Por Juan Carlos Ballesta
Fotos: Juan Carlos Ballesta
Corría el año 1984, cuando tres inquietos y virtuosos instrumentistas se juntaron con el objetivo de abordar la música tradicional venezolana instrumental de una manera contemporánea. Aunque no era el primer ensamble de su tipo, sí fue el que transformó la forma de abordar la herencia musical de Venezuela para acercarla a nuevas audiencias. Eran ellos Luis Julio Toro (flauta), Cristóbal Soto (mandolina) y Asdrúbal “Cheo” Hurtado (cuatro). Cinco años después se les unió el contrabajista David “Zancudo” Peña y con esa formación grabaron sus cuatro primeros discos, antes que Soto emprendiera otros rumbos.
Dos de aquellos fundadores, Hurtado y Soto, se han reencontrado recientemente en París para darle forma a una encarnación del Ensamble Gurrufío que, gracias a Guataca Producciones, pudo disfrutarse en Madrid. A falta de Toro y su sustituto Manuel Rojas, qué duda cabe que la elección ideal para acompañarlos era el flautista Omar Acosta, quien ahora dirige la seccional Madrid de Guataca y posee una larga y fructífera carrera como músico y docente. Además, José Vicente Muñoz en el contrabajo (Peña no pudo viajar) y la cantante Hayley Meza, completaron una formación que deleitó al público –principalmente venezolano y mayor de 50 años- que llenó la legendaria sala Galileo Galilei.
El repertorio fue construido principalmente con temas que ellos mismos anuncian como parte del “repertorio Gurrufío”, es decir, composiciones propias y ajenas que ellos han adaptado a lo largo de toda su trayectoria y que forman parte de una amplia lista. La novedad fue la voz.
Comenzaron con “Morenita”, un merengue aragüeño de Pedro Oropeza Volcán que grabaron para su álbum debut, Maroa (1993). De aquel mismo trabajo escogieron la zuliana “Maroa”, composición de Soto. La estupenda y ya clásica composición de Acosta, “El cucarachero”, no podía faltar, habiendo sido parte además del disco En vivo de 1999.
Otro infaltable fue “Apure en un viaje”, de Genaro Prieto, tema con el que abrieron su primer disco. Otra composición exquisita de Soto, el merengue “El marimbolero”, dio paso al siguiente segmento, que contó con la participación de la cantante Hayley Soto.
Con ella comenzaron con el conocido merengue “La negra Atilia” de Pablo Camacaro, con letra de Henry Martínez, para seguir con “Polo”, del gran Luis Mariano Rivera, uno de los grandes del folclor oriental venezolano. Continuaron con el simpático golpe tocuyano de Adelis Freites, “Los dos gavilanes”, en la que Hurtado y Soto hicieron las segundas voces en esa especie de trabalenguas que recibió eufóricos aplausos. La participación inicial de Soto cerró con la sensible danza zuliana de Otilio Galíndez, “Caramba”.
El conocido joropo de Heraclio Hernández, “El diablo suelto”, tuvo una interpretación inspirada que fue muy aplaudida. La etapa llanera del concierto continuó con “Tuyero”, solo con Cheo Hurtado y Muñoz en el escenario, para que entonces Cristóbal Soto al arpa, Hurtado y Muñoz, interpretaran “Los diamantes” y “San Rafael” -cantada por Cheo-.
Con Acosta de nuevo en el escenario tocaron otro tema de su autoría, simplemente titulada “Pasaje en flauta”, en la cual se luce. Da paso a “Pajarillo con seis por derecho”, con una introducción fabulosa de flauta que desemboca en uno de esos joropos contagiosos de ineludible fuerza. Contó con la participación de un maraquero llamado Tomás que subió desde el público.
Se despidieron dejando a todos en alto y quizá para cambiarnos el estado regresaron a tarima para tocar el sosegado vals “Atardecer”, de nuevo con la voz de Hayley. Se suponía era el último tema, pero la audiencia insistió y ellos la complacieron tocando la divertida pieza larense “El espanto”, cantada por todos.
Fue otra espléndida noche de Guataca, que sigue logrando una convocatoria notable, tal como pasó con C4 Trío, en esta muy auguradora nueva etapa de la productora formada por el empresario filántropo Ernesto Rangel y el reconocido músico Aquiles Báez hace más de 10 años. Ya hay expectativas por saber cuál será el próximo concierto.
(Texto publicado en Revista Ladosis)