Un sonido peculiar surgió del encuentro entre el cuatrista venezolano Marcel Moncourt, el bajista colombiano Ricardo Osorno y el mandolinista brasileño Rafinha Barros. De manera natural, como se formó el tepuy magnífico del que adoptaron el nombre, el Autana Trío descubrió su personalidad y la plasmó en un primer LP. La obra, 10 temas que combinan desparpajo y sofisticación, constituye una estupenda carta de presentación.
Moncourt, Osorno y Barros residen en Valencia, España, donde se cruzaron sus trayectorias como instrumentistas. De los primeros encuentros creativos, resultó una pieza dulce y meditativa, con un dejo de nostalgia, pero al mismo tiempo con cierto salvajismo amazónico. Decidieron decirle “Autana”, como la montaña que los piaroas llamaban árbol de la vida, a esa canción conjunta y fundacional porque no era posible identificarla con una raíz específica. No es venezolana, colombiana ni brasileña. Es un monumento exótico, sin fronteras, un leit motiv idóneo para un ensamble cosmopolita de identidad mixta.
No hay nada puro en Autana (2024). Si “Bumbac”, obra de Ricardo Sandoval, va sobre una base de calipso del Callao, sur de Venezuela, algo de Brasil se cuela en ella a través de los dedos de Rafihna. A su vez, si el brasileño trae su canción “Corre”, sus dos colegas se encargan de sacarla de su hábitat, de llevarla a un territorio de world music. Marcel la venezolaniza con su cuatro, mientras que Ricardo los amarra a ambos con la elegancia de sus líneas de bajo.
La obra debut del Autana Trío procura endulzar los días. Las piezas, aunque su ejecución exhiba cierto virtuosismo y complejidad, son siempre luminosas; colorean el ambiente con el verde inimitable de la naturaleza. Es el caso de “Un tom pra Jobim”, un baião escrito por Severino Dias de Oliveira, mejor conocido como Sivuca (1930-2006), muy asociado a la sanfona (el acordeón) y adaptado al trío, no con mandolina sino con cavaquinho. Allí Marcel hace un efecto percutivo con su cuatro, al estilo C4 Trío, juntando las cuerdas para sonar como tamborín.
“Como para desenguayabar” es un bambuco de Jorge Olaya Muñoz (1916-1995), maestro al que se le reconoce haber llevado ritmos de raíz tradicional colombiana al formato sinfónico. Usualmente, se toca con guitarra, tiple y bandola. Pero Autana se la llevó a su selva exótica, a su oasis valenciano de cuatro, mandolina y bajo.
“Desvairada” también sufre su metamorfosis. Originalmente, es una balsa brasileña obra del gran Aníbal Augusto Sardinha “Garoto” (1915-1995), pero acá, el joropo compartido por Venezuela y Colombia se llevan la pieza a otro lugar. A esta versión, bastante inspirada en la del Ensamble Gurrufío con Hamilton de Holanda, le agregó un toque flamenco el invitado Sergio Martínez, percusionista español que ha tocado con gente como Al di Meola.
Tras ésa, el álbum reposa y pasa a un interludio en el que Osorno, Barros y Moncourt deconstruyen el ensamble y exhiben sus partes separadas. Cada uno da un paso al frente y se toma su tiempo. El primero trae a la mesa “Para ti un currulao”, su tributo personal al folclore del Pacífico colombiano, una región en la que pervive una nítida huella africana. Con pedales de loops, agrega capas: primero, una base rítmica que emula a la marimba de chonta; después, líneas melódicas que representarían a las cantadoras y cantadores de esa tradición. El segundo, interpreta una versión libre, con su cavaquinho, de “Lamentos de morro” (otra de Garoto) como homenaje a ese compositor que es referencia obligada para grandes músicos brasileños contemporáneos. Y el tercero se lanza su “Pajarillo volantón”, al que él mismo le grabó un bajo. Todo cuatrista que se respete tiene su parajillo. El de Marcel es un homenaje al maestro Orianes Cedeño, del Ensamble Kariña, agrupación de Anzoátegui que fue lo apoyó durante su etapa formativa.
