Prisca Dávila habla a través de su piano. Desde una fusión de jazz, que admite venezolanidad, pizcas de flamenco, funk y otras especias, pasó en limpio los recientes acontecimientos de su vida personal. La dulzura incontenible de la maternidad, la amargura de los años terribles de su país, la melancolía por la partida de su hermana al extranjero, todo está contenido allí, como en un sucinto diario íntimo, en un puñado de canciones, producidas por Gerry Weil, que lleva por título Dakum.
“Dakum”, que sirvió para bautizar el primer single, es una palabra que se inventó de pequeñín su hijo Diego Eduardo, nacido en 2015, para expresar alegría. Mientras jugaba, saltaba y reía, soltaba esa onomatopeya rítmica, cuyo sentimiento baña el resto de las canciones del EP de su mamá, incluso aquellas de temática agridulce.
Prisca no editaba álbum desde 2017, cuando salió Travesía-Canciones de Latinoamérica, el segundo proyecto que grabó a dúo con su hermana, la también pianista Marieva Dávila. Hasta entonces, todas sus obras se habían hecho completas en Venezuela, trabajando con los músicos de manera presencial. Exceptuando a algunos, como Luis Freites (contrabajo eléctrico), Carlos “Nené” Quintero (percusión) y Miguel De Vincenzo (batería), quienes grabaron en Caracas, Dakum es el primero elaborado con partes que recibió desde otras latitudes.
Gonzalo Teppa (contrabajo), Adolfo Herrera (batería) y Diego “El Negro” Álvarez (cajón flamenco) viven en ciudades distintas y remotas de Estados Unidos. Pero los tres se juntaron con Prisca en “Esperanza”, una pieza cuya melodía refleja el desafío que supone la adversidad. Es la esperanza, pero no la del que espera sentado por un cambio en la dirección del viento, sino del que se sube a la barca a remar con ahínco.
La siguiente, “Despedida”, es la única en la que Prisca canta. La música, en la que intervienen el bajista Heriberto Rojas y el baterista Abelardo Bolaño, pareciera ir en otro camino, a partir de un jazz funk de ceño fruncido, pero sus versos revelan el asunto. ¿En qué estaba pensando la artista cuando la escribía? En su hermana Marieva, que se fue del país en 2017 para establecerse en Canadá. Un epílogo, melódicamente más luminoso, cierra la historia con la certeza de que la distancia geográfica no se traducirá en una lejanía emocional: Tú y yo somos melodía, le dice.
Grabada a piano solo, “Shanti” (‘paz’ en sánscrito) sigue esa misma lógica de Prisca de transformar el amargo en dulce. Ella suele sentarse a diario a tocar sin guiones, recorriendo las teclas blancas y negras de manera libre e instintiva, como quien emprende una caminata sin rumbo. Un día, atravesando el duelo por la muerte de su abuela y en tiempos de pandemia, le salió ese motivo entrañable que quiso mostrar con el mundo.
El cierre suena a “Joropo moruno”, la pieza más mestiza del álbum. Es, en cantidades parejas, jazz, flamenco y joropo. También proviene del amor por su hermana porque Marieva, además de pianista, es bailaora. Ese universo, en la grabación, estuvo representado por Goyo Reyna, quien aportó el cajón, las palmas y el ímpetu de esa expresión cultural del sur de España. Para completar el trabuco, se le sumaron las maracas de Manuel Rangel y el bajo de Nelson Echandia.
Desde sus inicios como performer, conocedores como el maestro Gerry Weil advirtieron en las ejecuciones al piano de Prisca Dávila (Caracas, 1978) vitalidad y seguridad técnica, al tiempo que combinaba el riesgo del jazz con el desparpajo de la raíz venezolana y la rigurosidad del ambiente clásico. La artista, que además es Licenciada en Historia de la Universidad Central de Venezuela, ha mostrado ese talento en Europa, Estados Unidos e incluso Corea del Sur.
El mayo pasado estuvo en España, presentando Dakum, que sería su octava obra discografía y que la mantiene fiel a un discurso que ha venido ido hilando durante más de 20 años en trabajos como Piano jazz venezolano I y II (2003 y 2011) y Piano en canto venezolano I y II (2007 y 2009).
Antes, en marzo de 2023, presentó un magno concierto en la Concha Acústica de Bello Monte, acompañada por la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho y su directora Elisa Vegas. Allí tocó su “Pikirillo”, su “Frigiando merengue”, mostró sus lecturas de piezas de la tradición nacional y aprovechó de compartir con los presentes esa obra que da título a este álbum, que tuvo como co-autor a un bebé que apenas aprendía a caminar.