En la casa de los juegos de Aquiles Báez


Por Ángel Ricardo Gómez
Fotografías: Nicola Rocco

Es como el niño que quiere mostrar su juguete nuevo a los amigos. Aquiles Báez sale al escenario y se nota ansioso, nervioso. Hasta los maestros se ponen nerviosos. Toma su guitarra acústica Hopf Dieter, la tropieza, el cable se enreda, y entonces suelta la primera broma.  Afina con delicadeza y precisión, apoyado en su oído y la tecnología. El silencio en la sala Experimental del Centro Cultural BOD denota el respeto de su público, ese que lo acompaña desde aquel disco, Aquiles Báez y su música de 1987, o incluso desde antes.


Móviles lleva por título la experiencia de este 8 de julio de 2018. Año y medio hacía que no se presentaba Aquiles Báez solo con su guitarra y hay expectativa por disfrutar lo que ha creado el maestro. Él mismo dice que es una máquina de creación y en efecto, está por arrancar un concierto que depara 16 temas de su autoría, más una sorpresa.

Registro se llama la primera canción que regala el falconiano a su público. Inspirado en la bandola venezolana, presenta un juego de acordes y sonidos diversos, con cadencias andaluzas  y aires que traen a la mente paisajes y sonidos locales y universales. A ratos, el artista coloca su mejilla en la caja sonora de la guitarra, la recorre mástil arriba y mástil abajo, le saca sonidos de todos sus rincones, se siente la intimidad entre el instrumento y su ejecutante, se intuyen largas horas de estudio y creación, de amores y desencuentros, como en toda buena pareja.


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Los primeros aplausos sacan a Aquiles Báez de su introspección. Toca siempre con los ojos cerrados y al abrir, está de nuevo el niño que parece decir, “¿vieron, qué fino mi juguete nuevo?”, “¡Vamo’a jugá!”. Y el juego apenas comienza.

El oriente venezolano y su olor salino se apodera de pronto de la sala con una Malagueña tan hermosamente rearmonizada que haría quedar sin aliento hasta al pescador más avezado. Huele a pescado fresco, a uvero de playa. Se escucha el masaje de las olas a la arena y es posible disfrutar incluso del amarillo azafranado del sol de Henry Martínez.

Si en 1994 regaló a la Humanidad, La casa azul, inspirada en su hogar en La Vela de Coro, esta vez Aquiles Báez comparte otro pedacito de aquel santuario personal con Mi patio, una joya llena de remembranzas y anhelos, con pasajes llenos de ternura, dulzura, brisa fresca y calor.

“Uno tiene miles de problemas y empieza a contemplar el Ávila y se te olvidan. Dios como que lo puso ahí para que los caraqueños nos sintiéramos felices”, comenta ahora el artista, a propósito del siguiente tema, un merengue titulado La montaña, dedicado al regalo más valioso de la naturaleza para este valle de Caracas que a veces parece no dar tregua a los ciudadanos. Allí están sus pliegues de todos los verdes posibles y sus motas de neblina, allí está su estampa, la misma que inspiró a Cabré.


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De pronto, una lágrima se desliza por la cuesta. Así es la música, entra sin filtros y provoca sensaciones indetenibles y este tema lo logra desde sus primeros acordes: Elegía en merengue es una hermosa canción dedicada al bajista Gustavo Márquez, gran amigo de Aquiles y del gremio musical, quien demasiado joven partió a tocar en otra dimensión. En la sala está su padre como camarógrafo, allí están sus amigos, sus compañeros de música, saltan de inmediato los recuerdos, sus risas y su don de gente. 

