Por Eudomar Chacón Hernández
La dirección llegó a Elisa Vegas como una serendipia. Ella, una joven estudiante de clarinete, no se planteaba la idea de llevar la batuta de una orquesta. Esos zapatos, creía, sólo los podía ocupar alguien con un don especial, una larga trayectoria y, preferiblemente, del sexo masculino. Pero le agradaba ver a los directores haciendo lo suyo. Cada vez que podía, entraba a esas lecciones, anotaba, absorbía. Un día, en uno de tantos cursos a los que asistía, le comisionaron dirigir un concierto. Desde el momento en que se paró frente a una orquesta por primera vez, Elisa descubrió su verdadera pasión.
La joven se tomó muy en serio su nuevo oficio. Aprendió mucho del maestro Rodolfo Saglimbeni, quien hace más de tres décadas fundó la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho, la misma de la que hoy ella es directora titular. Sus años junto a esa gran orquesta con sede en la Universidad Metropolitana de Caracas, los últimos tres como directora titular, la han convertido en una de las figuras más importantes de la actual generación de músicos venezolanos.
Junto a la Ayacucho, Vegas ha estado a la cabeza de proyectos diversos, desde conciertos sinfónicos, ballets y óperas hasta obras de teatro musical y conciertos de música popular latinoamericana y venezolana: “La Sinfónica Ayacucho es una agrupación diferente y versátil: hoy estamos tocando Beethoven, mañana vamos con algo popular venezolano, pasado mañana con una zarzuela… todas las semanas es algo diferente. A diferencia de otras orquestas, nosotros vemos la música como un todo, y entendemos que todas las generaciones y épocas tienen buena música”.
Los encuentros entre lo académico y lo popular llevaron a Vegas y a la Ayacucho a desarrollar un proyecto junto a Horacio Blanco y Desorden Público titulado Sinfonía desordenada, un concierto en tres movimientos que habla sobre lo que éramos, lo que somos y lo que vamos a ser, que se estrenaría en 2020 pero que la pandemia del Covid-19 obligó a postergar.
“Fue duro porque nosotros sabíamos que con este proyecto inspiraríamos a una nación. Entonces, siendo la Ayacucho una orquesta de gente joven, dispuesta a asumir nuevos retos, decidimos que desde casa íbamos a seguir trabajándolo”, comenta. Decidieron grabar uno de los temas del concierto, “(El tumbao de) Simón Guacamayo”, luego fueron probando con otros, y así, poco a poco, terminaron grabando siete temas que convirtieron a Sinfonía Desordenada en un álbum hecho en cuarentena, que se ha estado publicando en redes sociales.
—¿Qué representaba para ti Desorden Público antes de este proyecto?
—Vengo de una familia donde la música siempre ha estado presente. Mi padre, Federico Pacanins, tiene una crónica musical que se llama La canción de Caracas, que hacemos con la Sinfónica Ayacucho, y en la que Horacio Blanco ha participado siempre. Con los años se ha desarrollado una amistad muy bonita. Además que desde pequeña he oído la música de Desorden Público.
—¿Cuándo comenzó a gestarse la Sinfonía Desordenada?
—Hace dos años y medio, aproximadamente, Horacio nos presentó este proyecto, que es una maravilla, porque no se trata de hacer sinfónica la música de Desorden Público, sino que a través de sus canciones, se está narrando una historia. Sé que en algún momento podremos hacer este concierto. El disco, que es lo que estamos presentando actualmente, contiene una selección de los temas de esa sinfonía en tres movimientos.
—Este fue un proyecto hecho con las uñas, básicamente, pero, ¿cuál consideras que fue el gran reto?
—Creo que comenzar, porque decirle a unos músicos sinfónicos que a partir de ese momento cada quien grabaría desde su casa, generó ruido. La gente no sabía cómo lo íbamos a hacer, era muy incómodo, porque nosotros estábamos acostumbrados a sonar juntos siempre, a poder hacer masa, a escucharnos unos a otros. Y que de pronto te llegue un correo electrónico con una pista, sobre la que tienes que grabar, con tu celular, y además grabarte en video… todo eso al principio generó resistencia. Eso, sumado a las complicaciones que trae un proyecto así: algunos no tenían datos, otros no contaban con un buen equipo celular, a otro se les saturaba el audio. Pero todo aquello hizo que este proyecto fuera demasiado especial, y cuando empezamos a unir los materiales nos dimos cuenta que el producto era muy interesante. Esto no suena a una sala de conciertos, pero tampoco a un estudio de grabación. Es un sonido muy particular. Cada vez le fuimos agarrando más y más cariño al concepto, y a dedicarle más horas, siempre con la satisfacción de que lo que se estaba plasmando era el sonido de cada músico desde su casa.
