La gigantografía de Gerry Weil



Por Gerardo Guarache Ocque

No son pocos los artistas que sueñan con crear en gran formato. El escultor suele fantasear con piezas monumentales; obras que trasciendan museos y galerías, como el gran mural por el que deliraría un pintor que anhela salir de espacios cerrados e integrarse a edificios, avenidas; construir discursos que se hagan parte de la ciudad y su gente. A sus 82 años de edad, Gerry Weil, maestros de maestros, logró su pieza monumental, su mural, su obra sinfónica.

Gerry Weil sinfónico (2021) es una aventura. Es su aventura contada en un lienzo enorme pero minucioso. Es él, ese hombre sonriente, proyectado en tamaño gigante para que todo el mundo lo vea, desde Austria, donde nació en 1939, mismo año en que estalló de aquel lado del mundo la Segunda Guerra, hasta La Guaira, donde se bajó de un barco en 1957 y se entregó a los brazos de un país que lo acogió para siempre.   

Weil ha grabado en formato solo. Ha versionado grandes piezas de sus ídolos. Ha sido jazzista toda su vida, pero también ha probado arias de Bach, cautivado por la divinidad que emerge de esas partituras. Ha producido grandes álbumes. Ha conformado big bands, tríos, cuartetos y quintetos, como La Banda Municipal, aquel ensamble vanguardista en el que compartió con Alejandro Blanco-Uribe (percusión), Richard Blanco (bajo), Vinicio Ludovic (guitarra, flauta y marimba) y Édgar Saume (batería y trompeta), que hoy nos suena muy actual a pesar de que existió hace medio siglo. Ha hecho todo eso y más, pero nunca había grabado una obra apoyado en una orquesta como la Sinfónica Simón Bolívar.

La esencia del pianista, compositor y docente se expresa a través de 12 piezas que conforman un rompecabezas gigante. Cada una fue arreglada por alguien distinto, en algunos casos ex alumnos suyos; en todos los casos, grandes creadores. De “Canta a un ángel”, se encargó Baden Goyo. De “Kingyo” (pez en japonés), Álex Berti. De “Infancia”, Leo Blanco. Y así sigue una lista de gente muy destacada en su oficio. Gente como Pablo Gil, Luis Perdomo, Silvano Monasterios y su viejo amigo Vinicio Ludovic.  

La gran virtud del álbum radica en que, a pesar de sus dimensiones, empezando por la orquesta que dirigió el joven Andrés Ascanio y el enorme equipo humano que lo hizo posible, el mensaje preserva, gracias a la fidelidad del sonido, sus sutilezas y matices. El proyecto, de cuya dirección artística se encargó Rodolfo Saglimbeni y que impulsó como productor su hijo Gerhard Weil, refleja la combinación de nostalgia y colorido de “El viejo puente de La Pastora”, marcada por la síncopa del merengue caraqueño; así como la majestuosidad melancólica de “Caracas a las once”, la candidez enternecedora de “Niño eterno”, la gracia de “Om Amrita (Omairita)” y la picardía de “La revuelta de Don Fulgencio”


Dos grandes instrumentistas internacionalmente reconocidos participan como solistas. Francisco “Pacho” Flores, uno de los mejores trompetistas del mundo, ganador del premio Maurice André y artista de la prestigiosa casa disquera Deustche Grammophon, deja su huella en “Hondo/Raíces”, pieza que devela el corazón del jazzista. Y Domingo Pagliuca, ganador del Latin Grammy 2020 a Mejor Álbum de Música Clásica por su trabajo Eternal Gratitude, colaboró con la trepidante —y también jazzística— “Sabana grande”, el hermoso homenaje de Weil al rincón de Caracas que ha sido su lugar de residencia, su patiadero, por varias décadas. 

Es el segundo proyecto en apenas un par de años que el maestro, de quien han aprendido tantos talentos del jazz, el pop, el rock y otras corrientes en Venezuela, realiza junto al Sistema de Orquestas: En 2019 ya había editado un trabajo fabuloso junto a la Big Band Simón Bolívar. Además de ser una megaestructura educativa, un gran semillero de músicos y un ambicioso proyecto social, El Sistema también se ha convertido en la posibilidad para artistas consagrados de adaptar sus obras a gran formato, de cumplir ese sueño salvaje tan difícil de materializar.

En los últimos tres años el catálogo discográfico de Gerry Weil ha crecido considerablemente. El mismo hombre al que a los 27 se le manifestó el síndrome de Gillain-Barré, un trastorno neurológico que debilita terriblemente a los pacientes. El mismo que logró dejar la silla de ruedas y recuperarse a tal punto de convertirse en karateca y seguir practicando artes marciales y surf hasta la ancianidad. El mismo pianista y maestro, jazzista, estudioso del japonés y de Bach, cuya vida está contada en un libro (Al ritmo de Gerry Weil: Conversaciones con el maestro, Fundación para la Cultura Urbana & Guataca, 2016), editó en 2019, a sus 80 años de edad, una obra en directo titulada Live in Vienna, producto de una gira que lo llevó a su país natal. Y al poco tiempo, lanzó el mencionado Gerry Weil & Big Band Jazz.

En medio de la cuarentena obligada por la propagación del Covid-19, presentó otra obra desprejuiciada y atrevida llamada Kosmic Flow. La buena racha continuó con un disco a piano solo llamado Sabana Grande (2020). Y ya en 2021, celebró, con un relanzamiento, el 50 aniversario de su emblemática obra The Message. Además, como si eso no fuera suficiente, nos deja este obsequio sinfónico del tamaño de un tepuy que él mismo considera «el proyecto más ambicioso, internacional y trascendente» de su extensa carrera.


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