Por Gerardo Guarache Ocque
Una cosa llevó a la otra. Durante la gira de conciertos correspondiente a su álbum Bach to Venezuela (2016), que revisó composiciones del genio del Barroco desde ritmos folclóricos, Daniela Padrón debía detenerse a explicar fundamentos del joropo y otros géneros de su país, especialmente cuando estaba frente a público de otras nacionalidades y orígenes. Decirlo no era suficiente. No es lo mismo hablar de un compás en 5/8, que tocar un merengue caraqueño de Luis Laguna. No es igual mencionar el 6/8, que materializarlo en un Pajarillo. Así se fue conformando solo un compilado de estándares que hoy lleva por título +58 (2020), un álbum con la fuerza de un cordón umbilical.
Oírlo es como ondear el tricolor. Si algún curioso pregunta cómo se come eso de la música tradicional venezolana, puede repasar esta seguidilla de lomitos del cancionero nacional. Daniela Padrón, con su violín, es una suerte de guía turística que va iluminando canciones, ritmos y regiones con sus colores y particularidades. Para sus paisanos, especialmente para los que se han establecido fuera de sus límites geográficos, no deja de llevar esa carga nostálgica que brota al ver el teléfono gris y rojo de discado manual que sonó en tantos hogares en otro tiempo que ahora luce tan lejano y diferente.
La obra está concebida como para ser tocada en directo en ese mismo orden, alternando piezas recias con episodios apacibles. Comienza con Apure en un viaje, corriendo por el llano a velocidad de cunaguaro, e inmediatamente después pasa a un popurrí de merengues que enlaza la calma enamorada de Criollísima, de Luis Laguna, con la gracia de Un heladero con clase —también de Laguna— hasta acelerar el tempo para ajustarse a El frutero de Cruz Felipe Iriarte.
+58 fue grabado en simultáneo, como graban los músicos más diestros. A Daniela suelen acompañarla el bajista Javier Espinoza, el cuatrista ganador de La Siembra del Cuatro Henry Linárez y el virtuoso maraquero Juan Ernesto Laya, mejor conocido como “Layita”. Es un ensamble que ha compartido bastante. Una máquina bien aceitada que pudo lograr las nueve piezas de un tirón en una extenuante sesión de aproximadamente 10 horas. Ocurrió en el Pristine Music de Miami, estudio del artista ganador de Latin Grammy Juan Delgado —productor del disco— el 28 de febrero de 2020, poco antes de que se esparciera el virus y el Gobierno de Estados Unidos decretara la emergencia nacional.
El diablo suelto lleva un intro ingenioso, como si estuviera comenzando por la cola. Reluce lo compacto del cuarteto. Es una majestuosa coreografía para los oídos. A pesar de que se trata una canción que ha sido tocada infinidad de veces por ensambles de toda Venezuela (y uno que otro extranjero), no deja de cautivar. Es una bebida energizante de dos minutos 13 segundos a la que no puede agregarse ni restarse nada.
Algo similar pasa con la última pista de álbum. Siguiendo con la idea del álbum/concierto, es un bis típico e ideal, para que el público salga de la sala con el ánimo a tope. No llega a los dos minutos de duración y enlaza ‘Toy contento con el Alma Llanera de Pedro Elías Gutiérrez.
Padrón propone una Luna de Margarita pop. La melodía de Simón Díaz se viste de ropa casual, como si todo ese anhelo, ese sentimiento embriagante, no fuera tan en serio. En ese aspecto contrasta con la Viajera del río de Manuel Yánez, otro estándar criollo, en el que la violinista sí se deja llevar por la ternura como aquella flor inolvidable se dejó llevar por la corriente.
Suena Señor JOU, la danza de Pablo Camacaro, de Raíces de Venezuela. Y suena un experimento llamado Bacharillo que se escapó del Bach to Venezuela y se coleó en esta obra. La violinista, formada entre la Escuela Experimental de Música Manuel Alberto López y el Mozarteum de Caracas, hace un guiño a Bach con el intro de la Tocata y fuga en re menor, y avanza con fuerza hacia el Pajarillo, hacia ese leit motiv de la venezolanidad.
Daniela Padrón (Caracas, 1987) escuchó música desde el vientre. Precisamente fue con su madre, la pianista Olga López, con quien interpretó una selección de música latinoamericana para su segundo álbum, Latam (2018). En su recorrido, ha recibido lecciones de maestros como José Elías Zapata, María Fernanda Montero, la francesa Virginie Robilliard y también de la estadounidense Sally Thomas.
Padrón ha integrado Gaélica, banda que hace world music con música celta y acento venezolano, con la cual fue nominada a un Latin Grammy en 2013. Ha sido invitada como solista por la Filarmónica Nacional de Venezuela y actualmente, en Miami, donde reside desde 2012, dirige a una de las orquestas del Miami Music Project, una organización inspirada en la filosofía del Sistema de Orquestas Venezuela que próximamente fundará su sexto núcleo.
Para distraernos mientras decide qué hacer para su próximo proyecto discográfico, nos dejó una sorpresa en +58, como la bolita de chicle del Bati-Bati. Presagio comienza en formato instrumental. De pronto, transcurrido el minuto y pico, aparece una voz, la primera en el álbum. Se trata del músico, comediante y guionista César Muñoz. Quien toca el bajo allí no es Espinoza sino Carlos Pucci. La pieza de Enrique Hidalgo redondea el +58, un álbum colorido, emocionante y muy venezolano.