
El verdadero ensamble instrumental es siempre un organismo vivo. No toca una canción dos veces de la misma manera. Respeta las melodías, la estructura, el discurso, sí. Pero los humores e interacciones, lo que hace humano al ser humano, permiten que cada tema sea siempre nuevo. La espontaneidad, si se junta con la maestría y la química del Ensamble Gurrufío, es magia. Magia como la que registraron en video y audio en El Reencuentro: En vivo desde Madrid (2025).
Difícil medir el valor cultural, emocional, musical y patrimonial de esos 38 minutos y 27 segundos. Cuánto de la venezolanidad viaja en ese episodio de la serie BBR Sessions, que ya va cerca de las 200.000 visualizaciones en lo que va de año, y que ahora llega en formato álbum a plataformas de distribución.
Los miembros del Ensamble Gurrufío son parte de nuestro Monte Rushmore de la música venezolana. Cada uno, genio en su instrumento. Cada uno, una escuela en sí mismo. ¿Verdaderos influencers? Por supuesto. ¿Cuántos muchachos tocan el cuatro porque vieron alguna vez a Cheo Hurtado? ¿Cuántos se inspiraron en el sonido de la flauta de Luis Julio Toro? ¿Cuántos procuran descifrar los trucos de las maracas de Juan Ernesto Laya, y buscan el peso y la intención del contrabajo de David “Zancudo” Peña? Y a todos ellos le sumamos al maestro Cristóbal Soto (mandolina), fundador del grupo y divulgador de la música de raíz tradicional venezolana desde siempre.
Para celebrar sus 40 años, la agrupación se reunió en España para tocar en Tenerife y Madrid, ciudad de encuentro de muchos venezolanos desperdigados por el mundo en la actualidad. En esa capital, aprovecharon la estancia para irse al moderno Estudio Uno, ubicado en Colmenar Viejo, en las afueras de la ciudad en la ruta hacia el norte, y darse un recital corto.
Las risas, los chistes y hasta impresiones de cada uno son parte de la pieza audiovisual porque todo eso es parte de la música, todo eso es parte del Ensamble Gurrufío. “Ensayar es de cobardes”, bromean Cheo y Luis Julio, y todos sueltan carcajadas.
Comienzan con un popurrí que se convirtió en número potente del repertorio del grupo desde los años 90, publicado como “El trabadedos” en el álbum del mismo título de 1997.
Es un viaje frenético que va combinando retazos de piezas y, a su vez, muestra la profundidad del conocimiento de repertorio folclórico de los músicos. Un poquito del “El picadillo” (Pascual García) y otro de “El Curruchá” (Eduardo Plaza), pasando por “Pico de oro” (Ángel Guanipa), “El gallo” (Oropeza Volcán), “Negra, la quiero” (Eduardo Serrano), “Dolor llanero” (Manuel Briceño) y “La partida” (Carlos Bonett).
Uno de los momentos cumbres llega cuando desembocan en el trabalenguas con picardía larense de “Los dos gavilanes” (Adelis Fréitez). Allí, por un momento, silencian sus instrumentos y usan sus voces, divirtiéndose.
La agrupación, que desde 1984 contribuyó a cambiar radicalmente el panorama de la música de raíz tradicional en Venezuela, que sacó el folclore del ambiente festivo, del bonche y de la parranda, y lo trasplantó a un lugar de respeto y disfrute, sin distracciones ni conformismos, recorre su propia historia.

Del primer álbum, Maroa (1993), toca la primera pista, una que se convirtió en un estándar que todos los jóvenes quieren tocar como quien logra escalar una montaña de virtuosismo: “Apure en un viaje” (Genaro Prieto). Y de ese mismo disco, escogen un merengue lento, “La Ceci”, del propio Cristóbal Soto, allí presente; también autor de “El marimbolero”, del álbum El cruzao (1994), que sí aprieta el acelerador y provoca bailar.
Al repertorio se suma el joropo romántico “Ojos color de los pozos”, de Guillermo Jiménez Leal, y “Sabana”, de Simon Díaz, que introduce Toro con su flauta con intención meditativa, como pintando el llano vasto en el aire, y avanza hacia un joropo recio con solos de Cheo Hurtado, con “Pajarillo” incluido, y “Layita”, que agita sus maracas con energía.
El cierre corresponde al merengue “Ay, compa’e”, de Luis Laguna, con un guiño al bossa de Brasil y una descarga a golpe de tambor, que cuenta con el invitado Julio Alcocer y su cajón peruano. Es una pieza que ya aparece en sus álbumes en directo de 1999, entre ellos el Ensamble Gurrufío y la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho, uno de los monumentos sonoros más imponentes y brillantes que se hayan labrado en tierra venezolana.
Entre canciones, Hurtado dice que, para empezar, es una alegría la simple posibilidad de reunirse porque tres de ellos viven en Venezuela, mientras que Soto está en París y Laya reside en Miami.
Cada encuentro de Gurrufío es una fiesta nacional. La agrupación, que editó todo su material en la era de los discos compactos, eventualmente colgó su música en plataformas digitales. Quedaba pendiente esta tarea: Una sesión en directo, cuya calidad de audio y video hiciera justicia al sabor y el virtuosismo de sus ejecuciones. Ahora está allí, como una píldora digital, disponible a toda hora para quien quiera consumirla.