El día 4 del cuarto mes del año 04, se celebró el gran cierre de la primera edición del Festival La Siembra del Cuatro, un certamen concebido por el maestro Cheo Hurtado, que representa un antes y un después en la historia del instrumento venezolano predilecto. Maestros como el propio Cheo, Rafael “Pollo” Brito, Ángel Melo y Tico Páez actuaron ese día, pero antes, quien pasó por el escenario fue un muchachito de 10 años de edad. Ese precoz artista se llama Marcel.
Marcel Moncourt (Caracas, 2004) se crio y formó en Puerto La Cruz, Anzoátegui. Juan, su padre, se aseguró de que siempre estuviera rodeado de músicos, especialmente los integrantes del Ensamble Kariña. Cantando, ganó un par de festivales colegiales. Siendo todavía un niño, abrió conciertos de personalidades como Simón Díaz, Rosa Virginia Chacín, Rummy Olivo y la agrupación Serenata Guayanesa. Y en esa misma época, Marcel, cuyo primer cuatro (siempre para zurdos) se lo regaló su abuelo Armando Canache, estuvo en La Siembra del Cuatro. También, aprendió a tocar con solvencia la mandolina, la bandola llanera y la guitarra. Con esas destrezas, se fue, primero a Tenerife en 2017, y después a Valencia en 2020, donde ha colaborado con compatriotas que residen allí, como Pacho Flores, Gerald “Chipi” Chacón y Pancho Montañez.
Hijo de músicos, formado la Universidad Metodista de Piracicaba, estado de Sao Paulo, y el Conservatorio de Tatuí, Rafinha Barros (Piracicaba, 1988), es un multiistrumentista, experto en cuerdas. Toca la mandolina, el cavaquinho, el banjo, el ukelele. Lleva consigo por donde vaya esencias de choro, samba, forró y la tradición armónica y rítmica de Brasil, siempre conectada con un cable profundo que va hasta África. Tras participar en numerosos festivales en su país, se trasladó a Valencia en 2020, donde hizo parte unas ruedas de choro, a las que Marcel asistió con su mandolina.
Ricardo Osorno (Bogotá, 1989) es un prodigio que, gracias a que estudió siempre en casa con tutores, ingresó la Universidad Javeriana muy temprano, a los 14 años. Había comenzado por la guitarra y el violín, pero fue el bajo eléctrico el que lo cautivó. Más tarde, también se familiarizó con el contrabajo. Aunque el jazz lo ha apasionado, siempre se ha dejado permear por el funk, la salsa, el rock progresivo y, por supuesto, la música folclórica colombiana. Tras dictar clases y probar con un par de ensambles en formato de trío, se trasladó a España para continuar con una maestría en el campus valenciano del Berklee College of Music, donde no sólo estudió performance e interpretación, sino que se adentró en producción y mezcla, habilidades que permitieron cristalizar el proyecto discográfico de Autana Trío, que él mismo produjo, mezcló y masterizó. Ricardo ha tocado con personajes como el percusionista Sergio Martínez y el maestro cubano Paquito D’Rivera. También, con el trompetista Chipi Chacón. Precisamente, en uno de esos recitales, conoció a Marcel.
Autana, cuya carátula (y el resto de los artes) es obra del ilustrador cubano Alejandro Cuervo (alias @comrayo), fue grabado en los Jazzstone Studios, que ya se ha convertido en un lugar de referencia de músicos en ese rincón de Europa. El álbum, que le sigue a un EP en directo grabado precisamente allí, incluye un estándar universal. Se trata de “Somewhere Over The Rainbow” (Yip Harburg & Harold Aren). Desde las perspectiva de Autana, la canción adopta un sentido distinto como música incidental de ese paisaje exótico del Amazonas, o acaso de la exuberancia y la diversidad natural del norte de América del Sur, de donde proviene la materia prima del ensamble.