El merengue caraqueño es quizá el género musical más genuino que se ha cultivado en territorio venezolano. El joropo, los tambores y el resto de las corrientes tiene similitudes con otras manifestaciones de la región, pero nada como ese ritmo en 5×8 entrecortado y pícaro, difícil de expresar en el pentagrama, del que Chipi Chacón partió para armar su parranda cosmopolita, Caracas 40 (2024).
Chacón, trompetista, arreglista y —oficialmente desde 2018— vocalista, recurrió a ese baile asincopado como filtro para recrear un puñado de caprichos, obras de autores latinoamericanos muy celebrados.
¿Por qué 40? Por una operación matemática simple, sugerencia del multiinstrumentista y compositor canario-venezolano, Jesús “Pingüino” González: 5×8=40. ¿Y Caracas? Porque de ahí surgió ese género fundamental de la raíz tradicional venezolana; y en esa urbe se crio el artista, que, siendo un niño, asistió al Núcleo de La Rinconada del Sistema de Orquestas para iniciar su recorrido musical.
Chacón reunió a un cuarteto base de lujo. Marcel Moncourt (cuatro y mandolina) y el maestro Juan Ernesto Laya (maracas) ponen el acento venezolano, su desparpajo y la gracia del ritmo. El bajo (y a veces, la guitarra) lo pone Gerardo Chacón, papá de Chipi y músico muy experimentado. César Orozco siempre simula un teclado Fender Rhodes que le aporta un carácter contemporáneo, elegante y jazzístico a la mezcla. Y así es el concepto: de lo sabroso y folclórico a lo sofisticado; el virtuosismo al servicio de las canciones.
Todas las piezas han sido éxitos radiales internacionales. Del ambiente ranchero, se trajo “Si nos dejan”. También, “La media vuelta”, que canta junto al guaquero Luis Fernando Borjas. Ambas composiciones corresponden a José Alfredo Jiménez.
De Juan Gabriel, escogió uno de sus grandes hits en la voz de Rocío Durcal, “Amor eterno”. De República Dominicana, tomó prestada “Bachata rosa”, de Juan Luis Guerra, de quien, además, seleccionó “Hasta que me olvides”, balada que popularizó Luis Miguel.
Dos autores panameños son parte de la obra. Uno es Rubén Blades, de cuya pluma Chacón tomó la máxima canción del catálogo de Héctor Lavoe, “El cantante”, que interpreta a dúo con el cantautor colombiano Chabuco. El otro es Omar Alfanno, autor de “Que alguien me diga”, aquella canción que pegó el salsero puertorriqueño Gilberto Santa Rosa, donde, tras el skating de Chipi, César Orozco aporta un solo, desde la teclas, que merece una ovación. Mucha soltura y swing; la erudición expresada con sonidos.
El otro invitado, el gran tresista cubano Renesito Avich, participa en “Esta tarde vi llover”, el bolero exquisito de Armando Manzanero, que en este contexto se convierte en un merengue con los acentos cambiados de lugar y con pinceladas del malecón de La Habana. La canción pinta un Caribe Deluxe, como el espíritu del diálogo entre trompeta y tres que ocurre a mitad de pieza. Hacia el final, los dos artistas se unen en armonías.
“Color esperanza”, la pieza optimista de los argentinos Coti y Cachorro López grabada y popularizada por Diego Torres, contó con la participación, en cuatro y voz, de Rafael “Pollo” Brito, quien despliega en esos 4:26 minutos su envidiable destreza como intérprete y como ejecutante del instrumento nacional.
Grabado en los Jazztone Studios de Valencia, España. Caracas 40 incluye un solo tema instrumental, que, de paso, es el único que no proviene del mundo hispanoparlante. Se trata de “Ben”, canción de Don Black y Walter Scharf conocida en la voz de un jovencito de 14 años llamado Michael Joseph Jackson. Como suele ocurrir en las obras de Chipi, tiene como invitado a su hermano, el flautista Eric Chacón. Trompeta y flauta se encargan de transportar esa melodía icónica, que fue parte de la banda sonora de la película Ben, la rata asesina (1972), a un lugar mestizo, a algún punto de ese valle que abraza el Cerro Ávila.
Gerald “Chipi” Chacón (San Cristóbal, 1988) creció en Coche, Caracas, en un hogar muy musical. Desde Evencio Chacón, el abuelo, se encendió la llama de una pasión que iluminó a su hijo Gerardo Chacón, a quien ya nombramos, y a los nietos Eric, flautista y saxofonista ahora residenciado en Miami, y Gerald.
Como miembro de la Sinfónica Simón Bolívar, dirigida por Gustavo Dudamel, Chipi participó en innumerables giras internacionales. En las filas de la orquesta estuvo desde 2003 hasta 2016: toda la época en la que esa agrupación juvenil demostró al mundo los alcances del programa de enseñanza concebido por José Antonio Abreu desde 1975. Son los años de la memorable presentación en los Proms (Inglaterra, 2007), en la que los muchachos de las chaquetas tricolores iluminaron los rostros del público londinense con su alegría y su destreza. Es la época en la que Abreu y su Sistema recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes (2008), por nombrar uno de muchos laureles.
Ya entonces, Chipi andaba muy inquieto musicalmente. Tocaba salsa, le encanta la música venezolana desde siempre y también el jazz, con el que Gerardo nutrió a sus hijos desde pequeños. Por eso, su álbum debut fue My Favorite Standards (2013), un repaso por algunas de sus obras jazzísticas preferidas. Tras grabar otro llamado Melodies for the Soul (2016), decidió lanzarse a cantar en el tercero, titulado Transparente (2018), que le valió una nominación a los Latin Grammys en la categoría Mejor Artista Nuevo.
De Bogotá, donde vivió cuatro años, se mudó a Valencia, donde ha dedicado parte de su tiempo a la producción de propuestas como la de la austriaco-venezolana Patricia Moreno, Mundos Unidos (2023). Allí, a orillas del Mediterráneo, vive a pocos pasos de uno de sus maestros, el gran trompetista Pacho Flores, con el que tiene en la mira un proyecto que ojalá se concrete pronto.