Año: 2006
Producción musical: Aquiles Báez
Ingenieros: Alejandro Díaz, Javier Casas, Darío Peñaloza y Jesús Jiménez
Diseño: Manuel González y Alejandro Calzadilla (Factoría Gráfica)
Fotografías: Claudia Rodríguez
Poco tiempo después de aquel cabalístico 4 de abril de 2004 —04-04-04—, fecha en la que celebró la primera edición de La Siembra del Cuatro, el festival impulsado por Asdrúbal «Cheo» Hurtado, insigne exponente del instrumento e integrante del Ensamble Gurrufío, diseñado como una vitrina para las nuevas generaciones de instrumentistas, las semillas germinaron y los frutos comenzaron a salir a la superficie.
Uno de los más brillantes fue el ensamble C4 Trío, integrado por el caraqueño Edward Ramírez, el merideño Héctor Molina y el cumanés Jorge Glem, tres competidores que llegaron al podio de aquel concurso. Los jóvenes, siguiendo los consejos de Báez, organizaron su repertorio y entraron al estudio a elaborar su tarjeta de presentación.
C4 Trío, el homónimo álbum debut, cumplió su función. En algunos episodios, los muchachos mostraron cómo se entrecruzaban sus cuerdas de una manera inusual, cómo cada uno adoptaba un rol hasta exprimir al máximo las posibilidades del cuatro venezolano, un instrumento con extraordinarias bondades rítmicas, melódicas y armónicas. Un plato completo y balanceado.
En su versión de “Carretera”, de Aldemaro Romero, se mostraba esa facultad de Ramírez, Molina y Glem para ir apoyándose unos en otros como malabaristas. Mientras uno lleva una base rítmica con acordes, el otro golpea el instrumento cual tambor y el tercero canta, allí, en esas cuatro cuerdas, como si fueran una extensión de sí mismo. Crean espacio para el virtuosismo individual, pero al mismo tiempo vale más la voluntad de construir en equipo.
También hacían gala de sus gustos cosmopolitas, de su eclecticismo. Le anunciaban al país —y a quien pudiera interesarse— que no serían una agrupación de estricta música tradicional. No, señor. El segundo track es una endemoniada versión del “Mambo influenciado” del pianista cubano Chucho Valdez y, más adelante, casi al final del compacto, se aventuraban con “A Night in Tunisia”, del trompetista estadounidense Dizzie Gillespie.
Como muchachos entusiastas y soñadores, recargaron el disco de invitados. La primera canción la comparten con Rafael “Pollo” Brito, con quien grabarían un álbum entero en el futuro; Serenata Guayanesa participa en “Eastern Morning” y “San Juan to’ lo tiene”; y las cantantes Marina Bravo y Zeneida Rodríguez, que entonces compartían en una agrupación llamada Pomarrosa, intervienen en “La Negra Atilia”. Sin embargo, dejarían pruebas de sus capacidades como compositores. Cada uno con una pieza. “Utopía” (Ramírez), “Amalgamados” (Molina) y “El pez volador” (Glem). “Son unos alegres virtuosos —escribía sobre el CD Xariell Sarabia en su columna de El Nacional — tan temprano y ya es un clásico”.