Constanza y Fernanda: música de hermanas



Las gemelas Constanza y Fernanda Cegarra en el escenario de Noches de Guataca. Foto: Archivo Guataca

Las gemelas Constanza y Fernanda Cegarra en el escenario de Noches de Guataca. Foto: Archivo Guataca

Por Adriana Herrera

Si hacen una búsqueda rápida en YouTube y colocan exactamente ‘Fernanda y Constanza Cegarra’ —así o al revés—, van a aparecer dos videos, quizá tres: Constanza tocando el piano, hace varios años ya, en un registro tembloroso captado por su hermana gemela; Fernanda entonando una ranchera en una reunión familiar. Videos sencillos, necesarios para el recuerdo. Pero no hay una grabación de ese día de mayo en Bello Monte, en Caracas, cuando Ciudad Laboratorio con Cheo Carvajal en la batuta, hizo el experimento de retomar las calles y llenarlas de música, de luz. Porque fue justo ese día cuando Aquiles Báez invitó a cantar a las hermanas Constanza y Fernanda e hicieron el pacto: eso no se podía quedar ahí, eso que habían vivido tenía que convertirse en una Noche de Guataca. Cuatro meses después, se encontraron en la Sala Plural del Trasnocho Cultural, con todas las butacas llenas y el aplauso sostenido de emoción.


Fernanda Cegarra. Foto: Archivo Guataca

Fernanda Cegarra. Foto: Archivo Guataca

Era la primera vez que las hermanas hacían esto: anunciar un concierto, armar un repertorio solo para ellas. A ese encuentro de domingo lo llamaron Hel’manas porque así se dicen de cariño, de juego. Si iban a cantar, entonces tenían que apelar a todo aquello que les fuese cercano para que el escenario se ajustara a sus nervios de estreno, para que las notas estuvieran bien puestas. No era difícil. Las hermanas crecieron en un hogar donde la música estaba implícita. Sus padres, María Fernanda Montero y Julio Cegarra, son músicos natos y de ellos fueron aprendiendo la disciplina de cada nota, la constancia del compás. Así que cuando les tocó decidir qué llevar a esa guataca, no había otro camino posible: querían interpretar la música con la que han crecido y eso las paseaba por el bolero y el jazz, por bulerías y tonadas; pero también por sonidos más cercanos a sus 19 años que les imprimen a cada una otra manera de sentir la música, de distinguirlas fácilmente sobre el escenario, aunque sean tan iguales.

Ese domingo de Guataca las encuentra con nerviosismo y respiraciones profundas. En pleno ensayo, Constanza tiene ganas de llorar del susto, se persigna antes de interpretar un tema y le hace señas a su hermana para que se cuide la voz cuando la desliza hábilmente sobre un agudo. Fernanda pregunta si el piano se escucha bien, si la guitarra está afinada. Pide que su voz no tenga mucho eco porque las armonías pueden mezclarse y sonar muy mal. Su padre, Julio, está en la percusión y las observa callado, concentrado. Su madre, María Fernanda, está en el violín y va de un lado a otro conteniendo sus nervios. Aquiles está en la guitarra, Fernando Rodríguez en el cuatro, Fabio Páez en el piano, Luis Freites en el bajo y Germán Domador en la caja y percusión. Todos se abrazan detrás de la cortina negra, en el momento justo que dan sala y Aquiles busca, desesperadamente, su café. Siempre es curiosa esa suerte de aislamiento detrás del escenario, el hablar bajo, el conseguir la concentración y alejar el susto, el escuchar el murmullo de quienes van llenando las butacas y no creerlo. Por un breve instante, no creerlo.

Cuando los siete músicos aparecen en escena y Constanza y Fernanda los secundan, el aplauso es emocionado y así calan las primeras notas de Tú sí sabes quererme, de Natalia Lafourcade, que termina con sus palabras agradecidas por la sala llena, por la alegría que sienten de convertir un sueño en una oportunidad. Pero eso apenas fue un abreboca. El paseo musical de sus recuerdos se remonta a un bolero interpretado por Fernanda, un género que es parte importante de su adolescencia. Lo siente y por eso el Alma mía de María Grever le sale sutil por la garganta y conmueve a todos. Ante cada canción, una historia, un recuerdo, como el de Constanza evocando a su padre enseñándole las notas de Acidito en el piano, un tema que ella escuchó por primera vez en ese disco grabado por los Aquiles –el Báez y el Machado- y que ahora trae al escenario para cantarlo emocionada.

Eso. La emoción las acompaña durante las casi dos horas de concierto. Se permiten llorar, recordar, soñar, aunque eso les quiebre la voz y tengan que abrazarse de tanto en tanto diciéndose al oído: “Estamos juntas, hel’mana”. Así van construyendo su música y entonces Constanza sorprende con su versión de La negra Atilia que alguna vez le escuchó cantar a Nella Rojas, y Fernanda hace referencia al cine y cómo la música la eleva a veces sin siquiera saber de qué trata eso que está por ver. Así se anima a cantar Mañana de carnaval en portugués y Omar Sharif en inglés, solo con el piano y el violín de fondo. Pero cuando Constanza hace una pausa para contar cómo les duele el exilio, cómo les pesa la distancia de la gente que quieren, casi no alcanza a terminar La despedida, de Aquiles Báez, quien la acompañó con la guitarra. Lo mismo ocurre con Derecho de nacimiento, de Natalia Lafourcade, que las planta con sus 19 años sobre un escenario en el que intentan rescatar valores con su música.


Constanza Fernanda. Foto: Archivo Guataca

Constanza Fernanda. Foto: Archivo Guataca

Así siguen. Se pasean por una bulería, Constanza baila, Fernanda aplaude y luego se queda a solas con su guitarra interpretando un tema de Pablo Alborán que está grabado en su recordatorio musical más temprano. Solamente tú la canta para ella misma, como quien le canta al viento. Y justo después, Sueño de una niña grande, de Aldemaro Romero, que no podía faltar a la cita. Cierran con Tonada de luna llena de Simón Díaz, a dúo. Es un final de concierto emocionante, el público se pone de pie, ellas se abrazan, agradecen, sonríen, aplauden también. Y todos saben que hay un tema más, que no es posible esa despedida, y entonces cierran con un algo de Rawayana, la banda favorita de Constanza, que las hace bailar y aplaudir y despedirse contentas.

Y después de esto, ¿qué? “Mañana hay clases”, dice Fernanda entre risas, después que todos ya se han ido de la sala y ella aún está tras la cortina negra sopesando la adrenalina. Estaba lista para comenzar sus clases de Arte en la Universidad Central de Venezuela y Constanza para hacer lo propio en Comunicación Social. Vendrán más conciertos, lo saben, pero por lo pronto lo que importaba en ese instante era la emoción de ese domingo, la música que hicieron juntas, como músicos, como hermanas, por primera vez ante un público que se los agradeció con aplausos y abrazos, con la certeza de que ahora es que queda mucho más por ver y escuchar.


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