Por Eudomar Chacón Hernández
Darío no olvida un reproductor de cassette que le regalaron en su 15º cumpleaños. Aquel aparatito, que le permitía jugar con los faders, mover perillas y alterar valores, activó una pasión que lo definiría. No tardó en darse cuenta de cuál era su rumbo. Un rumbo que convertiría al joven amante de la música y curioso de los mecanismos que la registraban y reproducían, en uno de los grandes ingenieros de sonido de Venezuela, vehículo de algunos de los trabajos musicales más celebrados del país en lo que va de siglo.
Darío Peñaloza (Maracaibo, 1961) se marchó a Estados Unidos a estudiar en el Institute of Audio Research y en el Recording Institute of America de Nueva York. De ahí saltó a Ontario (Canadá), para egresar con honores del Fanshawe College of Applied Arts. Así, en 1983, graduado y listo para entrar al estudio, volvió a Venezuela e inició una carrera que ya suma 37 años, montones de producciones musicales y giras de grandes espectáculos, dos Latin Grammys que brillan en su estudio y la satisfacción de participar en la concepción de tantas joyas discográficas.
Más allá del aspecto técnico, a Darío, modestamente, le gusta resaltar la empatía que debe prevalecer en su oficio: “Hay que entender el privilegio que significa trabajar el arte de otra persona”. Las reflexiones sobre su oficio, que trascienden lo teórico, procuró plasmarlas en Lo humano del audio, un libro donde pone en blanco y negro las ideas que han alimentado un taller de audio que lleva seis años dictando a jóvenes sonidistas, disponible a través de Amazon (click aquí).
La destreza de Peñaloza ha realzado creaciones de Aquiles Báez, Alfredo Naranjo y Pedro Castillo. Estuvo detrás de Identidad, obra de Miguel Siso con sello de Guataca, ganadora del Latin Grammy a Mejor Álbum Instrumental en 2018. Fue él quien, en noviembre de 2014, subió al escenario en Las Vegas, encabezando a un equipo técnico de lujo, a recibir y agradecer el gramófono a Mejor Ingeniería de Sonido por De repente, trabajo de Rafael “Pollo” Brito y C4 Trío, ensamble del que además fue ingeniero en sus puestas en directo. Y esos son sólo un par de hitos en su hoja de vida.
El ingeniero, que acaba de cerrar un proyecto con Leo Blanco y Alexis Cárdenas y que ahora encara el segundo trabajo de Miguel Siso, nos dice que él se siente privilegiado de apoyar a eso que llamamos “El nuevo sonido de la música venezolana”: “Los que se han encargado de ese sonido son precisamente los músicos. Ellos son los que han llevado la música venezolana a otro nivel. Yo sólo he sido el vehículo”. Y esa premisa flota sobre su discurso, sus talleres y su didáctico libro.
—¿Recuerdas el primer proyecto en el que trabajaste? ¿Qué diferencias y similitudes hay entre el Darío de ese entonces y el de hoy?
—Mi primer proyecto fue 3ra Guerra Musical, el tercer disco de la banda PP’S. Creo que la principal diferencia es que ahora soy más responsable, en el sentido de que soy más cuidadoso con lo que invento. Tengo un poco más de madurez y entiendo con mayor magnitud la responsabilidad que significa nuestro trabajo. Si de similitudes hablamos, la pasión que le impregno a cada trabajo sigue siendo la misma: Aún aparecen las hormiguitas en el estómago, todavía me pongo nervioso cuando voy a empezar un proyecto.
—¿Cómo resumir 37 años de carrera en un libro?
—No es fácil, pero es sabroso y divertido. Es bueno hacer esto para que la gente más joven no cometa los mismos errores que yo. También quise transmitir la importancia del privilegio que es participar en el arte de otra persona. Trato de usar un lenguaje fresco y cargado de anécdotas, para que los lectores visualicen mejor cada situación. A veces nos pasan cosas que parecen de película, pero pasan.
—¿Qué fue lo que te llevó a escribir este libro?
—Concretamente, porque dicto un taller desde 2014 que lleva el mismo nombre. Es una charla que no está enfocada en la parte técnica, porque creo que eso está un poco saturado, además de que todo depende del arte que tengas enfrente: Yo puedo ecualizar una canción de determinada manera, y en la siguiente hacerlo de forma distinta. Cada canción es un mundo, cada álbum es un mundo y cada artista es un mundo. Por eso no hay una “fórmula exacta para”. Lo que he tratado de transmitir es esa filosofía de trabajo que no tiene que ver con lo técnico, sino con las habilidades blandas.
—¿Cuál es la clave para entender “Lo humano del audio”?
—Todas las profesiones tienen su lado humano. Uno trabaja para la música, ella es la que manda y es la que tiene que funcionar. Yo puedo tener el mejor equipo del mundo, pero si no estoy escuchando la música, no me conecto con ella y sólo estoy pensando en la importancia del software que uso, estoy equivocado, porque el único protagonismo se lo debe llevar la música. Inmediatamente después, el artista, que es el creador del arte. Nosotros nunca vamos a ser dueños de ese arte. También se debe entender y respetar todo el trabajo previo al que uno ejerce. Bien sea que estés haciendo de ingeniero de sonido en un concierto o grabando un disco, se trata de respetar al que compuso, al que hizo los arreglos, al que ensayó para tocar… todas esas etapas merecen su lugar. Uno simplemente tiene que hacer lo posible para convertir ese arte en algo totalmente consumible, porque uno es ese vehículo. Si se entiende eso, las cosas funcionan.
