Por Eudomar Chacón
Lo primero que Michael Baumgartner publicó en su Instagram fue un video en el que interpreta Moliendo café. No se conformó con ese y, más adelante, grabó sus covers de Venezuela, El becerrito, Compadre Pancho, Tonada de luna llena y El burrito sabanero. Quería compartir con el mundo, especialmente con los venezolanos, que en las montañas de Austria nació un catire —como el de Aldemaro— que toca el cuatro con mucho entusiasmo.
La de Michael es la tierra de Mozart, Schubert y Strauss, pero él sabe sostener el ritmo del joropo y entiende la cadencia lánguida y bucólica de la tonada llanera. Disfruta de cada acorde y de cada melodía originaria del país de Simón Díaz. Creció en un pueblo boscoso de unos 2000 habitantes, al norte de Austria, a hora y media de Salzburgo aproximadamente, llamado Taufkirchen an der Trattnach. La música formó parte de su crianza: su madre, cantante de música folclórica austriaca, le enseñó el cancionero tradicional, que él, de niño, entonaba mientras paseaba por los prados que rodean su casa. Pero sus padres no creyeron en fronteras y se encargaron de que conociera otras culturas: a sus 13 años, ya habían viajado como familia a Gran Canaria, Argentina y México, y habían sido anfitriones de estudiantes de intercambio.
En 2008 llegó a su pueblo un venezolano llamado Felipe. Michael y Felipe se hicieron amigos y, en sus charlas en el viaje cotidiano en tren al colegio, el austriaco escuchó hablar de arepas, cachapas, gaitas, petróleo, Vinotinto y reinas de belleza. Un par de años después, su amigo regresó a Venezuela, pero había despertado en él la curiosidad. En 2014, cuando terminó el liceo y viajó a Bolivia para prestar un año de servicio comunitario, visitó Venezuela y experimentó con sus propios sentidos lo que Felipe le había contado.
Pasó dos semanas y quedó encantado. Tanto, que quiso regresar, y lo hizo al año siguiente. Durante seis semanas, recorrió la Gran Sabana, Caracas, Valencia y Barquisimeto. En su periplo conoció a Fabiana en un Octoberfest en la Colonia Tovar. Ella no creía que él era austriaco por la perfección de su castellano latinoamericanizado, que estudió desde su adolescencia; él dudaba que ella fuera venezolana porque es blanquísima y rubia. Averigüándolo, se enamoraron (y siguen siendo pareja hoy). A través de su novia, Michael supo que en Venezuela se les llama “catires” a quienes lucen como él. También conoció el instrumento que definiría su hobby predilecto: el cuatro. Por eso su Instagram no es otro sino @ElCatire.Cuatro.
Una vez que culminó aquella travesía por Venezuela, regresó a su país y se inscribió en la Universidad de Viena para estudiar comunicación intercultural. En su primer año de carrera vio clases de cuatro vía Youtube con Félix Crudele, profesor del colegio Emil Friedman. Aprendió que esa pequeña guitarra de cuatro cuerdas y tantas bondades era insertable en el ambiente musical vienés y de cualquier otra cultura. Además de los joropos, pasajes y valses venezolanos, Michael adaptó géneros austriacos al instrumento. Encontró en el cuatro una manera de conectar a dos naciones remotas a través de la música.
La cosa no quedó allí: Michael comenzó a tocar canciones irlandesas, rock clásico, metal, sertanejo brasileño y hasta blues, todo con su cuatro, como si estuviera siguiendo los pasos de venezolanos que se han encargado de ofrecer una mirada más globalizada del instrumento, como el Pollo Brito o Miguel Siso, a quienes admira.
En septiembre de 2019 cumplió su sueño y conoció en el Café Mi Barrio de Viena a sus ídolos Héctor Molina, Jorge Glem, Edward Ramírez y Rodner Padilla: el C4 Trío en pleno. Tenía años dedicándole horas y horas a escuchar y analizar la música del ensamble. Para él era como descubrir el encuentro de sonidos que, hasta entonces, no sabía que se podían armonizar. La agrupación venezolana, que pasó por Austria en una gira por Europa, sostuvo una larga conversación con él. Además, le firmaron su instrumento con una tinta tan indeleble como la huella que ha dejado la venezolanidad en su vida.
“Mi cuatro ha pasado por la puerta grande hoy”, dijo Michael aquel día, cuando sintió el espaldarazo de los grandes artistas que, a su vez, agradecen que un catire que creció escuchando canto tirolés y vals, se interesara por la cultura de este país suramericano ubicado al oeste del Atlántico y se convirtiera en una suerte de embajador del cambur-pintón en Austria.