Yordano, la épica y su Latin Grammy 


El coqueteo de Yordano con los Latin Grammys no podía sino tener un desenlace épico. Por eso, en su largo discurso tras recibir el gramófono a la Excelencia Musical, el cantautor agradeció con vehemencia a sus obstáculos, a las piedras y precipicios que ha sorteado en su recorrido a la gloria. Una gloria que, a pesar de la grandilocuencia de los premios más prestigiosos de la industria musical iberoamericana, se escribe en forma de letra y música desde un lugar muy íntimo del artista. 

El dúo del cajonero venezolano Diego “Negro” Álvarez y el guitarrista flamenco Andrés Vadín ambientaba la recepción en el Islander Ballroom del Mandalay Convention Center de Las Vegas. El pasillo contiguo al auditorio, recorrido por mesoneros que ofrecían mimosas y flanqueado por ocho pantallas verticales, subrayaba el carácter legendario de los homenajedos. Una de las pantallas hablaba de un hombre que desarrolló una “identidad sonora”, en la cual “el espíritu del Caribe se combina con secretos de la ciudad, creando así, una nueva forma de expresarnos a partir del cemento tropical”. Un “cronista del amor, del desamor, de la aventura, de la noche y de la vida en la ciudad. Un ser humano al que “un serio cáncer puso su vida en riesgo y abrió un capítulo de luchas del cual salió victorioso (…) Un ejemplo de vida y una inspiración para todos”.

Yordano compartió esa antesala de leyendas con otras siete luminarias merecedoras de galardones especiales, algunos llamados Premio de Consejo Directivo. Otros, Premio a La Excelencia Musical. Todos entregados en una ceremonia íntima que es una de las menos accesibles dentro del calendario de eventos de Latin Grammys, que cierra siempre con la gala televisada: Un show con toda la parafernalia pop.  

Un clip honró a ganadores anteriores. De Oscar D’León a Totó La Momposina, de Eddie Palmieri a Milton Nascimento o a Joe Arroyo, Gal Costa, Armando Manzanero, Joaquín Sabina, Chavela Vargas, Djavan, Rocío Durcal, El Gran Combo de Puerto Rico… En fin, personalidades que han definido el sonido de una región vasta y variopinta difícil de encuadrar. 

Fito Páez, honrado con el mismo laurel en 2021, subió al escenario a acompañar al ingeniero y productor Rafael Sardina para resumir con emoción la brillante carrera del bajista Abraham Laboriel, a quien el ídolo argentino llamó “titán de las artes”. Ana Victoria y la hija de la premiada hicieron lo propio por la argentina —que llegó al estrellato en México— Amanda Miguel, quien dedicó su trofeo a su esposo, el también artista Diego Verdaguer, recientemente fallecido. La emoción ante sus historias, frente al relato de sus sufridos y largos recorridos escenarios, se anudaba en la garganta de los presentes. Lágrimas, sollozos y aplausos. Muchos aplausos en un evento matutino que se creó básicamente para aplaudir.

El salsero Víctor Manuelle, quien asumió el rol de maestro de ceremonia, llamó a Carlos Vives y al ex presidente de la Academia Latina de la Grabación, Gabriel Abaroa Jr., para honrar a Manolo Díaz, músico español a quien, en buena medida, se le debe lo que la institución organizadora de los premios es hoy.

Myriam Hernández, cantante chilena, fue la siguiente en ingresar por el umbral del mito. Y tras ella, el gran saxofonista y clarinetista cubano Paquito D’ Rivera, referencia del jazz latinoamericano desde sus tiempos en la banda Irakere y, además, apoyado en una larga y prolífica carrera tras su llegada a Estados Unidos.

Los brasileños Giulia Be y Aloysio Reis, ella artista, él ejecutivo, presentaron el Latin Grammy de Rita Lee, pionera del rock en Brasil que no pudo asistir a la convocatoria. La que sí estuvo y dejó una estela de entusiasmo en el escenario fue la española Rosario Flores, predicadora de la rumba y de la marcha que recibió elogios de la ejecutiva Eva Cebrián y el artista colombiano Sebastián Yatra.

Ricardo Montaner apareció en escena y subió al estrado junto al músico y ejecutivo Manuel Tejada, quien se declaró gran admidor del siguiente homenajeado. Montaner destacó que la importancia del premio, que él mismo recibió en 2016, crece con los años. Lo presentó como a un “colega admirable, un tipo que ha nacido de nuevo”. Destacó la relación de su obra con la ciudad de Caracas, sus dramas y sus alegrías.

Además, compartió el honor con su hijo Alejandro Reglero, ex ejecutivo de Sony Music que asumió cierto liderazgo en la concepción de El tren de los regresos, aquel álbum en el que Yordano compartió con gente como Franco De Vita, el propio Montaner, Kany García, Carlos Vives, Gian Marco, Santiago Cruz, Servando y Florentino Primera y bandas como Los Amigos Invisibles y Guaco, quienes lo honraron justo cuando pasaba por una de las etapas más oscuras del túnel. Aquellas grabaciones salieron a la luz un año después del transplante de médula ósea que salvó su vida.

Aunque la emoción le quebró la voz en varias oportunidades, Yordano se tomó su tiempo. Se extendió más de lo que se acostumbra en estos casos. Recordó cuando tocaba rock con sus compañeros de estudio de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela y cuando se fue un año a Londres y entendió, precisamente en aquel Swinging London en el que reinaban sus grandes ídolos del rock, que debía buscarse un camino distinto que combinara esa pasión con otras, como el son y la música caribeña, como la balada italiana y esa mezcla cultural que define a un hijo de italianos que se presenta como caraqueño, criado en una ciudad que, por su ubicación geográfica y sus circunstancias, siempre se permeó de lo español y europeo, de lo caribeño y antillano y también de lo anglosajón.

“Quiero darle un agradecimiento a todos los obstáculos y dificultades que yo he tenido porque gracias a esas dificultades yo soy lo que soy, he logrado hacer lo que hecho y estoy aquí recibiendo esto”, dijo. Y levantó el gramófono dorado que le había sido esquivo en tres oportunidades en las que estuvo nominado, la primera de ellas justo antes de un diagnóstico que puso su vida en puntos suspensivos. Ahora volvió a la ciudad de los casinos sano y feliz, vistiendo el traje de leyenda, celebrando 40 años —sin contar los de Sietecuero—, 18 discos y grandes canciones que han cobrado vida propia, convirtiéndose en banda sonora de millones de personas.

A Giordano di Marzo, quien agradeció especialmente a Yuri, su esposa, mánager y “ángel de la guarda” y a sus hijas, le salió sin buscarlo un capítulo épico que envidiaría cualquier guionista. Pero la historia no culmina aquí. El próximo 25 de noviembre vuelve a uno de sus templos, el Teatro Teresa Carreño, a dar un concierto que promete, como lo fue su desquite con Las Vegas, ser memorable.


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