Back to My Roots: El autorretrato rítmico de Luis Tovar


Sin buscarlo, todo artista termina pintándose a sí mismo. Al percusionista Luis Tovar, establecido en Canadá, le bastó un dibujo libre a partir de canciones y ritmos que lleva consigo desde siempre, para dar con un autorretrato que tiene trazos afrovenezolanos, de merengue caraqueño y gaita zuliana, pero que no deja de lado el jazz, el funk y el influjo inevitable de quien va por el mundo absorbiendo cultura. 

Back To My Roots (2024) es su borrón y cuenta nueva. Tras firmar con el sello Chronograph Records, decidió mutilarse el apodo de “El pana”, que había sido parte de su firma en álbumes previos, y reabrir su catálogo con un puñado de temas que lo han acompañado desde sus inicios. Visto desde Venezuela, son grandes títulos del cancionero nacional. Pero, en el contexto canadiense, son joyas exóticas, rarezas.

Cada versión supone un atrevimiento. Por ejemplo, en el mundo de Tovar, la “Dama antañona” de Francisco de Paula Aguirre ya no va a la misa de 10, sino a un club de jazz. Ya no son tiempos de románticos galanes, velos andaluces, serenatas de balcón ni foxtrot ni el tiempo de vals en el que se compuso originalmente. Es una mujer del siglo XXI, vestida por la modernidad del piano del canadiense Jon Day y una percusión movida que eventualmente, por puro capricho, se la lleva a bailar una gaita zuliana. 

“Acidito”, la composición más celebrada de Adelis Freitez, sigue siendo un merengue caraqueño en 5/8 y, aunque los redobles de Tovar lo llevan más hacia el ambiente rucanea’o, no se acelera; mantiene su carácter entrañable, al tiempo que realza lo colorido de su melodía. El desamor es acidito donde sea que se pruebe, incluso con jazz de fondo.  

 “Moliendo café” (José Manzo Perroni/Hugo Blanco), otra de esas piezas que los venezolanos portan como una camiseta de la Vinotinto, comienza con una intención funky, sobre todo desde el bajo de Daniel Nava, pero avanza hacia un ambiente francamente latinoamericano. Navega aguas profundas del Caribe y adopta un tumbao cubano, hasta que se asoman unos golpes específicos de la tradición afrovenezolana, de Patanemo y Cumboto, que son posibles gracias a la concepción de la batería de Tovar. Su set incluye un tambor de fulía que le deja una picardía extra a cada pieza, como quien lanza un ají dulce en el canarín a ver qué le pasa al sancocho. 

Mención especial merece “Anhelante”, el vals romántico de José “Pollo” Sifontes que ha pasado por algunas de las mejores voces venezolanas de la historia, verbigracia, Gualberto Ibarreto, Ilan Chester y Rafael “Pollo” Brito. Tovar convocó a una amiga suya de Montreal llamada Tina Hartt, quien se dedicó a adaptar la letra al francés. El resultado es un “Anhelante” de la Belle Époque. Es un anhelo elegante, un deseo rozado por la pasión que trae consigo el idioma de Baudelaire. 

Afro Caribbean Jazz, dice una etiqueta en la tapa de Back To My Rootsbuscando guiar a la audiencia internacional; echarle un salvavidas del cual sostenerse. Porque sí contiene mucho jazz su cover de “Sabana” (Simón Díaz). También, el de “Criollísima” (Henry Martínez/Pablo Camacaro), que sale de su merengue caraqueño originario hasta convertirse en una suerte de onda nueva. Pero en la mente del percusionista guatireño todo eso es más que jazz. Es la música venezolana de este siglo. 

Formado con maestros como Alexander Livinalli y Vladimir Quintero, Luis Tovar (Guatire, 1978) migró, primero a México y después más al norte, a Canadá, donde reside desde hace casi 20 años. Con su banda, Distrito Salsa, ha acompañado a grandes referentes del género como Tito NievesWillie ColónTony VegaMaelo Ruiz o Jerry Rivera. Al margen de su actividad como performer, creatividad ha dejado dos álbumes Everything I Like (2014) y Fuliafrocode (2020). 

Para Back To My Roots, Tovar convocó a Chris Andrew, con quien trabajó en los arreglos. También a Stephen William, quien se encargó de los saxos y también del clarinete que suena en “San Pedro de Guatire”, tema especial para el percusionista porque lo lleva directo a su matriz. 

En la obra, grabada en el National Music Centre de Calgary, se cuelan pequeños fragmentos como de una banda sonora fílmica. El intro es el sonido del llano: la naturaleza monumental que ha sido inspiración de tantos cultores. El cierre es un solo de batería que evoca el ajetreo de Caracas en hora pico. Entre los dos, suena como interludio el “Café con pan”, en el que participa su hija Emily y su sobrina Sofía, ejemplificando una de las onomatopeyas que se usan en la enseñanza musical folclórica en Venezuela. En ese momento, Luis Tovar, no sólo retorna a su raíz, sino que vuelve a ser aquel niño que le dio sus primeros golpes al cuero. 


Comparte esta historia