
Ignacio Salvatierra Palacios cerró un círculo de su propia historia. Todavía recuerda con fervor cada edición del Festival Mundial de Onda Nueva que Aldemaro Romero organizó en Caracas a principios de los 70. Más de 50 años tras aquellas experiencias como público, y habiendo gozado de una amistad y una fructífera relación profesional con el maestro, el banquero devenido en músico le hizo un homenaje muy personal a través de 15 canciones que escribió inspiradas en el universo aldemareano.
Los álbumes de Salvatierra son todos resultado del trabajo de un enorme grupo de talentos, que él escoge y dirige. En Onda Aldemaro (2025), por ejemplo, trabajaron 75 músicos y 10 cantantes. Participó la Filarmónica de Panamá y la Paitillasong Band, con quienes grabó en vivo su “Vals para Anita” —dedicado a su hermana—, todos siguiendo a Elisa Vegas, actual batuta de la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho.
La lista incluye a Hana Kobayashi, Mariana Serrano, Luis Pernía y Alejandro Zavala, vocalistas actualmente integrados en el ensamble Tocantao, quienes colaboraron con dos temas, entre ellos “Brigidita”, una que el autor dedicó a su suegra; y a los miembros al Ensamble Fénix, grupo vocal merideño que dirige Ramón Alí Fulgence, que destacó en “Mi risueña carajita”, inspirada en Clara, esposa de Ignacio.
Una vez que tiene la canción, Salvatierra busca intérpretes. Los ve en conciertos a los que asiste, en fiestas de amigos, en Instagram y otras redes sociales. Así se enteró de la existencia de dos cantantes adolescentes que lo sorprendieron: Fernanda Breton, invitada para “Si tú supieras”; y Paula Castro, quien brilla en “Cabalgando entre las olas”.
A María Angélica Porras, hija de Cheo Hurtado, la había visto hacer coros, pero no sabía que cantaba tan bien como principal hasta que la vio en un video en el que acompañó al Ensamble Gurrufío durante su viaje por España en 2024. Apenas la escuchó, llamó a Cheo, su amigo de muchos años, y la convocó a cantar “Decir adiós”.
Hurtado, quien ha participado en todos los álbumes de Salvatierra, grabó cuatros en varios temas, incluido una instrumental cuya grabación juntó al maestro baterista Andrés Briceño, al pianista zuliano Álvaro Paz, al bajista Jeison Noguera y a otro miembro de Gurrufío, el maraquero Juan Ernesto Laya, quien aprovechó una estancia en Panamá para dejar su talento en varias canciones del disco.
Las voces femeninas predominan. “No olvide que te quiero”, la que canta Nathasha Bravo, cumanesa establecida en Miami que ha colaborado con C4 Trío, Baden Goyo y otros, es una de las más logradas del álbum. Pero también está “Amar con tu vibrar” (Ft. Jennifer Moya) y “Si tú supieras” (Ft. Karla Vargas), así como “Chiara Margherita” (Ft. Napoleón Pabón), «Clara, cómo te explico» (Ft. Arturo Piña) y “Es por ti, mi amor”, interpretada al piano y en voz por Adrián Guardián, joven promesa egresado recientemente del prestigioso Berklee College of Music de Boston.
En la alineación estelar de Onda Aldemaro, que Salvatierra produjo codo a codo junto al pianista Marco Linares y al cuatrista Carlos Lucero, salta la vista el nombre de Tico Páez, de Carota Ñema y Tajá, quien, desde tierra larense, se apropió de “El cardenalito”, le imprimió su sello y hasta le agregó un instrumento curioso llamado octavo.
De las finanzas a los pentagramas
Ignacio Salvatierra Palacios (Caracas, 1951) tomó el testigo de su padre al frente del Banco Unión desde muy joven y continuó, como él, buscando las maneras de alimentar y realzar, desde la entidad financiera, la cultura venezolana. Así estableció vínculos cercanos con maestros como Simón Díaz, Aldemaro Romero y Cheo Hurtado, del Ensamble Gurrufío, a los que apoyó con patrocinio en proyectos importantes.
La vida le dio un vuelco una vez que el gobierno de Hugo Chávez intervino su empresa, por lo cual Ignacio se marchó a Panamá. Allá estuvo al frente del Union International Bank, que vendió al poco tiempo. Mientras intentaba volver a las aulas y adaptarse dentro del ambiente financiero, se encontró un día tocando la puerta de la Academia de Música de Panamá. El banquero comenzó así un proceso de metamorfosis hacia una de sus viejas pasiones. Estudió y estudió y comenzó a escribir canciones desde el piano y el cuatro.

Lo siguiente vino de manera natural. Editó su primer álbum, Inspiraciones (2018), pero siguió produciendo más y más. Compuso un tema titulado “El platanal”, que salió seleccionado en el Festival de Viña del Mar. Lydia Arosemena lo cantó en directo en la Quinta Vergara, aunque Trina Medina fue quien la grabó en el estudio. También logró un álbum gigante, que tituló Venezolanidad, con invitados como Francisco Pacheco, Betsayda Machado, Rafa Pino y otros grandeligas. Hizo uno de calipsos y otro de boleros. Y creó uno instrumental que llamó Soul and sentiments. Mucha música producida en muy poco tiempo.
Mucho antes de todo eso, cuando era apenas un veinteañero, a Salvatierra lo cautivaron aquellos conciertos vanguardistas y majestuosos celebrados en el Teatro Municipal de Caracas con invitados nacionales y extranjeros de lujo, desde Burt Bucharach a Paul Mauriat, o de Milton Nascimento a Piazzolla, Tito Puente, Armando Manzanero y Celia Cruz.
Y todavía hoy, cuando acaba el primer cuarto de este siglo, ese género/movimiento/concepto que Aldemaro creó, apoyado en el baterista “El Pavo” Frank Hernández, para sofisticar el joropo y engalanar la tradición venezolana, lo siguen emocionando, al punto de que, al tocar el cuatro, las ideas que se le ocurren suenan a algo parecido a aquello, a esa música refrescante y colorida, la que el músico y locutor Jacques Braunstein sugirió llamar onda nueva.