—Como maestro, ¿qué le dices a las nuevas generaciones de productores e ingenieros de sonido?
—Lo primero es que tienen que cuidarse los oídos. Ellos son nuestro instrumento, y no tienen relevo. Si a uno se le daña el oído, después no hay dispositivos que nos permitan escuchar mejor. Cada vez que uno se somete a altas presiones de sonido, el oído se daña y ese daño es perenne. Esos pelitos que se queman ahí ya no vuelven a nacer. El segundo consejo es que tienen que escuchar mucha música, mientras sean jóvenes y tengan tiempo. Las cosas de la vida hacen que uno se vaya comprometiendo: pareja, hijos, empresas… y se te va agotando el tiempo para poder escuchar música con detenimiento. También es importante que armen su base de referencias de lo que debe sonar, según cada género. Por ejemplo, si vas a escuchar merengue, tienes que oír a Juan Luis Guerra; si vas con salsa, debes tener a Rubén Blades y Gilberto Santa Rosa. Y por último, estar abiertos a nuevas tendencias. La música se va fusionando, y surgen nuevos lenguajes. Yo les digo que estudien el jazz, porque es un lenguaje muy importante para los músicos y tiene un espectro muy grande. Es un género que se utiliza para la internacionalización.
—Si tuvieras que elegir entre enseñar lo que sabes o seguir produciendo y grabando, ¿con cuál te quedarías y por qué?
—Es bastante difícil. Quiero aclarar que no soy un productor realmente. Ayudo a que las cosas sucedan, me involucro en lo artístico y demás, pero no me considero un productor, porque es una figura que abarca mucho más que eso. Por la edad que tengo, creo que me quedaría enseñando, porque ya el camino recorrido en la grabación y la mezcla ha sido largo. Claro, me sigue fascinando mezclar y hacer conciertos. Hay una adrenalina que no se pierde.
—Has trabajado con artistas como C4 Trío, El Pollo Brito, Aquiles Báez, Miguel Siso… A partir de esa experiencia, ¿qué nos puedes decir sobre el sonido venezolano de los álbumes de los últimos tiempos, de los que has sido, en buena medida, responsable?
—Creo que es fuerte decir que soy responsable. No me considero así, sino más bien alguien privilegiado. Los que se han encargado de ese sonido son precisamente los músicos. Ellos son los que han llevado la música venezolana a otro nivel. Yo sólo he sido el vehículo. Lo que pasa es que yo trato la música venezolana igual que géneros como el jazz y la música clásica, donde la estética es muy importante: Debes cubrir la mayor cantidad de rangos dinámicos, la mayor respuesta de frecuencia, con una distribución estéreo bien amplia. Yo trato de llevar la música venezolana a esos parámetros. Antes no era así. En los 80, los cuatros se grababan de una manera que terminaban siendo menospreciados. Mi “responsabilidad” viene en que le he generado mayor espacio a este género sin los límites que tenía antes.
—¿Qué tienen de especiales los dos álbumes que te hicieron ganar el Latin Grammy?
—El primero, De repente, es un disco con muchísimo swing, inequívocamente. La musicalidad y virtuosismo de C4 Trío y el carisma del Pollo Brito es una combinación que disfruté muchísimo. Fue un disco hecho en circunstancias bastante difíciles porque los tiempos se acortaron para cumplir con una fecha de entrega. Había tres o cuatro generaciones de ingenieros trabajando, algunos ni nos conocíamos. Todos defendimos el arte desde nuestra silla de la mejor manera posible y se logró un trabajo espectacular; tan espectacular que la gente de los Latin Grammys premió el hecho de que tres cuatros, un bajo y un cantante lograron transmitir su música de una manera súper honesta, con poca tecnología (o que casi no se oyera). Lo más bonito al recibir el premio fue que, sin uno ser totalmente nacionalista, se logró llevar la música venezolana a un premio técnico. Ahí se generó una nueva referencia, y se demostró que cuando las cosas se hacen con cariño y bien, se puede llegar a ese punto. Identidad, el disco de Miguel Siso, fue un proyecto con el que particularmente me conecté. Para mí fue súper natural trabajar con él. Me dio mucha libertad para experimentar con su música. Eso de intervenir el instrumento de la manera en que yo hago, con chorus, flangers y phasers, él lo quería para ciertas canciones. Funcionó muy bien. Me gustó ver que la música de Miguel es muy distinta a la de C4, y no digo con esto que sea mejor o peor, sino que es bueno ver a la música venezolana en distintos carriles en vez de uno solo. Además, ese disco se grabó en la academia donde yo doy clase. Participó un colega mío y uno de mis alumnos. Que un estudiante tuyo grabe algo en lo que tú estás trabajando y que eso se gane un Latin Grammy, es una vuelta de la vida maravillosa.