Luisana Pérez: ¿Una cantante que toca fagot o una fagotista que canta?


Luisana Pérez, cantante solista y fagotista

“Cantas como los ángeles”, le dijeron desde el público a Luisana Pérez durante el lanzamiento de su segundo álbum como solista, Canciones tras la huella del Caribe. El piropo tiene base: Escucharla cantar en vivo es oír una réplica exacta de lo que está grabado en sus discos. Luisana es, con seguridad, una de las voces más afinadas de la música venezolana. La exactitud con la que ataca las notas es una virtud que no muchos poseen.

Esto, probablemente, sea consecuencia del trabajo que viene haciendo con las Voces Risueñas de Carayaca desde que tiene memoria, así como el estudio del fagot, su instrumento, el que toca con la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas.

En ella converge el tumbao y la soltura característicos de la música popular, con el rigor y la excelencia que exige la música académica. Por eso le cuesta escoger entre ser una cantante que toca fagot o una fagotista que canta: “Yo siento que soy las dos cosas —confiesa—. Esto quizá suene muy atrevido, pero yo me he preparado para el canto y el fagot, y me dedico profesionalmente a ambas”.

Como cantante recibió clases de su padre, el tenor lírico Luis Pérez Évora, así como de Franklin De Lima, Biella Da Costa, Magdalena León y Claudia Gómez. A tocar el fagot aprendió de Víctor Montero, de la Escuela Superior de Música “José Ángel Lamas”. Además, obtuvo una licenciatura en ejecución instrumental, con distinción, del Royal College of Music (Reino Unido) mediante el programa de profesionalización de la Associated Board of the Royal Schools of Music (ABRSM).

Luisana Pérez (La Guaira, 1984) es, también, licenciada en Artes de la Universidad Central de Venezuela, y además de su más reciente álbum, tiene un disco titulado Luisana, Como La Espiga (2011), galardonado en el IV Concurso de Radio Televisión y Producciones Musicales del Ministerio para la Comunicación y la Información.

—Muchos te conocen como integrante de las Voces Risueñas de Carayaca. ¿Qué simboliza esta agrupación en tu vida?

—Es un entorno del que conservo los recuerdos más importantes de mi niñez y de gran parte de mi vida. Yo no llegué a las Voces: Yo nací en las Voces. Soy nieta de Luis Pérez Padilla, fundador de la agrupación junto a Tirsa Álvarez Padilla y José María Álvarez. Mi padre es el violinista del conjunto. Así que, desde que tengo uso de razón, me recuerdo participando en las misas de aguinaldo, cantando en casa con mi familia y en las celebraciones de Nochebuena. Aunque actualmente atiendo compromisos que me impiden estar activa, siempre que puedo, vuelvo. Las Voces Risueñas de Carayaca es y será un lugar infinito que atesoro en mi corazón. Es mi sello y mi esencia.

—¿Qué hace que la gente que pertenece a las Voces Risueñas de Carayaca no se quiera ir de ahí?

—Lo que pasa es que este no es un grupo común al que tú vas a ensayar, te presentas y te vas. Como viene de una tradición familiar, más allá de lo educativo y formativo, la característica de las Voces es que todo el que llega es acogido como familia. Aparte de todo lo musical que tú puedas aprender allí o practicar, hay otros valores importantísimos, y esto es lo que hace que muchos de los integrantes siempre estén.

—¿Cómo llegó el fagot a tu vida?

—Gracias a mi tía Lorelei Pérez, la actual directora de las Voces Risueñas. Ella fue percusionista de la Sinfónica Municipal de Caracas, y como yo era su primera sobrina, me cargaba para arriba y para abajo en sus ensayos y presentaciones. Ya yo había pasado por varios instrumentos, pero no conectaba con ninguno; hasta que un día, cuando ya tenía 15 años de edad, en un concierto la orquesta interpretó Sherezade, Las mil y una noches, de Rimski-Kórsakov. Yo quedé impactada con el fagot, que es uno de los instrumentos solistas de esa obra. Me enamoré de su sonido, y le dije a mi tía que quería estudiarlo. Ella casi se cayó para atrás, por lo caro que es el fagot, pero me vio tan segura que en seguida habló con uno de sus grandes compañeros de la orquesta, que es mi maestro Víctor Montero. Él me puso el instrumento en las manos, y en ese momento comencé este viaje.

—Qué curioso que te hayas enamorado del fagot en un concierto de la Municipal de Caracas, y que en la actualidad seas integrante de esa misma orquesta.

