El amor en entregas de Laura Guevara



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Texto y fotos: Juan Luis Landaeta

Si Laura fuera cineasta dirían que ella hace cine de autor, una categoría fácil y simplona para embolsar todo lo que vive y oscila entre estilos e idiomas estéticos. Su propuesta, abiertamente regida por la mezcla, el encuentro de formas y el goce que ese choque genera, respira en ese patio. El mismo que la hace ir de una balada a un calipso, del teclado a las percusiones, del cuatro a la orquestación regular. 

Laura exhibe su búsqueda con tranquilidad, compartiendo el proceso y potenciándolo en vivo. Esto no implica que su rigor ceda y en ningún otro deja de mostrarla como una artista que no ha acabado lo que emprende, incorporando la reacción del público ante la música y sus canciones.


Laura compone, ejecuta y canta sus propios temas. Un concierto suyo, como el que ofreció este sábado 10 de julio en Guataca Nights NYC, es esencialmente un catálogo de su propia vida. Los videos que graba para ilustrar los temas y la fotografía de cada entrega, tampoco se le escapan. Su formación académica en Artes con mención en cine hacen lo suyo en el cuidado de detalles y conceptos. Es bastante necio negar que ambas cosas han extendido el aura de su propuesta a través de una cuidadísima producción audiovisual.

Nueva York la encontró eufórica y sinceramente emocionada. No paraba de moverse. La pandemia y cualquier etcétera de los tiempos que vivimos la separaron por casi dos años de los escenarios. Un tiempo extenso para alguien cuyo oficio radica en una audiencia que conviene escuchar reír, llorar o bailar. Inclusive mirar mientras escucha. Era demasiado tiempo sin subirse a una tarima. La oportunidad se la brindó Manhattan, en un recinto que no conocía, con una banda inédita, que se adaptó a ella mientras la conocía y viceversa.

La noche del concierto todo el espacio y el ambiente parecían reinventarse, reintegrarse. De alguna forma era una primera vez. El brillo de la barra despejada, mesas y sillas dispuestas, esperando a la gente de nuevo. Volver a frecuentar micrófonos, focos, bocinas, sonido, instrumentos. Amplificadores de voz, de batería, de guitarra. Volver a probar sonido.

Por encima de todo estaba Laura, dominando emociones y ganas, nervios y expectativas propias y ajenas.


“Quiero decirles que yo esta noche voy a volar”, la escuché decir durante la prueba de sonido. Frente a ella, completamente vacío el local, estaban las invitadas estelares que tuvo durante el concierto en DROM: en la bandola, Mafer Bandola; en la trompeta y voz, Ella Bric; en teclados y voz, Selene Quiroga; y Rae Isla en voz también, en perfecto español, siendo angloparlante. Detrás, firmes como banda, estuvieron Juancho Herrera en la guitarra, Neil Ochoa en percusión y batería, y puntualmente Rafa Urbina, en los tambores, una adhesión que coronaría el calor del ritmo horas después con la ejecución del tema “Fuego”.

Cada una de las artistas la acompañaría en al menos un tema, y con todas reunidas sobre el escenario cerraría el concierto. Cumplió con lo que dijo. Separó los apoyos de micrófonos del borde de la tarima para asegurar un espacio en el que pudiera bailar y moverse a entera discreción. Preparó su terreno. Voló en él.

A la alegría del reencuentro con los escenarios en su primer concierto en vivo después del momento agudo de la pandemia, se sumó su nuevo single “Amar es dar”, estrenado apenas el día anterior, con una letra que interpreta como quien recita: “Es más fácil desnudarnos que mostrarnos por dentro”, cantó, a caballo entre el bolero y la balada, aunque eso cada vez importe menos. Mientras la escuchamos poco importa la categoría. Es y se siente solo una cosa: Laura cantando. Laura cantando las canciones que ella misma escribe. Punto.


El repertorio incluyó clásicos para sus seguidores como “El constructor”, “Si de noche ves que brillan”, que ejecutó sola al cuatro, y “El canto del emigrante”, apoyado en su propia experiencia detenida e incomunicada en México a la vuelta de una gira en España. También sonaron la novísima “Amar es dar” y “Calipso”, con la que cerró el concierto, haciendo irresistibles las ganas de bailar y fusionarse con los músicos en un solo alboroto.

El espectáculo transcurrió como un nudo que ella fue destejiendo ansiosa, con efusión y pureza. Nervios y felicidad. Laura estaba dispuesta a representarse a sí misma ante la idea de guía de un viaje. La audiencia también recordó de qué se trata ser una audiencia  y por qué sentimos vital la esencia de la música cuando la experimentamos en vivo.

El amor, esa sustancia que tanto ocupa a Laura, volvió a resultar triunfante. Con sus idas y venidas. Con sus valles y cuestas. Con todos los géneros a los que el catálogo de nuestros sentimientos nos acostumbra. Laura amó y dio. Fue lo que es: Una canción extensa, compleja y nítida, desde luego auténtica y para siempre suya. La verdadera dueña de lo que ofrece y lo que falte por encantar.


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