Por Gerardo Guarache Ocque
Raúl Aquiles se mueve entre dos mundos. Para el chelista y director orquestal formado en el Sistema de Orquestas, la música tradicional es una constante, como la sangre que corre por sus arterias, como su acento al hablar. Hijo del maestro Raúl Delgado Estévez, quien fuera director del Orfeón de la UCV y miembro de El Cuarteto, y por tanto, sobrino de Miguel y ahijado de los hermanos Telésforo y Toñito Naranjo. Su tío abuelo, Antonio Estévez, creó La Cantata Criolla y es uno de los pilares de la escuela nacionalista venezolana. Su vida y la de su familia se narran en un pentagrama.
Raúl Aquiles Delgado (Caracas, 1989) dirige orquestas profesionales desde los 21 años de edad. Ha estado al frente de la Sinfónica Simón Bolívar, la Teresa Carreño y la Sinfónica de Caracas. Aprendió de maestros como Rodolfo Saglimbeni, Alfredo Rugeles, Eduardo Marturet y Lourdes Sánchez, actual directora del programa coral del Sistema de Orquestas. Fue titular de las orquestas juveniles de San Antonio de Los Altos y de los Altos Mirandinos; y también director itinerante, lo que le permitió viajar a rincones remotos de la gran estructura diseñada por José Antonio Abreu a lo largo y ancho de la geografía nacional.
Se define como sanantoñero-calaboceño porque San Antonio de los Altos es el pueblo en que se crió, y Calabozo, Guárico, es la tierra de su papá, con la que conserva un nexo afectivo. Su destreza como chelista le resultó provechosa cuando migró en 2017 a México, donde no sólo ha sido director huésped de la Orquesta Sinfónica Nacional, sino que ha tocado con la Sinfónica de Minería. Cuando se marchó, tampoco dejó su cuatro, el instrumento que lo ha acompañado desde niño y que remarca su origen.
Al momento de la charla, se prepara para dirigir el Homenaje a Simón Díaz, producido por Guataca México, que se transmitirá gratuitamente vía streaming el domingo 13 de septiembre (¿Ya te registraste? Click aquí). Lo entusiasma la química de los cantantes Tabaire Díaz y Robert Coronell y el hecho de concretar otro proyecto con su compadre Daniel García, un multiinstrumentista que en esta ocasión tocará el cuatro y la bandola. Para no “morir de aburrimiento” durante el confinamiento, ha estudiado el chelo compulsivamente y ha conducido una serie de entrevistas a personajes del mundo clásico desde sus redes sociales. Pero esta vez el entrevistado es él.
—¿Cómo fue la experiencia de crecer en un hogar como el de tu familia, rodeado de tanta música y tanto humor?
—Fue maravilloso. A veces me preguntan cómo fue mi aproximación con la música y realmente no puedo decir que yo me aproximé a la música porque, antes de que yo naciera, esa gente se reunía los fines de semana a tocar. Nací rodeado por eso. Mi unión con la música, y sobre todo con la popular y la venezolana, ha sido desde siempre muy estrecha porque en la casa estaban tocando todo el tiempo los amigos de mi papá y mi tío. Fue una infancia muy bonita.
—Ya tenías ese trasfondo, pero ¿cómo es que empiezas los estudios formales?
—Nosotros, mi hermana menor Yenay Fernanda y yo, empezamos en el núcleo de Los Teques, en los Niños Cantores de Los Teques con la maestra Lourdes Sánchez. Muchos de los que estuvimos allí fuimos músicos profesionales después. Fue una generación bien prolífica. Una vez que tocó elegir el instrumento, no seguí ahí, sino que me fui a estudiar con los maestros Alejandro Sardá y Omaira Naranjo, hermana de mis padrinos Toñito y Telésforo Naranjo, así que la cosa quedaba en familia. Escogí el chelo. No brinqué mucho en instrumentos. Siempre he estado entre el cuatro y el chelo.
—Ocurre que muchos directores, una vez que se deciden por la dirección orquestal, dejan de lado el instrumento con el cual se formaron. Tú no lo has abandonado. Sigues actuando como chelista a la par de tus compromisos con la batuta…
—Realmente, a todos nos pasa. Mientras di clases en el núcleo de San Antonio, me mantuve activo con el chelo. Pero cuando me nombraron director itinerante, viajaba mucho y tenía que estudiar bastante repertorio. Entonces lo abandoné. Pero después lo retomé y traérmelo a México es una de las mejores decisiones que tomé. Cuando uno emigra, sale con dos maletas. Pues mi vida iba en una y la otra era el chelo. Eso me abrió puertas acá porque he tocado en Minería y también con cantantes y solistas.
—¿Experimentas alguna emoción extra cuando diriges La Cantata Criolla de Antonio Estévez, por ejemplo? ¿Hay alguna magia en abordar la obra de tu tío abuelo?
