Por Ángel Ricardo Gómez
Si tuviera que caminar de su casa al pueblo de Carayaca, Richard tendría que hacer un recorrido de casi tres horas (2:45, para ser precisos), así que debe levantar el pulgar y pedir cola, como se dice en Venezuela. El sistema de transporte público en Carayaca, la parroquia más grande del estado Vargas, es precario; mucho más en las poblaciones aledañas.
Residenciado cerca del sector La Macanilla, Richard Bello pudo haberse dedicado a la agricultura como gran parte de sus familiares y vecinos. Sin embargo, optó por la música. ¡Y vaya que lo hace bien! Comenzó con la batería en la iglesia cristiana evangélica de la cual sus padres son pastores. Y así ha pasado por el piano, el cuatro, la guitarra y el clarinete. Además canta y compone.
Mishell Peinate es de Carayaca. Su rostro es tan bello como su voz: un hilo suave, dulce, que acaricia al entrar al oído y al corazón. Tiene ojos grandes, expresivos y una sonrisa que acompaña cada palabra. Además de cantar, toca la flauta y el cuatro. “Toda mi familia es cantadora de fulía —cuenta—, y por parte de mi mamá, tenía un tío que cantaba música llanera y un primo mandolinista. Tengo tres hermanas y un hermano mayor. Todos cantan, pero la única dedicada profesionalmente a esto soy yo”.
Por dos años Mishell cantó con Las Voces Risueñas de Carayaca, agrupación que ha marcado y representado culturalmente a esta población varguense. No obstante, cuenta que tuvo que retirarse debido a sus estudios universitarios de composición en la Universidad de Las Artes en Caracas.
Richard está despierto desde las 3:00 de la madrugada. Ha tenido que tomar al menos tres autobuses para llegar el 1º de marzo a su debut en Noches de Guataca. Junto a Mishell, conforman el Dúo Wamma, que en warao significa Nuestra tierra. Tienen preparado un repertorio de música venezolana y latinoamericana, así como un par de composiciones propias del primero.
El recital inicia y termina con un regalo al cumpleañero Aquiles Báez, que vino al mundo en año bisiesto. El sabrosito de Báez se hace flauta y guitarra, juventud de 18 y 17 años, frescura y mirada de primera vez. La Noche del Morrocoy Azul, aquel emblemático disco de 1991, salta a la memoria de quien estas líneas escribe.
La influencia de Henry Martínez llega a través de su joya Oriente es otro color, tema que cantan ambos, para luego interpretar Lástima, de la cantautora María Isabel Saavedra, un pasillo colombiano que interpreta con mucho sentimiento Mishell. Lástima que sea muy tarde, lástima que seas ajeno/ y lástima que estés en cada uno de mis versos./ Duele no poderte dar todo lo que soy/ y lástima que tengas ocupado el corazón, reza el estribillo de la canción que arranca suspiros en algunos.
El Dúo Wamma inició por iniciativa de Mishell como un quinteto de jóvenes de Carayaca y zonas aledañas. Sin embargo, tres de ellos se inclinaron por música “más comercial” — dice Richard— a saber, baladas, merengue dominicano y salsa. Es entonces cuando la pareja —también emparentada sentimentalmente— decide hacer música local y latinoamericana, siempre con la visión venezolana.
Merengue porteño a Benedetti comienza con flauta y guitarra, Michell suelta el instrumento, canta sólo con la guitarra y luego se acompaña con el cuatro. En el interludio vuelve a tomar la flauta, canta y termina con voz, cuatro y guitarra. Hermoso regalo a los asistentes que aplauden enérgicamente al terminar la interpretación.
Del guayanés Manuel Yanes, el Dúo Wamma hace ahora una versión de Viajera del río, para luego ofrecer una composición instrumental de Richard titulada Ojos café.
Mishell compone también pero no se aventura a mostrar algo en este concierto. Al final, revela fuera de escena uno de los temas que está terminando. Dedicado a los niños de la calle, el bambuco dice: Hay mejillas sucias, que nadie escucha, que están llorando/ por aquí hay muchas boquitas tristes que están deseando/ tener algo de pan y felicidad, que le está faltando.
Ariel Ramírez y Félix Luna, autores de clásicos como Alfonsina y el mar, escribieron también Zamba para usted, que en la voz de Mishell se vuelve tan venezolana como Cielo del sur o Qué bonito de Alberto Rojo, que llegan a alborotar lágrimas de algunos de los presentes.
“De qué callada manera se me adentra usted sonriendo…”, suena acompañada por la clave cubana en las palmas de Mishell y su público. El son de Pablo Milanés es muestra del genio que vive más allá de países, épocas y personas.
Otro tema instrumental de Richard titulado Solo dos y la despedida, Mi pequeña de Aquiles Báez, es impecablemente cantada por Mishell, quien mira a producción preguntando con los ojos si está bien así.
El público decide que no se van aún y el dúo regala un bis: un arreglo instrumental de La Negra Atilia de Henry Martínez. Aplausos de pie, el público sigue en la sala, los jóvenes impresionados… Es necesario entonces complacer una petición más: la versión cantada del mismo merengue de Henry Martínez, recientemente popularizado por la venezolana Nella Rojas.
La carretera aguarda por Richard nuevamente, quien acudió al concierto en compañía de su madre y hermana. Está por terminar el bachillerato técnico en Música en la ETA Voces de Carayaca. Mishell está radicada en Caracas en casa de unos tíos y viaja los fines de semana a Vargas. “Lo que más me gusta de la música es la libertad de poder inventar o de poder hacer lo que tú quieras y expresarlo”, confiesa ella, al tiempo que considera al cielo como su límite. Richard también quiere grabar discos, salir al exterior, “no quiero ser famoso sino que la gente reconozca el trabajo que hago, y hacerlo con pasión”.