En El Cerrito de Jorge Glem (casi) 12 años después


En El Cerrito, el gran álbum de Jorge Glem, salió a la calle en los tiempos en los que el CD dejaba de ser el formato idóneo. Un recital memorable en el Teatro de Chacao le hizo justicia a su calidad. Pero después, la vida siguió; y el país, que ya venía tambaleándose, entró en una suerte de terapia intensiva, desmembrado demográfica y moralmente, y aquel disco pasó al baúl de las anécdotas. 

Establezcamos el contexto histórico: El año 2013 comenzó con los rumores de la muerte de Hugo Chávez, que fue anunciada el 5 de marzo. Al mes, días después de que comenzara la distribución del álbum, se celebraron unas elecciones tras las cuales Nicolás Maduro salió luciendo la banda tricolor por primera vez. El concierto de lanzamiento se produjo el 18 de mayo. 

Después vinieron los cruentos 2014 y 2017 y el período en el que los venezolanos protagonizamos un éxodo migratorio escandaloso, que hasta hoy va cerca de los ocho millones de personas. Todos los integrantes del ensamble que bautizó el álbum en Caracas (incluido el saxofonista Eric Chacón, que no estuvo en la grabación) viven ahora en Estados Unidos, incluidos los dos ingenieros de sonido. 

Esa noche de mayo de 2013, músicos y técnicos elevaron la vara de los conciertos asociados a la raíz tradicional venezolana. El video mapping transportó a los presentes desde la sala de teatro ubicada en El Rosal a los paisajes que sugerían las canciones, fuera la orilla de una playa sucrense o la sala de la casa en la que fue grabada la obra. Germán Landaeta y su equipo se encargaron de que el sonido envolviera a la audiencia. Al igual que el disco, aquel encuentro, más que un recital, fue una experiencia. 

Todos procuraron recrear en escena en 2013 lo que había pasado en la Quinta El Cerrito de Villa Planchart, mítica residencia ubicada en las Colinas de San Román, en los últimos días de 2010, cuando se hizo la grabación.  

Cuando Jorge encaró aquel desafío, la carrera del C4 Trío, su ensamble junto a sus colegas cuatristas Edward Ramírez y Héctor Molina, venía afianzándose tras la concreción de su segundo álbum, Entre manos (2009). No hacía mucho, había incorporado como integrante estable a Rodner Padilla, su opción número 1 como bajista para el nuevo proyecto. 

Glem, ganador del Festival La Siembra del Cuatro 2005, escogió también al percusionista Diego “Negro” Álvarez porque ya la química se había probado muchas veces en tarima. De último, convocó al saxofonista (miembro de Guaco) Rafael Greco buscando exactamente lo que al final aportó: madurez, sutileza, expresividad. 

Germán Landaeta, quien llevaba varios años sin participar como ingeniero de grabación, aceptó volver al ring y asumir el reto, pero fijó algunas condiciones. ¿La principal? No quería trabajar en un estudio simplemente. Sentía que ese concepto y ese cuarteto reclamaban un proceso de realización no convencional. Cuando planteó la idea, Jorge dijo para sus adentros: «Germán está loco». 

El resultado

Casi 12 años después, En El Cerrito me revela su carácter evocador. Esa casa majestuosa, capricho burgués de los años 50 que es más museo que hogar, asume un rol importante porque Landaeta y su cómplice, Vladimir Quintero, se dedicaron a exprimirle sonidos. La intervinieron con microfonía, la auscultaron, para captar cómo suena la brisa cuando atraviesa su portal, cómo suena cuando da contra las ramas de los árboles que la rodean; cómo rebotan los baquetazos del Negro Álvarez en sus paredes. Caracas habla desde el alba y desde el ocaso. Habla a través de la coral de sapos, ranas, ¿grillos? que hoy son banda sonora nostálgica de tanta gente. 

Aunque la aproximación de Jorge desde su cuatro siempre parte de una matriz tradicional venezolana, sus compañeros escoltan el sonido hacia otras latitudes casi irrastreables, a lugares sin banderas ni fronteras. Pasa con “Vals #5” de Leo Blanco, pero también con “Pras crianças”, de Hamilton de Holanda, que sí, que tiene un dejo brasileño, pero ¿hay algo más universal que la candidez en la sonrisa diáfana de un niño?