—Me pregunto si Sinfonía Desordenada vino a ser como un aliciente para ti en un momento en el que estás limitada para hacer lo tuyo, que es dirigir una orquesta ante el público.
—Es literalmente un honor. Lo primero que quiero decir, haciendo un recuento de un año de cuarentena, es que es un orgullo saber que la Sinfónica Ayacucho cumple con su lema: Seguimos sonando. Y lo hicimos con fuerza. Es una bendición, porque no todas las orquestas tuvieron la dicha de encontrar un camino para poder seguir sonando. No estuvo fácil, y me siento orgullosísima de eso. Contamos con un equipo maravilloso que ayudó a que eso fuera posible. Y si bien yo no podía dirigir propiamente una orquesta, me encontré con que pude dirigir un proyecto digital. En el fondo no perdí mi rol. Es curioso y cómico que este proyecto se llame Sinfonía Desordenada, porque le hace bastante justicia a la situación: Yo agarré mi rol de directora y me puse a dirigir una sinfonía muy desordenada, con todo el mundo en distintos sitios, con realidades muy particulares. No te niego que en algún momento del año pasado nos llegamos a preguntar como equipo el para qué de todo lo que estábamos haciendo. Pero siempre tuvimos la sensación de que esto iba a ser grande. Ahora que vimos el producto final, nos dimos cuenta de que valió la pena confiar.
—Básicamente dieron un salto de fe.
—Total. Fue un salto de fe porque sabíamos, siempre hemos sabido, que Sinfonía Desordenada es algo importante: une generaciones, transmite un mensaje poderoso, está en el ADN de la orquesta, de Horacio, y eso es muy bello. Más allá de que sea o no sea comercial, lo bonito de este proyecto es que está lleno de verdad. Tanto el espectáculo, que presentaremos en algún momento, como este compendio de temas en forma de álbum, es eso. Es una verdad que estos temas se grabaron desde Caracas, Venezuela, con los equipos que cada músico tenía desde su casa, y fue algo que se hizo en cuarentena. Nada está maquillado, es real. Eso es bello y poderoso.
—De todos estos años al mando, si pudieras congelar los grandes momentos, ¿cuáles serían?
—Tengo muchísimos. El Carmina Burana, hace un año, en la Concha Acústica de Bello Monte, fue un momento icónico, porque fue frente a más de 7.000 personas. Los musicales: La novicia rebelde, El hombre de la mancha y Los Miserables. Conciertos sinfónicos, como Pinos de Roma; el ballet de El Cascanueces. Esos han sido momentos icónicos para mí. La Ayacucho y yo siempre nos hemos sentido muy identificados. Creo que cuando uno se siente parte de algo, que es lo que a mí me ocurre con esta orquesta, la cosa fluye. Por eso, en el momento en que me nombraron directora titular, no dudé ni por un momento en tomar la oportunidad. Ciertamente era un riesgo, pero yo sabía que me iría bien, porque sabía que contaría con gente que remaría en la misma dirección.
—Si pudieras viajar en una máquina del tiempo hasta el momento en que asumiste la dirección de la Ayacucho, ¿qué le dirías a aquella jovencita que estaba tomando semejante responsabilidad?
—Que confiara en los miembros de todo su equipo. Ser director titular implica un trabajo de mucha gerencia. Por eso creo que es súper importante aprender a delegar y a creer en el otro.
—Estos encuentros entre lo sinfónico y lo popular antes parecían una novedad. Sin embargo, agrupaciones como la Sinfónica Ayacucho nos han demostrado a lo largo de los años que es una fusión que funciona muy bien. ¿Dónde crees que está lo novedoso ahora?
—Una de las cosas es que lo digital vino para quedarse, y nosotros seguiremos concibiendo los proyectos con este híbrido entre lo físico y lo digital. El reto para la orquesta está en fusionar toda la tecnología, que se ha acelerado tanto en los últimos tiempos, con el mundo orquestal. Ese es el norte que persigue la Sinfónica Ayacucho.