La Andrea Paola cantautora se afianzó. En su aventura creativa, hizo la ruta de vuelta hacia sus antepasados y exploró dentro de sí misma para dibujar su presente. El resultado, Los caminos de la sal (2024), es un álbum de nueve canciones, atadas a la raíz tradicional venezolana y latinoamericana, impulsadas por la nostalgia, la gratitud y el vaivén de las olas.
El álbum, que contó con la producción ejecutiva de Chimarra Records, está hecho de agua y sal. El camino salino sirve de metáfora migratoria. Sus ancestros, como muchos otros, llegaron desde Europa a las costas americanas. Pero la sal también es el gusto, el sabor de la existencia. Y el agua representa la vida. El agua es la que miraba su abuela desde la orilla de una playa guairense. El agua es la que cayó torrencialmente sobre Vargas en diciembre de 1999 y generó una tragedia, de la cual la artista fue víctima cuando era apenas una niña de 9 años.
A ese evento traumático se refiere “Un instante arrugado”, el vals que sube el telón. También, se asoma en la “Malagueña”, cuyos versos provienen de las libretas que Andrea Paola llenaba de poesía libre desde pequeña.
«María» es un canto de arreo, lleno de afecto y admiración, dedicado a su madre. Mientras que “Nuestro canto”, la que cierra el álbum, es una celebración del arte como alivio para el dolor y luz en tiempos de oscuridad, compuesta en la época agobiante de la pandemia.
“Los caminos de la sal”, canción que da el título al álbum y que interpretó a dúo con el invitado Ángel Ricardo Gómez, proviene de un encargo corporativo de la marca Sal Bahía, que sirvió de punto de partida para lecturas, reflexiones y creaciones.
La mandolina de 10 cuerdas de Jorge Torres vuelve a ser, como es costumbre, un elemento distintivo del sonido de Andrea Paola. Además, fue Jorge quien se encargó de esos arreglos elegantes y sofisticados. El ensamble lo completaron el bajo del multiinstrumentista Edwin Arellano, la percusión de Rolando Canónico y el clarinete de Williams Mora, quien además participó como invitado especial cantando en la danza “Kilig”. La palabra kilig, en tagalo (una de las lenguas austronesias, se habla en Filipinas), describe esa sensación de vértigo delicioso, de “maripositas en el estómago”, que produce el amor romántico en su forma más cándida.
La curiosa configuración del ensamble que la acompaña, que no involucra cuatros, maracas, guitarras ni teclas, fue inicialmente una consecuencia de la diáspora masiva venezolana. Pero, con el tiempo, se convirtió en un sonido buscado; incluso, en un manifiesto, una manera de demostrar que la música venezolana es un lenguaje que siempre se impone. No importan la herramienta o el medio. Importa el discurso, el corazón, la esencia.
La artista había mostrado algunos avances como compositora en Cantos de miel y romero (2020), pero esta vez se lanzó de chapuzón en el acto creativo, en buena medida inspirada por las enseñanzas de personajes que admira, como Aquiles Báez, pero también de la colombiana Marta Gómez y el celebrado compositor Henry Martínez.
Como a muchos, la muerte de Aquiles, ocurrida en septiembre de 2022, golpeó severamente a la artista, que tomó prestados unos versos de Isaac Felipe Azofeifa para dedicárselos al gran maestro, guitarrista, compositor, promotor cultural y fundador de nuestra plataforma, Guataca. La canción, un merengue caraqueño titulado “Itinerario de su ausencia”, va dejando espacios en blanco entre los versos. Son espacios ineludibles, como los vacíos que deja la gente querida cuando se va.
Formada como historiadora en la Universidad Central de Venezuela, donde además hizo parte del Orfeón Universitario, Andrea Paola Márquez (La Guaira, 1990), comparte su rol de maestra con su carrera de cantante, así como su trabajo como productora de eventos. Junto a Jorge Torres, conforma el dúo La Torre de Grillos, con el que ha editado el álbum Cuentos cantados (2021). Además, ha participado en proyectos discográficos como el Homenaje a Gualberto (Guataca, 2016) y el álbum colaborativo Venezuela: música y trabajo (2021).
Márquez es también la fundadora y directora del programa de educación musical infantil Mi Juguete es Canción, del cual editó un disco en 2017. A tres de sus alumnas, Mariana Isabel Gómez, Joelicet Acosta y Zaire Ugueto, les dedicó una cumbia llamada “Agua”. Y justamente, las tres jovencitas la acompañan en la gaita de tambora “¿Cómo se llama?”
El arte de la tapa de Los caminos de la sal, a cargo de Álex Valdivieso, dice mucho sobre el contenido que grabó Javier Gerardino y mezcló Jean Sánchez. Durante la sesión, el fotógrafo Silvio Loreto proyectó viejas fotos familiares, la mayoría tomadas por Eloy Zancudo, tío-abuelo de Andrea Paola, que se reflejaron en ella y su fondo. En una misma imagen se juntaron épocas y añoranzas; una superposición temporal, como la de Aura, la novela de Carlos Fuentes. Quienes están allí, a la derecha de la cantante, son su abuela Dilia y su tía-abuela María. Olga, otra tía-abuela, una especialmente querida por la cantante, aparece en el pecho sobre su vestido claro. Todas, no importan las generaciones, no importa la muerte ni el paso del tiempo, conviven, de algún modo, en un álbum delicado y sentimental que sale al mundo al filo del primer cuarto del Siglo 21.