—La magia viene de que mi papá nos enseñó esa obra desde pequeños. Cuando empecé a estudiármela formalmente, como director, ya me sabía el poema entero, las imágenes, ciertos porqués de algunas cosas, de dónde venía la inspiración, de dónde venía cada tema. Es una obra que yo conocía mucho antes de estudiármela y pude dirigirla con varias orquestas en Venezuela. Por ejemplo, una vez la dirigí con la Juvenil de los Altos Mirandinos. De eso hay un registro en Youtube.
—No sólo has dirigido a varias de las mejores orquestas del Sistema, sino que, como director itinerante, pudiste viajar por todo el país. ¿Qué quedó en ti de aquellos recorridos?
—Fui a núcleos de algún modo favorecidos. Por ejemplo, la sinfónicas de Maracay, Valencia y Coro ya eran orquestas profesionales. Pero también fui a Cumaná, a Margarita, a otros que, por un motivo u otro, no estaban tan avanzados. Y siempre traté de involucrar la parte académica. Hacía una masterclass de chelo. Esa experiencia nos permitía valorar lo que teníamos en Caracas porque la situación de la provincia era diferente. En Yaracuy di clase bajo una mata de mango —sonríe—. Es una de las épocas que recuerdo con más cariño.
—Directores como tú, formados en el Sistema de Orquestas, suelen enfrentarse al desafío de dirigir orquestas muy experimentadas aún siendo muy jóvenes. ¿Cómo manejas esas situaciones?
—Al principio era muy serio. Llegaba demasiado serio, a imponer un carácter. Todavía me pasa, que me acerco a una orquesta y los músicos tienen mi edad tocando. Son maestros que tienen 35 años en la orquesta y yo apenas tengo 31 de vida. Creo que se trata de encontrar el equilibrio entre lo amistoso y el carácter. No me gusta la palabra autoridad. Echas un chistecito de vez en cuando y te enserias cuando encuentras que algo no está funcionando. La primera vez que me tocó dirigir a una orquesta profesional tenía 21, y yo llegaba muy muy serio. Pero con el tiempo he aprendido a encontrar un equilibrio.
—Guataca suele representar un cordón umbilical para muchos venezolanos en el extranjero. ¿Colaborar con la plataforma te ha reconectado con la música tradicional?
—Sí. Suelo trabajar en estos proyectos con Daniel García. Que además de mi amigo de hace muchos años, es mi cuñado, esposo de mi hermana. Siempre buscamos la manera de hacer música, pero ya no con los 20 amigos que teníamos en Caracas, sino nosotros dos. Esta invitación de Valentina Hidalgo a colaborar con Guataca nos ha acercado mucho a lo tradicional, sobre todo profesionalmente. Nunca dejamos de tocar música venezolana. Lo hacemos por gusto, como siempre, pero habíamos perdido el ejercicio de hacerlo en concierto, formalmente. Este será el segundo, después de la Parranda Chilanga que hicimos en diciembre.
—¿Llegaste a conocer personalmente a Simón Díaz?
—Claro. Simón era muy amigo… sobre todo de mi tío Miguel. Él visitaba a mi tío Miguel cuando iban a hacer algún proyecto juntos. Cuando hicieron El Cuarteto en Nochebuena, que fue el primer disco de navidad de El Cuarteto, estuve presente, fui testigo de la grabación en el estudio Sono 2000. Incluyeron “El niño del Ávila” y “El Niño Jesús llanero”. Él iba a cantar una de esas dos. Le pusieron la instrumental y él reclamó: “¿Pero no me van a invitar a cantar eso?”. Y ellos le decían: “Bueno, Simón, no queríamos abusar de ti, de tu generosidad”. Y él respondía: “No, no, yo también canto esa”. Al final grabó las dos y algunos fragmenticos del poema de Aquiles Nazoa con el que arranca el disco. Recuerdo que mi tía y mi mamá, que estaban en San Antonio, le tuvieron que mandar sus propias letras por fax porque él mismo no se acordaba bien.
—¿Cómo han encarado el desafío de crear un setlist de Simón Díaz, siendo su catálogo tan vasto y variado?
—La elección es complicada. Por supuesto, hay obras que no pueden faltar. “Caballo viejo” es la más versionada de toda la música venezolana y de las más versionadas de la música en español. También está la “Tonada de luna llena”, que grabaron grandes artistas internacionalmente. Pero no queríamos quedarnos solamente en la tonada, el joropo llanero y el pasaje, porque Simón vivió la mayor parte de su vida en Caracas y Simón tiene unos merengues muy buenos. El merengue es caraqueño, es central. Procuramos elegir un vals, unos pasajes, unas tonadas y unos merengues. Buscamos un balance, pensando que además, siendo vía streaming, el concierto lo verán venezolanos y posiblemente un público latinoamericano.