que era la música llanera, para explorar otros géneros venezolanos y así nos paseamos por distintos sonidos. A mí me dieron unas maracas cuando comencé a caminar y ahí me quedé”, dijo Moreno.
Entonces, dos temas de Aldemaro Romero —El catire y Carretera— como un homenaje al maestro donde se lució la flauta de Barragán. Luego, un joropo oriental, El Cruzao, un tema exigente que les dejó los brazos livianitos y justo ahí apareció Emil Brizuela, violinista inesperado dentro de la guataca, coincidencia de amistad con los barquisimetanos y quien se unió a ellos en Suplicante, un vals que tornó el ambiente íntimo, sereno y que luego se volvió contrapunteo con la flauta al interpretar El sinvergüenza. Y justo allí, el ambiente fue propicio para interpretar algunas piezas de Aquiles Báez que apareció tras el telón negro para aplaudirlos, agradecer y sonreír.
Si algo inspira a este Na’guará es escuchar al Ensamble Gurrufío, referencia absoluta para sus ejecuciones. Cuando se animan con El vuelo de la mosca, que tiene un arreglo para mandolina, lo hicieron con la flauta y ante tanta exigencia, Daniel —el flautista— no se quedó sin aire y arrancó aplausos que se volvieron susurros ante un tema de su inspiración, Mi sentir. Y así siguieron con Ay, compai y Atardecer, con la variación del bosanova, sin dejar el toque venezolano, para cerrar con Canta y toca y un solo de cuatro breve que despertó todas las notas.