Con el mástil hacia Latinoamérica

Si algo distinguió este recital –y lo que ya es el disco que pronto saldrá al mercado—es la apertura de las composiciones de Aquiles Báez hacia otras músicas latinoamericanas que lo apasionan desde siempre, pero en las que se había inspirado poco para sus creaciones, más influenciadas por música venezolana de raíz tradicional y jazz. Como muestra de ello, ofreció un tríptico compuesto por Samba pra uma Regina, dedicado a Beth Carvalho; otro titulado, Para Chabuca, un landó peruano tributo a otra reina, Chabuca Granda; y Un tango para Astor, como homenaje al inolvidable Piazzola. Cada tema con un profundo respeto por la tradición, por los personajes homenajeados y por su música, amén de una complejidad técnica y un refinamiento estético, exquisitos.

Superada la mitad del espectáculo, el guitarrista compartió con los presentes un tema compuesto para su esposa, Ana Isabel Domínguez, “esos amores que uno tiene en la vida, que duran para siempre… mi compañera, la mujer de mi vida”. La negrita es un sabroso merengue donde lo lúdico y lo virtuoso, juegan con lo sublime y lo tierno.

Siguiendo en la onda latinoamericana, esta vez le tocó el turno a Zamba de la Luna Violeta de Juan, dedicada a Luna Monti, Juan Quintero y su hija Violeta. Y como para que no quedaran las dos seguidas, intercaló otro tema a su pareja, titulado Para ella, con aires de la sierra falconiana, terruño de la médica y cantante, Ana Isabel Domínguez.

Impregnado de su experiencia en música para cine, Aquiles Báez apuesta igualmente por creaciones con una búsqueda más dramatúrgica, si se quiere, donde el relato y el artificio juegan a favor de crear atmósferas determinadas. Es el caso de Aguaceros en mayo, un tema que explora el sonido de las gotas de lluvia sobre los techos de zinc, y la ambivalencia de ese fenómeno natural que puede significar regalo, alimento, inspiración, pero también dolor, destrucción, muerte. Ahora tiene entre sus manos una guitarra electroacústica Godin, que le funciona para crear reverberancias y otros efectos de sonido, que suman y enriquecen el experimento.

Hay algo interesante en la música de Aquiles Báez, al menos en este repertorio: en líneas generales, siempre genera bienestar, placer, felicidad. Incluso, temas como Aguaceros en mayo, presentan más la cara amable de la lluvia; es difícil en esta y en otras canciones, encontrar algo que inquiete o perturbe el estado de paz que hay en la propuesta del artista.

Experiencias que generan música


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La historia del Señor de Bom Fim que condujo con bien a los pescadores en Salvador de Bahía, inspiró Baiao do Bom Fim. Su paso por un monasterio benedictino en Austria y el sonido generado por las campanas del lugar, produjo el tema titulado Gottweig, también impregnado del recurso cinematográfico para contar una historia, con efecto de campanas incluido. El sonido producido por móviles en el patio de su casa materna, dio pie a la composición titulada Móviles que a su vez, dio nombre al espectáculo y disco. Y Cartagena de Indias, Colombia, le trajo la inspiración para componer Muralla, tema con el que cerró el concierto.

A la petición de otra, el artista propone improvisar. ¿Merengue? ¿Venezolano o dominicano? ¿En modo menor o mayor? Y es como un túnel de colores, con nuevos pasadizos, inventos, sorpresas: ¿Y si le ponemos una letra actual? Vienen alusiones al Mundial de Fútbol, el humor de Aquiles Báez, su locura, es su casa de los juegos.

Los genios son así, pueden ser amados o despreciados, pocas veces comprendidos, con una necesidad de crear permanentemente y mostrar lo que hacen, con un don para el trabajo impresionante. Así es Aquiles Báez. Y es que hasta su cabello que inicia la experiencia medianamente peinado, acaba el concierto agitado, como el de Eisntein o Reverón. Se nota lo vital que es un espacio como este para él. La historia ya guarda un lugar para este músico, compositor, gestor cultural y defensor de la música y los músicos venezolanos.

Aquiles Báez lo hizo de nuevo, sacó no uno sino todos sus juguetes y los compartió generosamente con un público que le agradece ser y hacer en Venezuela.


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