“Al maestro con cariño”: El mensaje de Aquiles Báez a Alberto Naranjo



Foto: Cortesía

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Alberto Naranjo es y será un gran referente entre los músicos venezolanos. De formación prácticamente autodidacta, Alberto desarrolló una forma de escribir y concebir la música que solamente él podía manejar. Un gran colorista, una suerte de Matisse del arreglo, por los matices de colores que pintaba con su forma de escribir la música.

Hijo de gato caza ratón: Su madre, Graciela Naranjo, fue una de las grandes cantantes venezolanas y estuvo en diferentes orquestas, entre ellas la Orquesta Sans Sausi y la maravillosa Orquesta de Luis Alfonso Larraín, quien seguramente fue uno de los grandes referentes de Alberto. Graciela era magnética, maravillosa, su voz era sencillamente hermosa. Ella también es eterna en mi corazón.

La salsa marcó mi adolescencia. Vivía escuchando Radio Aeropuerto, que tenía una programación salsera brava. Ahí conocí a los grandes del género: los Palmieri, Papo Lucca y la Sonora Ponceña, el Conjunto Son 14, Irakere, el Folklórico Experimental Neoyorkino y El Trabuco Venezolano de Alberto Naranjo.

La versión de Imágenes latinas del Trabuco, así como los metales de 3 días, literalmente me voló los tapones. La forma como Alberto concebía la sección de metales era diferente a todo lo que había escuchado. El Trabuco sin duda fue un hito importante en la música en Venezuela. Fue una forma de hacer salsa con un sonido sofisticado y original. Era un “bandón” de una fuerza indescriptible. Recuerdo con mucho cariño las inspiraciones, los soneos y la voz del gran Carlos Daniel Palacios, quien también era cantante del icónico Grupo Madera.

Conocí al maestro Alberto a través de mi querido amigo, el abogado Jesús Eduardo Cabrera, quien nos invitó a almorzar.  El Dr. quería que Alberto me conociera. Él había sido una suerte de mentor de Alberto y en ese momento lo estaba siendo para mí. Conversamos sobre diversos temas musicales. A mí, un joven de 20 años, me sorprendió tener referentes similares con el maestro. Con el tiempo, establecimos una hermosa amistad y, a principio de los años 90, asistí a su curso de orquestación de música popular organizado por el Ateneo de Caracas. Fueron unas clases magistrales del manejo que Alberto tenía, no solamente de los metales sino de la orquestación en general. Ese taller marcó mi formación. Él tenía un gran conocimiento que quedó plasmado en la obra que dejó; como muestra, él fue uno de los arreglistas de la película Mambo Kings, que ganó un Oscar por su música.

Empezando los años 90 también hicimos un Festival llamado Caracas Fusión, que pretendía mostrar las nuevas tendencias de la música venezolana y de los músicos de mi generación. Sin embargo, a pesar que eran un poco mayor que todos nosotros, quienes lo organizamos decidimos invitar a quienes considerábamos dos referentes de una nueva música cargada de innovación, inteligencia y sensibilidad. Convocamos a Gerry Weil y a Alberto.

No dejo de celebrar la inteligencia artística de Alberto y su legado. Alberto es uno de esos inmortales de nuestra música. Uno de esos héroes civiles que construyen el país trabajando, creando, educando y creyendo en nuestros valores. Cuando yo vivía en Nueva York, sentía un gran orgullo cada vez que salía el nombre de Alberto y se referían a él con respeto. Recuerdo conversar sobre su obra con músicos como Paquito de Rivera, Carlos Franzetti, entre otros. Es fundamental tener referentes de calidad. Cada vez que escucho al Trabuco, me emociono y se me llena el corazón y el alma de inspiración. Gracias, Alberto. Gracias por tanto. Siempre estarás en mi corazón. 


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