Por Gerardo Guarache Ocque
Séverine Parent recogió souvenirs por el camino durante años. Sus experiencias, sensaciones y nuevas amistades, y también los sonidos, imágenes y estructuras musicales que absorbió, se mezclaron hasta cobrar forma de canción una vez que se sentó frente a su piano con papel y lápiz. La artista francesa abrió al público ese álbum personal de postales sonoras de su vida y lo llamó Voyageuse. Viajera, si lo traducimos al castellano.
Sobre el álbum flota una invitación a romper u obviar fronteras, a dejarse cautivar por lo diferente y a entender que no importa tanto el origen sino el destino. Séverine canta en tres idiomas, se mueve entre el jazz y un pop inquieto que roza el world music, y va de lo estrictamente acústico a lo artificioso, casi siempre como vehículo de reflexiones íntimas.
Voyageuse comenzó a gestarse hace unos tres años. La artista nacida en Avignon, al sur de Francia, pasó una página grande de su vida. Dejó de ser la principal coach vocal del Cirque du Soleil, se mudó de Montreal, y comenzó a recorrer Latinoamérica —incluidas varias visitas a Venezuela— para dictar talleres de canto, compartir con colegas e incluso grabar.
Cada pista es radicalmente distinta. Por ejemplo, Amies, que habla de una amistad irrompible que lleva unos 30 años y que funciona como puerta de entrada ideal, es un single en toda regla. Un pop con mucho sentimiento; con una instrumentación imponente combinada con la atracción seductora que suele venir en combo con el acento. A esa le sigue Lune, que describe una atmósfera distinta, solitaria y contemplativa; una balada jazz con contrabajo y batería tocada con escobillas. Y más adelante aparece Oubli, una composición cicatrizante a puro piano y voz.
Petit être —pequeño ser, en castellano— nos invita a un lugar muy íntimo y familiar. Es una canción de cuna escrita para un adulto, porque está dedicada a su hijo, que ahora tiene 23 años pero, ante sus ojos, no deja de ser la pequeña criatura que ella acunó. De un piano minimalista avanza hacia una pieza robusta con batería, bajo y un arreglo de cuerdas en el que ayudó un músico venezolano que también grabó teclados y se encargó de la mezcla y el mástering. Hablamos de Francisco “Coco” Díaz, quien ha trabajado, entre otros artistas y bandas, con Desorden Público.
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Séverine comenzó a estudiar piano a los cuatro años de edad y, desde entonces, nunca paró. Siguió con el clarinete, la música clásica y el jazz, hasta hacerse adulta. Participó en coros infantiles, donde podía cantar obras de los Beatles, y también en coros de ópera o de cámara, que le despertaron una fascinación por las armonías vocales que aún persiste. Prueba de ello es Viajera, la canción que cierra el telón con puras voces, procurando expresar emociones puras sin palabras de por medio.
“Camino mucho siempre, y voy viendo los paisajes, los monumentos, la riqueza y la pobreza, las expresiones en los rostros de la gente… Me gusta imaginar las historias detrás de cada uno —cuenta la artista—. La melodía de Viajera nació así. Mientras caminaba, la grabé en mi teléfono. Luego le agregué otra voz. Soy yo caminando por el mundo, cruzando una ciudad, un pueblo”.
En su hablar, Séverine cuela vocablos de una jerga que se ha apropiado: “He conocido músicos arrechísimos”. Lo dice a propósito de “Coco” Díaz y del multiinstrumentista Léster Paredes, otro venezolano, que desde 2018 es parte del Cirque du Soleil. También, del bajista Pablo González Sarra, un mexicano integrante de la banda Los Claxons, de Monterrey. Pero, sobre todo, se refiere a Yilmer Vivas, baterista venezolano, fundador de la Simón Bolívar Big Band Jazz y ahora miembro del elenco de Luzia, espectáculo itinerante del prestigioso circo canadiense.
Vivas, un músico con el que Séverine Parent creó la fundación SoñArtes para acercar el arte y la cultura a niños en situación de riesgo en Venezuela, fue quien la impulsó a llevar adelante el proyecto discográfico y se convirtió en el aliado perfecto —un versátil productor— para concretarlo. Sobre su amistad y su colaboración artística, agrega: “Nos une el gusto por la música sin etiqueta, las ganas de hacer lo que se nos ocurra sin tener un cuadro cerrado. Yilmer es una bomba de creatividad en el estudio”.
Yilmer es también autor de la música de Let’s, la única cantada en inglés. La letra es autoría de Séverine, quien la escribió dejándose llevar por el mood que él le sirvió. Esa le abre camino a las dos canciones más experimentales del álbum, que van juntas. En Solitude, entre armonías vocales, una guitarra a contracorriente, una batería potente y unas cuerdas, se revela un son cubano y un fragmento de hip hop. World music, se le podría decir generalizando. Sobre la temática, comenta: “Me encanta estar sola, pero a veces me desespera la soledad (risas). Quería traducir esa ambigüedad, y Yilmer, con el arreglo, logró hacer exactamente lo que pasaba en mi cabeza”.
El otro atrevimiento se llama Né quelque part, una pieza original del cantautor francés Maxime Le Forestier, que fue parte de su álbum exitosísimo del mismo nombre editado en 1988, con más de 600.000 ejemplares vendidos. Séverine escogió este hit, que la ha acompañado desde su adolescencia, para subrayar su mensaje de apertura. “El lugar en que nacemos es una casualidad. No define lo que tenemos que hacer y cómo comportarnos con los demás”, explica. Su versión es un collage rítmico que invita a sacudirse los prejuicios de la mente comenzando por el cuerpo.
Un cuatro venezolano, que grabó el propio Yilmer Vivas, sorprende cuando suena Alas de cristal, obra de Jorge Daher, cantautor venezolano establecido en México. Séverine no quería culminar el álbum, que grabó en Monterrey durante una semana intensa de 12 horas por día, sin solidarizarse con el país herido de muchos de sus colegas: “Él (Jorge Daher) me regaló esa canción que habla de la situación que atraviesa Venezuela actualmente, que me toca de cerca por tener tantos amigos, tantas amistades y tantos cariños ahí”.