Betsayda Machado cree firmemente en el poder de la integración. A lo largo de su trayectoria artística, que inició cuando era solo una pequeña que cantaba en las misas de gallo de la población El Clavo, en Barlovento, ha experimentado en carne propia las bondades de hacer música en conjunto. Quizá tenga que ver con que creció siendo la novena de 11 hermanos en un hogar donde todos cantan.
Es tan musical la familia de la artista que, desde que tiene memoria, cada 1° de enero sale una parranda desde su casa que va por las calles del pueblo llevando alegría. Se trata de una comparsa que, con el pasar de los años, Betsayda decidió formalizar, junto al promotor cultural Juan Carlos Souki, en un proyecto que es hoy conocido como la Parranda El Clavo, agrupación con la que ha llevado la música afrovenezolana a escenarios de Canadá, Estados Unidos y Europa.
Cuando Machado (Caracas, 1° de agosto de 1973) se vino a la capital, a los 19 años de edad, no tardó en acercarse a la Fundación Bigott para estudiar en los talleres de cultura popular que dictan allí. El día que hizo la audición, Jesús Rondón, el director de Vasallos de Venezuela (en aquel momento, Vasallos del Sol), estaba en el jurado. Le gustó tanto la potencia y la afinación de la cantante que la invitó a sumarse a las filas de la agrupación. Ella, por supuesto, aceptó, e inició una relación con el grupo que ya va para tres décadas.
Su insistencia en hacer música con otros le ha permitido grabar dos discos junto a grandes músicos: Ébano y marfil (2007), con el pianista cubano-venezolano César Orozco, y San Miguel (2015), producido por Guataca, junto al Aquiles Báez Trío, en el que participaban el baterista Adolfo Herrera y el joven prodigio del bajo Gustavo Márquez (1989-2018).
Betsayda también tiene un álbum con la Parranda El Clavo, titulado Loe Loa (2017), que apareció en la lista del diario The New York Times de lo mejor que se editó en aquel año. Además, ha participado en un sinnúmero de producciones discográficas y grandes espectáculos de propuestas que van desde C4 Trío hasta Desorden Público o figuras como Yordano. Actualmente, está dando los toques finales a un larga duración de parrandas y aguinaldos.
—¿En qué momento crees que empezaste a salir del cascarón, y la gente dejó de verte como una integrante de Vasallos para fijarse en ti como solista?
—Creo que acá influyó el hecho de que yo siempre he estado abierta a trabajar con todo el mundo. No solamente cantaba con Vasallos. También formé parte de Un Solo Pueblo y hasta de la banda de Diveana. Sin embargo, creo que la cáscara se rompió en 2007, cuando participé en un espectáculo de Federico Pacanins en homenaje a Caracas que se hizo en el Teatro Teresa Carreño. Él me pidió cantar unos temas como solista, e invitó al gran César Orozco para que me acompañara en el piano. Recuerdo que canté “Ansiedad”, del maestro Chelique Sarabia. Ese fue el génesis de Ébano y Marfil, nuestro disco en conjunto.
—Supongo que es un álbum que ocupa un lugar importante para ti.
—Claro. Fue mi carta de presentación como solista. Recuerdo que lo grabamos súper rápido, y fue un gran reto, porque yo no era muy diestra cantando sola. Ya había grabado varias cosas con mi gente de Vasallos, pero sola jamás. A pesar de eso, el resultado fue muy bonito y gustó bastante. Espero en algún momento sacarlo en digital.
—¿Cómo surgió la amistad que tienes con el maestro Aquiles Báez?
—Yo sabía quién era él, porque su disco, Aquiles Báez y su Platabanda (1994), era uno de mis favoritos. Lo puse a sonar tanto que hasta lo rayé. Años después, en uno de esos conciertos que se hacían en el Centro de Arte La Estancia, me le acerqué y le pedí, con mucho respeto, que me firmara el disco. Y ahí supe que era un bromista de primera: “¿Y por qué tú me pides eso tan seria?”, me dijo. Ahí arrancó nuestra amistad.
—Una amistad que ha dejado frutos hermosos, como el disco San Miguel…
—Aquiles dice que ése es uno de los mejores álbumes que ha hecho. Para mí es demasiado especial. No quiero llorar… Pero me conmuevo al traer a la memoria tantos recuerdos especiales con Gustavo Márquez. Uno no sabe cuándo la gente se va. A veces siento que pude haberlo aprovechado más. Recuerdo un concierto que tuvimos en diciembre de 2017. Ya la enfermedad estaba muy avanzada, y fue un concierto de llanto, porque era muy duro verlo en ese estado. De cualquier manera, me quedan los bellos recuerdos. Me siento agradecida por haber grabado ese proyecto con él y el Aquiles Báez Trío. San Miguel surgió a raíz de la Expo Bilbao 2014, una experiencia muy linda, pero en la que todo el mundo nos reprochaba que no tuviéramos un disco. Supimos entonces que debíamos hacerlo. Fue la mejor decisión: ese disco me enseñó que hay que vivir cada día como si fuese el último.
—¿Qué diferencias encuentras entre la Betsayda que grabó Ébano y marfil y la que hizo San Miguel?
—Aparte de la experiencia adquirida, que es obvia, San Miguel es una muestra de la música que yo he hecho toda mi vida. Yo arrastré a los músicos a mi Barlovento. Los llevé a mi zona, y ellos lo disfrutaron bastante.
—Me pregunto si ser la líder de la Parranda El Clavo ha sido tu oportunidad de reunir en un mismo espacio tus dos caras: la solista y la que canta en grupo.
—Totalmente. Aquí lo que hicimos fue unir a la Parranda El Clavo, que tiene años de existencia y con la que he cantado toda mi vida, con mi carrera, que he venido desarrollando sin parar. Yo siempre digo, medio en broma, medio en serio, que mis parranderos son unos indisciplinados que han tenido que disciplinarse conmigo. Tengo el sueño de ir con ellos a África. Fue un deseo que surgió en 2018, cuando en Estados Unidos cantamos en un acto en conmemoración por los 100 años de Nelson Mandela.
—De tus proyectos discográficos, incluyendo el álbum navideño que estás por lanzar, ¿cuál consideras que es el más especial?
—Loe Loa es importante porque es la muestra de mi gente bella de El Clavo, que tenía tantas ganas de que el mundo los conociera, y a quienes llevo en mis hombros como su líder. Pero creo que San Miguel sigue ocupando el sitial de honor.
—Muchos te llaman “La voz de Venezuela”. ¿Qué crees que te ha llevado a recibir ese reconocimiento, habiendo tanto talento en nuestro país?
—Creo que la perseverancia. En Venezuela hay muchas cantantes solistas, todas muy buenas. Pero pienso que he sido una de las que más se ha mantenido y de las que más se abre a probar cosas. Si quieren tambor, canto tambor; si quieren bolero, les hago bolero; hasta he colaborado con Horacio y su Desorden Público. Tengo además el compromiso de llevar a la Parranda El Clavo por el mundo. La gente debe pensar que yo nunca paro, y mentira no es. Me parece que es una gran responsabilidad que me llamen “La voz de Venezuela”, pero creo que lo he llevado a cabalidad.
—Finalmente, ¿algún consejo que quieras compartir con las nuevas generaciones de cantantes?
—Hay que trabajar y estudiar mucho, pero también es bueno dejar a un lado los prejuicios y ser más osados. Muchas veces el artista es saboteador de su propia suerte. Yo creo que los sueños se cumplen mientras uno le ponga empeño.