—Sí, totalmente. Estoy ahí desde 2009, cuando tenía 24 años. Imagínate mi emoción cuando quedé. Luego de haber frecuentado tanto esa orquesta, desde lo personal hasta lo musical, haber sido aceptada era como un sueño. Actualmente tengo el cargo de Asistente de la fila de fagots, que viene siendo algo así como un Principal Asociado. La orquesta ha sido mi casa de formación, tanto en lo orquestal, como en el repertorio solista y de cámara. La Municipal es una plataforma increíble para el crecimiento de uno como músico y artista. Hasta he tenido el apoyo de la institución en mi faceta como cantante.

—Hablemos de Luisana, Como la espiga. ¿Qué querías comunicar en ese disco?

—Es un resurgir, un punto medio entre lo popular y lo académico. Yo quería lanzarme como solista, pero eso implica un compromiso altísimo con las personas que te van a escuchar, y en ese momento yo quería proponer un repertorio nuevo, mostrar algunas composiciones y compositores que en ese momento no fueran tan conocidas. Fusionamos clásicos de la música venezolana, como “Sabana de Cunaviche” y “Tremenda”, en un formato de banda que tiene ese toque de Javier y Pedro Marín. Lo que yo quise expresar en ese disco fue un profundo amor por la música venezolana, por la mayoría de nuestros géneros, las tradiciones de nuestro país y contribuir, un poco, con el cancionero venezolano.

—¿Y ahora qué traes con Canciones tras la huella del Caribe?

—Es un proyecto que muestra, a través de los géneros musicales más representativos del Caribe venezolano, anécdotas de la vida y de la cotidianidad de la gente de nuestra costa y nuestra tierra. Pienso que la música de Venezuela, tan rica y tan diversa, es producto del sincretismo que en tiempos remotos se gestó en el Caribe y se extendió a lo largo y ancho del territorio nacional. Para mí el Caribe va más allá de los géneros afrovenezolanos: Es también merengue, parranda, bolero, son, contradanza, vals y canción. Por eso siento que este álbum es una forma muy íntima y particular de ver nuestro Caribe.

—¿Cómo te llevas con la idea de que tu esposo, Javier Marín, sea también tu productor musical?

—Creo que el secreto está en no mezclar las situaciones que transcurren en nuestra vida de pareja con el trabajo, en especial cuando hay momentos de tensión. Claro, uno es humano, y a veces es inevitable que estas cosas influyan. Sin embargo, yo me considero una persona respetuosa de la producción musical. A veces me meto, y creo que tiene que ver con el hecho de que soy músico y que me cuesta soltar, pero en el momento en que Javier asume una producción, yo lo respeto profundamente. Hay cosas que a mí a veces pueden no gustarme, pero entiendo el lugar profesional que ocupa cada persona. 

—Luisana, le pedí a Javier que propusiera una pregunta para este cuestionario y me dijo esta: ¿A qué le temes, y por qué no te lanzas?

—Había un temor, y digo “había” porque creo que ya es un nivel desbloqueado: el miedo al ridículo. Fue algo que aprendí y que superé durante la pandemia, cuando estuvimos en el proceso creativo de este disco. A mí, por ejemplo, me daba mucha pena posar frente a la cámara o mirar al público, pero siento que es una fortaleza que encontré y que antes no tenía. Ya yo me lancé desde hace rato (risas).

—¿Algún sueño por cumplir?

—Tengo muchos sueños, tanto en lo personal como en lo artístico. Me gustaría tener una casa propia para compartir con tanta gente querida, donde se pudiera hacer actividad cultural, que tuviera un espacio para la proyección de artistas, amigos, compañeros que hay por estos lados haciendo lo mismo que yo y que quizá no han encontrado suficientes espacios para difundir sus propuestas. 

—Si tuvieras la oportunidad de encontrarte con la Luisana de hace 15 años, ¿qué consejo le darías?

—Le diría que está en el camino correcto, que está haciendo lo propio, que no abandone y que siga persiguiendo su sueño de ser artista.

—Si no fueras músico, ¿a qué crees que te dedicarías?

—Creo que sería diseñadora de modas. Me encanta la ropa de mujer, el proceso del diseño, ver las telas, los estampados y demás. Quizá también me hubiese dedicado a bailar. Me gusta mucho la danza.

—¿Qué quieres que digan de ti cuando ya no estés en este plano?

—Que amé profundamente a mi país. Porque eso es realmente lo que siento por esta tierra. De hecho, no me hallo en otro lugar que no sea mi Venezuela bella.


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