Escucharlo con audífonos y cerrar los ojos es como acostarse en una alfombra en el medio de la sala rodeado por la banda. Los instrumentos están ahí, casi se pueden rozar con los dedos. Se percibe la respiración de Rafael, cuando deja fluir un hilito de sonido como filigrana, o cuando despide un soplo de emoción que viene de la base de sus pulmones.

El “Wapango”, de Paquito D’Rivera, llega como una inyección de combustible y uno se siente bailando entre los engranajes de una maquinaria precisa y graciosa. Es la maquinaria que conforman Rodner, Jorge y, por supuesto, Diego, ese que nació para crear ritmo. 

En El Cerrito propone un marco de bordes muy flexibles, casi líquidos. Es jazz, pero en él se cuelan esencias de joropo, flamenco, merengue caraqueño, funk y quién sabe qué más. Es un álbum que sólo pareciera posible de hacer por 1) políglotas en cuanto a géneros musicales y patrones rítmicos, gente que maneje todos esos códigos; 2) músicos precisos, con excepcional destreza técnica 3) y músicos entre los que opere una sinergia especial, tipos que se han acompañado en muchas batallas. 

Música original

Cuando Jorge Glem grabó por primera vez su “Pez volador”, la pieza todavía estaba en bocetos. Cuando Aquiles Báez, productor del álbum debut C4 Trío (2006), lo mandó a la caseta, él hizo lo que pudo y quedó un registro del cual no estaba del todo contento. 

El nuevo álbum, su segundo como solista —si se cuenta Cuatro sentido (2005), el que hizo patrocinado por la Siembra del Cuatro—, le permitió resolver esa inconformidad y grabar la mejor versión de su pieza más emblemática. Es una oda a las cosas de su tierra, al mar que tanto ha inspirado a sus poetas, planteada desde la combinación de dos golpes de joropo, uno que es similar al llanero y otro más bien oriental, que va contra la corriente, representando a ese pez que quiere ser ave, que es capaz de salir a superficie propulsado y elevar vuelo por unos cuantos metros y segundos.  

Jorge insistió en “Bily”, el merengue caraqueño simpático que le compuso a su padre, Jorge Luis Glem, que entonces ya había sido editado como parte del segundo álbum de C4 y también en el disco de música popular que grabó el trompetista Pacho Flores con él como cuatrista. La versión de En El Cerrito se me antoja más elegante (por el saxo de Greco), pero más pícara (por la percusión del Negro Álvarez). 

Glem lanzó un tema nuevo, al que llamó “ER Blues”, en parte jugando con los modismos del hombre de orilla que cambia las eles por erres, pero también homenajeando a Ernesto Rangel (ER), creador de Guataca junto a Aquiles Báez y personaje clave en la producción ejecutiva de buena parte de la carrera del C4, la de Jorge y de un cúmulo de artistas que han engalanado el sonido venezolano. 

«Vamos a construir algo desde el piso». Es la voz de Rafael Greco la que invita a todos a improvisar. Durante el recorrido, que no todo es despliegue y potencia, sino que pasa por momentos taciturnos como “Estate” (Bruno Martino), intervienen samples, los sobrinos de Jorge jugando, su papá que le manda un mensaje, la tos y las bromas de ellos mismos entre tomas. Germán aprovechó todo para que la obra no se detenga entre una pista y la siguiente. No cede ante el silencio; acá el silencio también suena.  

Una “Malagueña” surge de la noche. Es una malagueña cumanesa que mutó, que se convirtió en otra cosa para adaptarse a su tiempo. Caracas vuelve a participar porque su montaña sirve de telón de uno  de los mejores álbumes que se han hecho en Venezuela. Es muestra de lo que se gestó en aquellos años, es como una tesis de grado aprobada con 20. 

Si lo ven en plataformas, sepan que hay algo grande detrás de esa carátula virtual, que viene del arte que crearon Raquel Rangel Toro y Alejandro Calzadilla. En la era digital, esas tapas de álbum son como fachadas sin edificación, pero detrás de ésta, créanme que hay una casa de fábula, un patio y una montaña; un refugio sonoro al que podemos acudir para sentirnos más cerca de Venezuela. 


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