Por Gerardo Guarache Ocque
Diego Márquez siempre fue un Zapato 3, aun cuando no estaba en la foto. En esa banda, una de las más representativas del rock venezolano, el baterista, compositor y productor caraqueño interpretó varios roles. Fue protagonista, reparto y hasta extra. Fue héroe, e incluso, brevemente, antagonista. Pero la vida, como a veces ocurre, le sirvió la oportunidad de recuperar el trono, de inmortalizarse como parte de ese quinteto que resurgió de las cenizas para demostrarle a propios y ajenos por qué el olvido sencillamente no era posible.
Diego fue un joven que se abrió camino en la movida roquera de la segunda mitad de los años 80 a punta de baquetazos. Su afán de reproducir el sonido de sus bateristas favoritos, generalmente artistas de concepto que trabajan en función de la canción, ejemplos Ringo Starr (The Beatles), Stuart Copeland (The Police) o Neil Peart (Rush), lo enseñó a pensar antes de tocar. Además, lo convirtió en un percusionista preciso. De adolescente, podía estar castigando al redoblante, los tums y el bombo, molestando a los vecinos de Campo Alegre, durante cinco horas o más.
Diego colaboró brevemente con la etapa inicial de Zapato 3, cuando Javier Avellaneda “Vieja” era el vocalista y todavía los hermanos Álvaro y Carlos Segura no se habían unido a Fernando Batoni, bajista y corazón de la agrupación. De paso, solía ir a los conciertos, como ése del Estudio Mata de Coco en el que debutó el tridente de los Segura y Batoni justo después de que él líder echara a dos integrantes de manera abrupta.
A ese trío, Fernando-Álvaro-Carlos, le calzó como anillo al dedo un baterista con alma. Y como cuarteto, empezaron una carrera frenética en la que unos muchachos rebeldes se convirtieron en una empresa rentable y profesional. Tras su disco debut Amor furia y languidez (1989), firmaron contrato con Sonografía y vendieron montones de copias del siguiente LP, Bésame y suicídate, mientras realizaban una de las giras más intensas y fructíferas que se hayan visto en el país, con más de un centenar de shows en un año. También participaron en el histórico Festival de Rock Iberoamericano. Sí, el que reunió en un mismo escenario caraqueño, no sólo a Zapato 3, Sentimiento Muerto y Desorden Público, tres de las bandas locales más queridas, sino que los juntó con Fito Páez, Los Prisioneros, Los Rodríguez, La Unión, Os Paralamas do Sucesso y, en un pico de popularidad, a Soda Stereo. Y Diego estuvo allí, llevando el pulso de la banda, mostrando su condición de baterista sólido, no muy amigo de repartir palazos sino más bien de administrar con feelingla energía de las canciones.
Tras una roquera luna de miel, Márquez encontró en Krishna un escape al ajetreo. A pesar de que inicialmente la banda lo acompañó en su búsqueda espiritual, la religión empezó a generar un cortocircuito al convivir con el rock and roll. Y un buen día, Diego se retiró a una playa de Anzoátegui donde no podían localizarlo. La banda decidió sustituirlo y la decisión generó en él uno de esos dolores que no calman los analgésicos.
En aquel tiempo, en el que Márquez tocó la batería para proyectos como La Misma Gente, liderado por PTT Lizardo, y otro llamado Trance Nuance, creó su proyecto personal: Pacífica, una banda en la que tocaba la guitarra, cantaba y, sobre todo, componía las canciones. Una banda que dejó álbumes como D’Art (1998), 01 (1999) y .22 (2007), que no cruzaron el umbral hacia lo masivo pero generaron cierto fenómeno de culto en Caracas gracias a un estilo cuidadosamente concebido, de letras introspectivas, acaso existenciales.
En aquella época, surgió también el Diego Márquez productor. Lo que comenzó como una pasantía académica se volvió oficio. Y comenzaron a llamarlo. En ese rol, firmó los dos discos que, para muchos fans de Caramelos de Cianuro, son lo mejor de su catálogo: Harakiri City (1996) y Miss Mujerzuela (2000).
Incluso en la época —también fructífera— en la que Rafael Cadavieco fue baterista oficial de Zapato 3, Diego aparecía en el relato de algún modo. Antes de ser echado, había planificado las baterías, que finalmente grabó Cadavieco, para el álbum Separación (1993). Él mismo, mirando todo en retrospectiva y riéndose a carcajadas, me confesó que una vez los vio en un recital, él desde la multitud, muriéndose de envidia, sintiendo que su lugar estaba en esa silla, frente a la batería, al fondo del escenario.
Tras la salida de Cadavieco, quien decidió dedicarse a la radio, Diego volvió en tres ocasiones como un fantasma —como dice la canción de la propia banda—: Primero para tocar en la gira La razón de estar aquí de 1997. La segunda, para mezclar junto a Leonardo Small el disco Ecos punzantes del ayer (1999), en el cual el baterista fue César Domíguez. Y la tercera para hacer un disparatado show en Miami en el que Annabella Almenar, a.k.a Bélica, fue la vocalista del grupo. Esa presentación de marzo del 2000, en la que no estuvo el cantante Carlos Segura y tampoco el tecladista Jaime Verdaguer, que se marchó enojado, no fue representativa de la historia de una banda exitosa y aclamada. Fue un adefesio irreconocible; el retrato del grupo, o lo que quedaba de él, justo antes de entrar en un coma largo e incierto.
Al salir la agrupación de esa terapia intensiva que duró más de una década, Diego Márquez encontró su redención zapatera. Hubo tributos, como el que les hicieron en la edición del Nuevas Bandas de 2008. Hubo una emisión de Fabricado Acá, programa radial de La Mega 107.3 FM, en la que Max Manzano y su equipo lograron reunir, presencial y virtualmente, a los protagonistas del cuento. El último en surmarse a la transmisión fue Verdaguer, quien por aquellos días cometió la travesura de colgar un reloj en cuenta regresiva en la página web oficial para estimular la esperanza de los fans.
Y así, limadas las asperezas, Batoni, los Segura, Verdaguer y Diego Márquez sacaron a Zapato 3 de su sarcófago en 2012. El tour La Última Cruzada los llevó por las principales ciudades de Venezuela con un montaje ambicioso y un sonido impecable, como se puede palpar al escuchar su álbum en directo editado en 2014 y al ver el documental Vuelo sobre tide Luis “Chino” Soles, que llegó a salas de cine en 2015.
Tras el reencuentro, en años recientes, el grupo editó temas nuevos y actuó en Estados Unidos, España, Italia, Chile, Argentina y más países, como siempre lo soñaron. Zapato 3 logró sumarse una página nueva a su relato, pudo reconciliarse con su público y sus canciones. Y un Diego más sabio y experimentado logró saldar cuentas con aquel joven herido.
Quien participó en las charlas que alimentaron la biografía Zapato 3: Una idea muy obscena(Ediciones B, 2016) fue un Diego satisfecho, en paz consigo mismo, no sólo por el renacer artístico de Zapato 3, sino por el encuentro humano de amigos que se conocen de toda la vida.
Que la luz de ese personaje llano y generoso, amigo de la risa y fiel servidor de la música, brille por encima del gris que tiñó este miércoles con la noticia de su muerte.